YUNQUERA DE HENARES
GUADALAJARA
Por Pedro Taracena Gil
Una de las casas de los TaracenaLa Casa de mi bisabuelo Isidoro Taracena y mis tías Martina y Emilia Taracena
Esta casa dispone de los números 44 y 45, par e impar en la misma acera
Calle Mayor
El tejado de la derecha corresponde al edificio como almacén de grano, patatas y alfalfa. También disponía de un cocedero con tinajas donde se hacía el vino.
Detrás de la valla rebordeada por la yedra está el corral donde aparece un árbol en el centro y varios arbustos, uno de ellos un posible olivo. En este corral se mantiene el gallinero y dos cortes donde se criaban los cochinos.
El corral estaba separado del huerto por esta valla que aún se conserva. A la derecha está la puerta de acceso al huerto. Y a lo largo de esta pared atravesaba una pequeña acequia que serbia para regar los huertos contiguos, que desembocaba en La Royá, un localismo que servía para denominar a un arroyo que desembocaría en el río después de atravesar todo el regadío del campo.
En el huerto se cultivaban diversos árboles frutales: un olivos, un cerezos, que daba cerezas amarillas, un manzano, un árbol con tres clases de peras injertado: peras de invierno, de San Juan y de agua. Una higuera, un membrillo y hasta un avellano. También disponía de una zona de rosales y de crisantemos, flor utilizada en el día de Todos los Santos. Por supuesto todas la verduras relativas a la región y para uso de la familia.
Lavadero público donde se lavaba la ropa. Otros lugares también se utilizaron para lavar la ropa: el arroyo de Majanar, el Sobrante, el Pilón de Palacio y un manantial situados en las proximidades de la Virgen de la Granja
La Fuente de Abajo o de Los Cuatro Caños, este agua se consumía con agrado sobre todo durante el verano por estar más fresca.
Por su proximidad al huerto y al corral de la familia, en esta fuente aprovechando una tarjea de desagüe, solíamos lavar las patadas que previa cochura servían para comida de los cochinos. Pulpa de remolacha y pienso de cebada era el complemento del alimento de los cerdos.
Esta primera fachada de de la izquierda era una casa de mis tíos abuelos que siempre se le denominó como La Posada. El tamaño del portal y el resto de la casa, además de un enorme patio, bien podría haber albergado en alguna época a huéspedes de paso.
Esta calle es el paso obligado para llegar al Cementerio donde tiene su final. Esta misma fachada de La Posada fue testigo de la parada que tenía lugar en el cortejo de todos los entierros. Allí próximo a la reja que aún se conserva, se instalaba un sencillo catafalco con el ataúd del finado. Y mientras el cura y el sacristán entonaba la salmodia fúnebre del "Dies iræ, dies illa", los hombre en fila besaban la estola del oficiante y depositaban una limosna en una hucha.
La cultura del ladrillo vino a desnudar las calles del pueblo de sus auténticos ropajes....
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