LA CASA DE MI NIÑEZ



La casa que creció en la arcilla
desde la zapata hasta última teja
suele pernoctar en la conciencia con rumor a fuente.
Siempre testimonial.
Tricentenaria mudez de las estepas.

Ciudad como pesebre que me parió de madrugada...
Nutres el motor del peregrino
distante a años-luz ya sin fisuras.
Metamorfosis.
Huracanes.
Semillas que trashuman
en avidez de abra.

Mantienes calor.
Algún retazo de evangelio.
Relicario, acimut.
Jamás te acallas.

Caparazón o baúl
si arrecia el temporal
si quiebran alas.

Guarda la memoria tarde en vapores.
Siesta del fauno adolescente.

Un cuerpo semejante a ectoplasma
insinuó sin vestiduras ciertos placeres.
Paseando humanidad de trazos agudos.
Espuela y comezón.
Pedernal, sed de yesca. Causal que prende.
Quizás fiebre sin destino escribió su guion. Desdoblando personajes
hambrientos de intérpretes.
Con argumento entre líneas ni moraleja.

Perseguí al cuerpo-fantasma
por peldaños de madera.
Años que crujen.
Esqueletos de vegetal con espíritu que susurra como conjuro ..

Trepando al altillo que husmea las torres
me introduje con pasos de animal entre sus
paredes.
Muros húmedos de cal y argamasa.
Sucesión de puntales.
Bóvedas con pelambre
de telarañas.

Como una especie de Alicia que se arroja en brama al antro de los sueños.
Sin Dios ni misal.
Ya sin mordazas.

La figura andrógina.
Vital,
sutil aunque sin barreras,
condujo proa a las simientes.
Para enclaustrarse por fin en la dimensión donde baten las alas.

Recinto atemporal,
cuya magnitud no esfuma.
Recurrente moviola del celuloide
que amuebla los sitios nunca ajenos.
Cuando aúlla el despertador para vomitarnos al camino antes del alba .

© Eduardo Vladímir Fernández Fernández
(en clave de erotismo recurrente)
2013-19



VÍDEO:

MI CASA




B. Taracena


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P. Taracena



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A. Fernández



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