Por Pedro Taracena Gil
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AD PERPÉTUAM MEMORIAM
Pedro Pablo,
mi primo, muy querido.
CRÓNICAS DE YUNQUERA DE HENARES
Así que pasen cincuenta años...
PRÓLOGO
Tienes, lector, en tus manos un nuevo libro. Lo ha escrito Pedro Taracena Gil y lo titula Crónicas de mi pueblo.
Pedro vivió su niñez y adolescencia en Yunquera en el decurso de aquellos años transcendentales y decisivos de la historia contemporánea de la España de la posguerra y el comienzo del desarrollo que culminaría tan esplendorosamente en la década de los sesenta, cuando en el mundo entero se habló del “milagro español”. Antes y después de la firma de los tratados hispanoamericanos y del Concordato con la Santa Sede, que fue cuando terminó el aislamiento internacional de España.
A lo largo de las páginas de su obra no pretende contar anécdotas chispeantes o patéticas de aquellos tiempos. Busca ofrecer una contemplación objetiva de unos años cuya vitalidad se acredita con la pervivencia de un recuerdo, que va micho más allá de la pura motivación melancólica. Período histórico decisivo, sin el cual no es sencillo comprender el desarrollo social y económico del Yunquera actual, que fue un tiempo triste y esperanzador, amargo y optimista, preocupante y jubiloso. Tan contradictorias connotaciones le prestan, obviamente, su mágica fascinación. Período que, como materia literaria, su evocación despierta las naturales nostalgias en quienes le vivimos, pero, a la vez y sorprendentemente, interesa a las nuevas generaciones. Son sus recuerdos y emociones de la época. Lo que él experimentó en la vida diaria de Yunquera, las vivencias retenidas en su memoria en aquellos años. Y las recoge en este libro para ayudar a la juventud actual y a los que rondamos ya los sesenta años y fuimos los protagonistas de aquella historia. Para que los viejos hagamos un paseo a lo largo de aquella década y avivemos las fascinantes experiencias que afianzaron nuestra personalidad. Para que los que no la conocieron comparen lo que va de ayer a hoy. Para que unos y otros descubramos nuestras raíces más vitales y genuinas.
Todo esto lo ha hecho con maestría este ejemplar yunquerano. Y así han nacido estas diez “crónicas” que se leen con fruición porque en ellas la erudición y la abundancia informativa se juntan con la amenidad y la gracia del buen decir. No falta un solo detalle en el minucioso recordar de aquel tiempo ido. Es un repaso pormenorizado y lúcido, pues lo cuenta con detalle y paciencia. Y así, unas imágenes traen a otras, retratan a los hombres, mujeres, niños y a la época toda buscando, adrede, intercalar el dato interesante, la palabra científica, la fecha histórica... Desfilan los ritos, las fiestas, las tradiciones, las canciones más queridas y la cultura reinante en el pueblo. Desfilan los chicos (éstos ente el dilema de elegir si su futuro estaba en el campo o fuera de él) y también los grandes en las tareas de la labranza y de los diversos oficios existentes. En retablos encantadores describe el ambiente familiar dentro de la actividad rural y campesina, el pueblo todo con sus calles al servicio de los carros. Su iglesia, sus ermitas, sus fuentes y pilones, sus tiendas, su estación de ferrocarril... Se ocupa, finalmente, de un hecho vital, la concentración parcelaria, evento que transformó la agricultura, fue el punto de partida para el desarrollo ulterior del pueblo y de sus gentes, les sacudió de su letargo e hizo posible que el llamado “milagro español” fuera una gozosa realidad. Por eso, manteniendo las raíces de una tradición religiosa y familiar, Yunquera es hoy un pueblo creador, próspero, atractivo y de localización privilegiada. Su caserío se ha triplicado. Y entre dolores y desgarrones se ha gestado una nueva sociedad que muy poco tiene que ver con la de la década de los cincuenta.
Con base de un material tan extenso como valioso, el autor culmina cada una de sus “crónicas” con una personal y amena contemplación del Yunquera de entonces en sus aspectos más entrañables y humanos, añadiendo algo nuevo que pudiera servir de enseñanza. De ahí el interés de este libro, que no pretende polemizar, sino simplemente enseñar recordando, que elude de propósito las connotaciones que pudiesen herir la sensibilidad de los yunqueranos. Aquellos años de austeridad (y a la vez magníficos) nos dejaron una enseñanza, muy de apreciar en los actuales: frente a las mayores dificultades y cambios, hay que esforzarse y adaptarse también al máximo en una tarea colectiva e ilusionada, sin arredrarse por el contorno ingrato e incierto, en la seguridad de que con el trabajo y el tesón se sale adelante. Entre el pueblo de aquel tiempo ido y el que comenzaba a resurgir al comienzo de la década de los sesenta, recorrimos los yunqueranos un largo y áspero camino. A fuerza de ideales, ilusiones, sacrificios, sonriendo siempre frente a la adversidad, luchando contra los imponderables, tratando de mantener, cuando menos, los valores perennes de la religiosidad y de la familia heredada y sabiendo que el esfuerzo merecería la pena, todos, unos en el pueblo y otros fuera de él, vimos nuestros esfuerzos coronados por el éxito. Quiera Dios que el recuerdo de aquello sirva para que bien pronto podamos remontar los nuevos problemas que hoy acucian a todos y a cada uno de los yunqueranos.
¡Bien haya la pluma que ha realizado el milagro de redimir del olvido un pasado que andaba ya medio olvidado del cotidiano vivir y descubrir, poniéndolas bien en evidencia, las raíces y tradiciones vitales y genuinas que son las que acompañan siempre, aunque se viva en otros lugares y en contextos históricos y sociales distintos de los de la niñez y adolescencia! ¡Bien haya el “Cronista” que presta tan sazonada ofrenda a su pueblo y a sus paisanos! Ojalá otros muchos yunqueranos se dieran a buscar, digerir y alumbrar en páginas otros varios aspectos del pasado histórico y costumbrista de Yunquera. Si tal cometido, bien llevado a término con el rigor y el lenguaje medido, la pauta científica y el cavilado sentido crítico se viera culminado en la publicación de otras muchas obras, como ha ocurrido en este caso, ello sería una auténtica proeza de cultura cierta y de progreso.
Fray Ramón MOLINA PIÑEDO O.S.B.
Abadía de San Salvador de Leyre, 15 de septiembre de 1996, solemnidad de la Virgen de la Granja, Patrona de Yunquera.
Introducción
¿Por qué unas crónicas que debieron escribirse hace cincuenta años, se recopilan en los años 2000?. Desde el punto de vista periodístico no se entiende. Quizás desde la óptica de un sociólogo, tuviera una justificación. Sin embargo, el verdadero motivo es plasmar sobre estas páginas el arraigo de un hombre que vivió su niñez y adolescencia en este pueblo de Yunquera de Henares.
Para aquellos que durante la década de los años 50, vivimos nuestra niñez o nuestra adolescencia, es tanto lo que ha cambiado la vida y las costumbres en los pueblos de España, que merece la pena narrar a la actual juventud, cómo se desarrolló la nuestra. La justificación de esta publicación la encuentro en el gran contraste existente entre aquella época y ésta, en el poco tiempo transcurrido. Nunca la niñez y la madurez de una persona se ha desarrollado con tantas diferencias.
Estas crónicas pretenden mostrar a la actual juventud cómo era Yunquera entonces y a mis contemporáneos, hacer un paseo a lo largo de esa década. La década de nuestra niñez y adolescencia... Podemos constatar que el cambio ha sido radical. El pueblo se ha transformado y con él sus gentes, sus costumbres, sus hábitos, su forma de comunicarse, sus oficios y profesiones, sus tipos populares, etc.
Pero, quizás el motivo que más me ha movido a escribir estas crónicas ha sido el recuerdo tan presente que tengo de mi niñez y adolescencia vividos en este pueblo. Creo que esta época es tan decisiva en la vida de una persona que nos acompaña siempre. El arraigo de una persona es fundamental en su vida. Y este arraigo se afianza en la niñez y en la adolescencia.
Todos aquellos que abandonamos nuestras raíces en esas edades, aunque aparentemente hayamos echado otras raíces en otros lugares, no son las genuinas y sobre todo no las más vitales. Por este motivo, estas crónicas nos pueden servir para avivar aquellas experiencias que afianzaron nuestro arraigo.
Habrá no pocos aspectos en estas narraciones que contrastados ahora, serán chocantes, más ahora que si se hubieran contado entonces. Es evidente que es mayor el contraste entre aquellos que nos encontramos en la edad de los 50 y nuestra niñez que las personas que ahora tiene 30 años y la suya. El cambio ha sido drástico y veremos a lo largo de estas diez crónicas que no ha quedado casi nada de aquella forma de vida. A través de estas crónicas, se pretende hacer un repaso del pueblo, de sus gentes, su estructura social, sus ocupaciones y oficios. El pueblo inmigrante y el pueblo emigrante.
Dentro de esta introducción es importante situar al pueblo en el contexto nacional y mundial. Algunos de los acontecimientos más importantes de esta década son los siguientes:
Se crea en España el Documento Nacional de Identidad y en Yunquera se hacen fotos de dos en dos en la calle masivamente. La muerte de Pío XII y la elección de Juan XXIII. Sube al trono del Reino Unido la reina Isabel II. Viene a España Eisenhower, presidente de los Estados Unidos de América. Tiene lugar la guerra de Corea. Las tropas del Pacto de Varsovia ocupan Hungría. En esta década se inaugura la era espacial. La Televisión se comienza a ver en España. Es la era del Biscuter, de la Isetta, del Seat 600 y de la Vespa. Tiene lugar la peregrinación de la Virgen de Fátima por toda España. En los últimos años de esta década triunfa la revolución de Fidel Castro en Cuba, mientras, Sara Montiel o Sarita Montiel, como se le conocía en esta época, estrenó su gran éxito, El último cuplé. En esa época, el entonces Jefe del Estado pasa por Yunquera a toda velocidad camino de la inauguración de unos pantanos... Deja tras de sí una estela de banderas nacionales de papel aireadas por los escolares del pueblo y el resplandor de unas casas encaladas para tal fin.
Y por último, con estos escritos deseo homenajear a mis mayores, aquellas personas del pueblo que desde su atalaya de los setenta, ochenta o noventa años, han sido testigos y protagonistas de todas estas épocas.
CRÓNICA PRIMERA
El pueblo, sus fiestas y costumbres.
Yunquera es un pueblo con abundantes fiestas y con arraigo costumbrista. Vamos a desarrollar a lo largo del año cómo se celebraban estos eventos y cómo participaba el pueblo en ellos.
El año comienza con la celebración del Año Nuevo y la festividad de los Reyes Magos. Las celebraciones en el comienzo del año en nada se diferencian al resto de otros pueblos, teniendo en común la ilusión de los niños ante la venida de los reyes Magos de Oriente. Eso sí, en Yunquera podían venir por el Portillo, por el Monte o por la carretera de Fontanar, esto dependería de la improvisación de los padres...
Una vez que el año empezaba su marcha, venían fiestas y conmemoraciones donde la Cuaresma y la Semana Santa marcaban su huella en el pueblo. Aunque en esa época el carnaval estaba un poco adormecido en general, en Yunquera no faltaban vecinos del pueblo que sacando, ropa antigua de los viejos baúles de las cámaras, ocupaban las calles repartiendo escobazos ungidos en ceniza que llevaban en grandes capachos de aquellos que se utilizaban para la compra.
El Miércoles de Ceniza nos recordaba, sobre todo a los niños que "polvo somos y en polvo nos convertiremos"; recibiendo una cruz de ceniza marcada en la frente, cuya mancha era motivo de chanzas a lo largo del día en la escuela. A partir de este día se inicia la cuaresma y con ella los ayunos y las abstinencias de todos los viernes hasta la Semana Santa y la continuación de la celebración de los nueve primeros viernes de mes; confesando y comulgando. Al llegar la cuaresma se obtenía, previo pago a la Iglesia, la Bula de la Santa Cruzada. Esta bula aligeraba las penitencias cuaresmales y las limitaba a guardar abstinencia de comer carne los viernes de cuaresma y a guardar ayuno solamente el Viernes Santo.
Otro día animado por grandes y pequeños era el Jueves Lardero (jueves anterior a las carnestolendas o carnaval), por la tarde se iba al campo a "correr el chorizo". Los chicos y chicas en panda con tortilla de patatas y chorizo de la matanza. Los hombres dejaban de trabajar y lo celebraban en los bares y tabernas del pueblo. Teniendo en cuenta que en "Febrero busca la sombra el perro", casi siempre se podía disfrutar de una buena tarde en el campo.
En Cuaresma tenían lugar las conferencias cuaresmales para el Cumplimiento Pascual y la mayoría del pueblo asistía a estos acontecimientos, que a veces eran impartidas por misioneros venidos de fuera, siendo acogidos durante los días de la predicación en casas particulares. De estas pláticas da fe una cruz conmemorativa que se conserva en la entrada de la iglesia parroquial.
Como práctica penitencial, tenía lugar por las mañanas, antes de amanecer, el Rosario de la Aurora. Una de las canciones entonadas en la procesión del Rosario de la Aurora, acompañada por el sueve tañido de campanillas, decía así:
“Tocan las campanillas
y te llaman ellas
y te llamo yo.
Y te llama la Virgen María,
que es Reina del Cielo
y Madre de Dios.
Alegría que ya viene el día,
que ya va llegando,
con sus rayos del Sol.
Y te etc.”
Otro cántico ligado al rezo del rosario, también suponía un homenaje a su creador:
¡Viva María! ¡Viva el Rosario!
Viva Santo Domingo que lo ha fundado.
Al llegar el Viernes de Dolores se clausuraban los Siete Dolores de la Virgen que se celebraban durante siete días consecutivos. El Viernes de Dolores daba paso al Domingo de Ramos y a la Semana Santa. Por la mañana se celebraba la Procesión de Ramos, con ramas de olivos traídos del campo y por la tarde tenía lugar la procesión que trasladaba los pasos de la ermita de la Soledad a la iglesia parroquial. En este día había que estrenar alguna prenda de vestir. Zapatos, guantes, un pañuelo...
Referente a esta época del año, es preciso destacar el protagonismo que tenía la Hermandad de la Soledad asistiendo a las procesiones, donde se pasaba lista, aspecto este que a los chicos nos llamaba mucho la atención. En aquella época la liturgia se celebraba durante las mañanas de los días, Jueves y Viernes Santos. Los altares de la iglesia permanecían tapados con enormes lienzos morados. Con el ritual de la primera misa del día de la Resurrección, se descubrían todos los alteres y sus imágenes; mostrando todo su esplendor y se encendían todas las luces del templo al mismo tiempo que repicaban las campanas anunciando la Resurrección del Señor.
Durante la década de los cincuenta tuvo lugar el cambio de ritual y la Cena del Señor del Jueves Santo se comenzó a celebrar a partir de las seis de la tarde. Los Oficios del Viernes Santo, se celebraban a partir de las cinco de la tarde y la celebración de la Pascua de Resurrección tenía lugar a las doce de la noche del sábado.
En estos días de Semana Santa, en el Ayuntamiento del pueblo, recuerdo que se ofrecía limonada y los chicos, a veces, nos colábamos a tomar un traguillo. Siguiendo en el Tríduo Sacro, los chicos solíamos tocar la carraca y el carracón, en los actos litúrgicos en sustitución del tañido de campanas, en señal de luto por la muerte de Dios. Mientras, en las casas se guardaba abstinencia que se compensaba con las torrijas, imprescindibles en estas fiestas.
El Jueves santo tenía lugar la gran procesión con todos los pasos de la pasión. El Viernes Santo se llevaban en procesión los tres pasos que durante el resto del año se guardaban en la ermita de la Soledad. La última procesión era la del "encuentro" en la calle Real durante la mañana del Domingo de Resurrección. En las casas no faltaba la limonada y las torrijas hechas por las mujeres como tradición popular.
Era el Sábado de Gloria cuando los chicos y las chicas del pueblo íbamos a la iglesia con pucheros, jarras o lecheras para llenarlos de "agua bendita". Después se esparcía por todos los rincones de las casas: Habitaciones, salas, tinados, cuadras, cortes, etc.
Durante todos los días de Semana Santa, se interrumpían las diversiones del pueblo, cine, baile, música, etc. Y en las emisoras de radio solamente se escuchaba música sacra y la retransmisión de las procesiones y las ceremonias litúrgicas propias de la semana. Se escuchaba con gran devoción el Sermón de las Siete Palabras. El lunes de pascua, aunque no se celebraba, marcaba el fin de las vacaciones, el regreso a la escuela y que la Primavera ya había recorrido un trecho.
El año iba marcando su caminar y el pueblo desgranaba las conmemoraciones fiesta a fiesta. San Antón el 17 de Enero, patrón de los animales. Nos explicaban que era un monje ermitaño, que un cuervo le traía el pan con su pico. En estas fechas el refrán decía: “Para San Antón, gallinita pon”. Las amas de casa sabían que hacia esta fecha, las gallinas, inauguraban la temporada de la puesta de huevos. Era el preludio de la fertilidad de la época primaveral. En Yunquera se veneraba la imagen del santo, que se podía contemplar en el altar de San Cayetano, próximo a la puerta de acceso a la sacristía.
Se celebraba una parada por la tarde en las eras de Arriba con todos los animales del pueblo, sobre todo aquellos que se dedican a las labores del campo. En los años cincuenta, irrumpían en la parada algunos tractores que se hacían acreedores de las bendiciones del Santo, por remplazar el trabajo de las mulas. El Sr. Cura les bendecía a todos, año tras año y el resto de la tarde era fiesta, tanto para los hombres del campo como para los chicos y chicas. El día anterior de San Antón recuerdo muy vagamente, que se hacían quemar botas, botillos y pellejos de vino por las calles cantando una tonadilla que mas o menos decía:
"Arde el hacha que mañana
es el santo de las borrachas.
Arde el hachón
que mañana es San Antón..."
Santo Tomás de Aquino, 28 de Enero, sólo se celebraba en las escuelas. La festividad de San Blas, el día 3 de Febrero, solo servía para ver si las cigüeñas instaladas en la torre de la iglesia habían hecho bueno el refrán de "para San Blas la cigüeña verás"
El día 26 de Abril tiene lugar San Cleto, papa. Una fiesta que se celebraba en la Virgen de la Granja e intervenían otros pueblos. La Torre del Burgo y Eras de Ayuso. Su origen la verdad nunca supe cual era. Lo que sí recuerdo es que "los quintos" del pueblo comenzaban su andanza antes de ir a la mili y suponía un día de ronda, de comidas y bebidas... De esta efemérides no se libraban ni aquellos que ya no estaban en el pueblo. A estos acontecimientos acudía siempre una rondalla informal de veteranos y aficionados; siendo en algunos casos padres o tíos de los quintos.
Cuando llovía y salía el Sol, los chicos solíamos coger caracoles en las orillas de las regueras y acequias. Los mayores, nos recordaban un refrán que nos anunciaba que estábamos en la época adecuada para cogerlos: “Los caracoles de Abril para mí, los de Mayo para mi amo y los de Junio para ninguno”.
Llegado el mes de mayo, aparecía en algún lugar del pueblo, la plaza, el barrio de Cantarranas u otro lugar, "el Mayo". Se trataba de un chopo, quizás el más alto del termino del pueblo y recuerdo que una año colgaron en su lugar más alto una jaula con un gallo...Durante la noche anterior al 1º de Mayo, los quintos habían rondado a las chicas dejando en sus ventanas una rama de ese colosal chopo. El mes de Mayo también en Yunquera se celebraba "el mes de las flores". Las mujeres por las tardes en la iglesia y los chicos y chicas al finalizar la clase por las tardes. Las chicas llevaban flores al altar de la escuela y los chicos recuerdo que cantábamos el rosario, he dicho bien cantábamos. Y ambos entonábamos el "Venid y vamos todos".
El día 15 de Mayo, se celebraba San Isidro Labrador, patrono de los labradores. En este día se celebraba una romería en los alrededores de su ermita. Para cruzar el canal se construía todos los años un puente de madera, juncos y tierra. Al pasar por este puente algunos niños pasaban miedo... Allí, la Hermandad de Labradores, repartía chuscos de pan, después de la misa y de la procesión del Santo. Se comía en las choperas al lado del arroyo de Majanar y una orquesta venida de fuera amenizaba la tarde. Los confiteros venidos del pueblo y de Fontanar ofrecían dulces y caramelos y hasta una pelota de goma que era el juguete preferido del día hasta que la goma se rompía. El baile seguía en la plaza de La Casilla del pueblo hasta bien entrada la madrugada. Los chicos adolescentes aprovechaban este primer baile al aire libre para decidirse a sacar a bailar por primera vez a una chica...
Siguiendo en el mes de Mayo, el día 24 es la festividad de María Auxiliadora. No es fiesta en el pueblo, pero siempre ha estado éste muy ligado a los frailes de Mochales, Colegio Salesiano que es su día albergó algún hijo del pueblo. Pues bien, era tradicional el subir a los Salesianos a pie y asistir a la misa y a la procesión que tenía lugar a través del monte.
El día 21 de Junio es San Luís Gonzaga y se aprovechaba esta festividad para clausurar el curso. Era el día en el cual nos daban las vacaciones y se celebraba con una procesión por las calles del pueblo; llevando a la imagen en andas por los propios chicos y chicas. Es preciso aclarar que la imagen de San Luís Gonzaga que se venera en la parroquia es muy pequeña. Cuando las niñas y niños acudíamos a la iglesia para cualquier celebración, pero sobre todo, este día de fin de curso, una de las canciones más entonadas, decía así.
Vamos niños al sagrario,
que Jesús llorando está.
Per en viendo tantos niños.
¡Qué contento se pondrá!.
No llores, Jesús, no llores,
que nos vas hacer llorar.
Que los niños de este pueblo,
te queremos consolar.
Una fiesta muy importante para Yunquera, era San Pedro y San Pablo, el 29 de Junio cuando la siega estaba en su punto álgido. San Pedro es el patrón del pueblo, bajo su advocación se encuentra la parroquia. Por esta época y hasta el verano era tradicional las novenas y procesiones en honor de San Antonio de Padua, San Cayetano, Ntra. Sra. del Carmen, etc. Para la Ascensión del Señor a los cielos, uno de los jueves del año que relumbran más que el sol, conjuntamente con el Jueves Santo y el Corpus Cristi, tenían lugar las Primeras Comuniones. Las chicas y chicos del pueblo se preparaban en la parroquia y la iglesia ese día se engalanaba para la celebración. Las chicas iban vestidas de blanco con velos y coronas. Y los chicos vestidos de gris o de blanco y todos llevaban en sus manos: guantes, misales de pastas de nácar y un rosario. Las chicas llevaban ceñida a la cintura una limosnera, en ella, iban echando las propinas que sus familiares y amigos les ofrecían en tan señalado día. Hubo una excepción en aquellos años y fueron los hijos del médico del pueblo. Celebraron la Primera Comunión un día diferente al resto de los niños del pueblo, en la iglesia parroquial de San Pedro, ellos solos con su familia...
El día del Corpus Cristi. Estos mismos chicos y chicas asistían a la procesión que recorría las calles del pueblo; haciendo paradas en numerosos altares instalados a lo largo del recorrido. En estos altares el sacerdote se postraba ante el Santísimo y las chicas arrojaban a su paso pétalos de rosas que llevaban en cestos adornados. Los altares montados a lo largo del itinerario de la Santa Custodia, eran responsabilidad de las mujeres que habían contraído matrimonio el año anterior y sus esposos aportaban el cantigüeso (cantueso) traído del monte que servía de alfombra a los pies de cada altar. A lo largo de todo el recorrido procesional, el sacerdote caminaba bajo palio, llevado por miembros de la Hermandad de la Sacramental y se colocaban banderas nacionales y lujosas colchas en todos los balcones y ventanas del recorrido. El olor a cantigüeso (cantueso) en Yunquera siempre estará asociado a la procesión del Corpus.
Durante el verano, el día 18 de Julio se celebraba la Fiesta del Trillador. Los labradores invitaban a un banquete a todos los trilladores y trabajadores en las faenas del verano; festejando una especie de "paso del ecuador" de la trilla y de la recolección.
El 25 de Julio tenía lugar la fiesta de Santiago Apóstol. Se entonaban canciones en la Misa Mayor alusivas a la aparición de la Virgen María al Apóstol en la orilla del río Ebro en Zaragoza, en carne mortal. Un refrán anunciaba a los labradores la marcha de la cosecha de la uva: “Para Santiago y Santa Ana, pintan las uvas y para la Virgen de Agosto ya están maduras”
Por San Roque, 16 de Agosto, se celebraba la Fiesta Grande en Fontanar. Aunque la rivalidad entre Fontanar y Yunquera era patente, los yunqueranos o trasquilaos no faltaban a la cita y con gran espíritu crítico participaban en la gran fiesta de los troncheros...
Al regresar al pueblo por la noche andando por la carretera, los jóvenes entraban en Yunquera cantando canciones que venían a decir algo como:
¡Urí! ¡Urí! ¡Urí!
Los de la panda,
los de la panda.
¡Urí! ¡Urí! ¡Uri!
Los de la panda,
estamos aquí.
Venimos de Fontanar,
Bonita población,
que duermen en el suelo
por no tener colchón.
Venimos de Fontanar,
lo primero que se ve,
son los balcones abiertos
y las camas sin hacer”.
San Agustín, el 28 de Agosto, Obispo de Hipona, también es celebrado en el pueblo. Esta vez en la ermita de la Virgen de la Granja y conjuntamente con otros pueblos ribereños del Henares. Como en San Cleto, Heras de Ayuso, Ciruelas y La Torre del Burgo
En Septiembre llega la Función o Fiesta Mayor. El día 8 se traslada la imagen de la Virgen de la ermita hasta la iglesia parroquial. En procesión por el camino del mismo nombre, cubierto de chopos en sus dos márgenes y en todo su trayecto. La procesión trasladando la imagen en andas hasta el pueblo, es escoltada a izquierda y derecha por luminarias prendidas por los chicos del pueblo con los rastrojos ya secos del recorrido. Estas luminarias son todo un símbolo que recuerda la forma en que se apareció la virgen a un pastor llamado Bermudo.
A la caída de la tarde la entrada al pueblo tenía lugar por el cementerio, después de haber cruzado la vía sin paso a nivel. La procesión era recibida por una última luminaria en las eras de La Parada, al mismo tiempo que se entonaba la Letanía de Ntra. Sra., se hacían tres genuflexiones en los Kiries, se volteaban las campanas y los cohetes llenaban de estrellas el atardecer.
Desde el día 8 hasta el día 16 se celebraba cada tarde, la novena en honor a la patrona del pueblo, con el broche de oro del himno a la Virgen de la Granja, basado en el himno dedicado a la Virgen del Pilar. Cuya letra dice así:
Virgen Santa, Madre mía,
luz hermosa, claro día,
que en el pueblo de yunquera
te dignaste aparecer.
Virgen santa, Madre mía,
luz hermosa, claro día,
que en el pueblo de Yunquera
te dignaste aparecer.
Este pueblo que te adora,
de tu amor favor implora
y postrado ante tu imagen
mil votos te viene hacer,
mil votos te viene hacer,
mil votos te viene hacer.
Zarza bendita, sede sagrada,
do fuiste hallada Madre de Dios.
Patrona nuestra y protectora
en toda hora defiéndenos
yal reino eterno conducenos.
Canten, canten
a María nuestra Madre
alabanzas
a la Virgen de la Granja.
Canten, Canten
a María nuestra Madre
alabanzas
a la Virgen de la Granja.
El día 14 de Septiembre se celebraba la Víspera de la Fiesta. A partir de las cinco de la tarde llegaba la Banda de Músicos; anunciando con un pasacalles el inicio de las fiestas. Los mozos del pueblo decoraban La Casilla colgando cadenetas y farolillos de colores, desde la forola a los árboles que rodeaban la plaza; ofreciendo un ambiente de fiesta y de verbena.
Al comienzo de los años cincuenta, la Banda de Música era de origen militar, procedente de Madrid y así iban uniformados. Más tarde esta banda fue reemplazada por otra del Colegio de San José de Guadalajara de huérfanos y todos eran adolescentes. Y tanto unos como otros se hospedaban en las casas del pueblo; conviviendo con las familias y compartiendo los días de fiesta. Este mismo día 14, llegaban también los Músicos de la Capilla y participaban en la celebración de las Vísperas, en la Novena y el canto del himno a la Virgen de la Granja. La Banda de Música interpretando pasacalles, despertaba a los vecinos del pueblo y les anunciaba que estaban en fiestas.
En el día de la Fiesta, 15 de Septiembre, Nuestra Señora de la Granja, los chicos estrenaban el traje que habían ganado trillando durante el verano. Las chicas lucían un vestido nuevo hecho por las modistas del pueblo. Todos acudían a la Misa Mayor soportando las molestias de los zapatos recién estrenados. Por la tarde, tenía lugar la procesión con la imagen de Ntra. Sra. de la Granja. Presidía la procesión el Sr. Cura Párroco, seguidamente, las Autoridades Municipales, la Banda de Música y la Capilla de Música Sacra. Delante de la imagen iba, el Mayordomo de la Patrona con su cetro de plata. Los yunqueranos y demás personas venidas de fuera, se disputaban un lugar bajo las andas; prestando su hombro al mismo tiempo que depositaba en las mismas una moneda de diez céntimos. El Mayordomo proporcionaba el cambio para poder llevar el brazo de las andas el mayor número de veces. En cada uno de los cuatro brazos de las andas, sobre las cuales se llevaba la imagen, se formaba una auténtica rueda de personas que se disputaban un lugar y un momento en esa tradición de llevar a hombros la Virgen de la Granja, su patrona. Mientas, los más pequeños podían llevar con sus manos un cordón que pendía de los cuatro brazos.
En estas procesiones, había mujeres que cumplían promesas hechas a la Virgen de la Granja, caminando durante todo el trayecto, con los pies descalzos. Algunas de estas piadosas mujeres entraban en el templo arrastrándose sobre las rodillas. Una vez que la procesión llegaba a la puerta del templo, se detenía a la imagen delante de la misma y se procedía a la subasta. Ésta, consistía en ofrecer flores, productos del campo, animales, etc. Se pujaba por ellos y el dinero recolectado iba a parar al patrimonio de La Virgen.
Siempre nos llamó mucho la atención, sobre todo a los chicos, la Capilla de Música Sacra que nos visitaba por fiestas. Esta capilla iniciaba su actuación con el canto de Vísperas durante la Novena en honor de Ntra. Sra. de la Granja y durante el día 15, en la Misa Mayor y en la procesión. Los chicos y las chicas estábamos acostumbrados a cantar la salve o el himno a la patrona pero aquellos cantores nos desbordaban sobre todo cuando veíamos sustituido el órgano que habitualmente tocaba el sacristán por violines, violas, contrabajos y otros instrumentos que eran nuevos para todos nosotros.
Mientras la procesión salía de la iglesia, los chicos podíamos subir a la torre para volear (voltear) las campanas. En contadas fechas nos permitían esta alegría: El Domingo de Resurrección, en la Fiesta Mayor y en la ermita siempre que la puerta estuviera abierta... El día 16 de Septiembre, tenía lugar otra procesión con la imagen de la Virgen, ésta más corta y de menos rango.
Durante esta época, los días de encierro y novillada se celebraban el 16 y 17 de Septiembre. Más adelante se incluyó el día 18 como último día de toros. De cualquier forma la Fiesta concluía con el día de Los Huesos, especie de comida colectiva donde se habían cocinado las sobras de la opíparas comidas de los días de la fiesta
Antes del encierro, La Banda de Música, interpretaba conciertos de música española, fragmentos de zarzuelas populares y nunca podía faltar El sitio de Zaragoza, pieza esta, muy querida por todos.
Las novilladas de los días 16 y 17 de Septiembre, se celebraban en la plaza de palacio y se cercaba la misma con carros cedidos por los labradores, enlazados entre sí con traviesas de madera amarrados con sogas y hatillos. El toril se instalaba cortando la calle de Las Viudas. Los burladeros se construían con trillos de pedernal y en el centro de la plaza se clavaba un poste en el suelo con una rueda de carro sobre el mismo. La rueda giraba siempre que los mozos lo deseaban y servía de burladero cuando los novillos hacían una barrida por la improvisada plaza.
Las novilladas daban comienzo a las cinco de la tarde y se amenizaban con los pasodobles interpretados por la Banda de Música. Presidía el evento, el Ayuntamiento en pleno y el Sr. Cura Párroco. Todo el cortejo había sido acompañado por la Banda de Música desde el ayuntamiento hasta el palco presidencial.
En el cercano cuartel de la Guardia Civil, el médico del pueblo, esperaba a que una cogida, le permitiera prestar sus primeros auxilios. El Alguacil, pregonaba un Bando del Alcalde; prohibiendo a los mozos tirarse a la plaza. En aquella época, visitaron esta plaza de Yunquera: El banderillero Albarrán y el novillero Rafael Ataola Ortega. Cada día, se lidiaba un novillo y una vaquilla. Por la mañana estas reses, se corrían en encierro por las calles del pueblo, después del desencajonamiento.
Los bailes por la noche, tenían lugar en La Casilla. A las diez, se hacía una pausa para la cena y después se reanudaba hasta la madrugada. El baile de la jota anunciaba el fin de fiesta por ese día. Después del baile de la última noche, los mozos del pueblo quemaban las cadenetas que habían servido de techo al pueblo en fiestas.
Septiembre transcurría con la nostalgia de la Fiesta y con el comienzo de la Escuela para los chicos y chicas. Al llegar al primer domingo del mes de Octubre, tenía lugar una procesión con la imagen de la Virgen de la Granja para devolverla a su ermita. La procesión salía por el barrio de San Galindo y cruzaba la vía por la caseta de la Hijuela, sin paso a nivel. Qué bonito, que a pesar de haber establecido los lugares para cruzar la vía por los llamados pasos a nivel, el pueblo fue fiel a su tradición en el camino de llevar y de traer la imagen de la ermita al pueblo y del pueblo a la ermita.
En octubre la fiesta de Ntra. Sra. del Pilar, se celebraba unida a la Fiesta de la Raza o Hispanidad y la Fiesta de la Guardia Civil. En Yunquera siempre hubo gran devoción a la Virgen del Pilar, en parte motivado por la presencia de mozos del pueblo haciendo la mili en Calatayud y en el mismo Zaragoza.
La fiesta de Todos los Santos el primero de Noviembre se celebraba visitando el cementerio y el Sr. Cura cantaba los responsos acompañado del Sacristán. El cementerio se limpiaba y se adornaba con crisantemos cultivados en los huertos del pueblo y sobre todo en los huertos de los hortelanos. Aún podemos recordar los responsos cantados por el Sr. Cura y el Sacristán:
Requien aeternam dona eis, Domine,
et lux perpetua luceat eis.
Dies irae, dies illa
Solvet saeclum in favilla:
Teste David cum Sibylla.
Quizás es en este momento cuando debamos mencionar cómo se desarrollaban los ritos relacionados con la muerte. La defunción de un vecino de Yunquera se anunciaba con el tañer de las campanas y se distinguía “el clamor” de “las campanadas”. Después se procedía al entierro; llevando la caja por los hombres más próximos al difunto. Hasta que las sepulturas se hicieron de ladrillo y cemento con capacidad para cinco cuerpos, los féretros se enterraban en hoyos practicados sobre la tierra y cuando la caja ya estaba en el fondo, comenzaba el enterramiento arrojando puñados de la tierra extraída con un beso por parte de los acompañantes. Las sepulturas en aquella época eran de tierra y las llamadas perpetuas se fabricaron de ladrillo y la tumba se ponía de mármol o de granito. Durante esa jornada o la siguiente, tenía lugar la misa de cuerpo presente o corpore in sepulto.
Una vez se producía el entierro, se rezaba durante nueve días el Santo Rosario en la casa del fallecido hasta la celebración de funeral o misa de novenario. En esta misa se cantaban las exequias en latín delante de un catafalco colocado en el centro de la iglesia, debajo de la cúpula. El oficiante siempre llevaba todos sus ornamentos litúrgicos de color negro; incluyendo su capa pluvial y los monaguillos, se vestían con sotanas negras, albas blancas y esclavinas también negras. Cada año se celebraba la misa de aniversario. El luto riguroso duraba dos años y durante un año más se mantenía el alivio de luto. Las mujeres dejaban las ropas negras para vestir de color gris y blanco. El luto se guardaba aprovechando los vestidos utilizados hasta entonces, tiñiéndolos de negro en las propias casas. Para ello, compraban unos cartuchos de tinte negro y hervían la prenda en una caldera. Una vez aclarada con abundante agua, se tendía a secar.
Cuando se ha sido testigo de estos eventos desde niño, siempre se ha asociado el canto gregoriano a liturgia fúnebre y los cipreses al cementerio. Es difícil escuchar una salmodia, aunque sea de Navidad, sin recordar el largo funeral en latín y a pocos se le ocurre decorar su huerto o jardín con el bello ciprés, sin evocar los días de Todos los Santos y de Difuntos.
Retomemos el repaso al calendario. Una costumbre no muy arraigada entre los mozos del pueblo consistía en llenar de puches las cerraduras de las puertas durante la noche de Todos los Santos. El día 27 de Noviembre tenía lugar la fiesta de San José de Calasanz pero tan solo se celebraba en la Escuela. Era el día del Maestro. El día 8 de Diciembre, en aquella época se celebraban dos festividades, la Inmaculada Concepción, fecha en la cual Pío XI declaró el Dogma de la Inmaculada Concepción y el Día de la Madre. Se confeccionaban regalos en las escuelas para las madres y en la iglesia por la tarde se celebraban recitales de versos en honor a la Virgen como madre. A los niños en esta conmemoración se nos decía que teníamos tres madres: La Madre del Cielo, La Madre Patria y la madre que nos dio el ser.
Las Navidades nos devolvían las vacaciones que el lejano septiembre nos había quitado... Para los chicos y chicas la nochebuena suponía hacer los nacimientos con musgo, serrín y escorias de carbón que encontrábamos en la vía del tren. Figuras hechas con recortables de papel y con motivos navideños que comprábamos en el estanco del pueblo. Pedíamos el aguinaldo durante los días 24 y 31 de Diciembre y por las noches de esos mismos días cantábamos villancicos tradicionales del pueblo. Nos acompañábamos con zambombas, construidas con pellica de conejo, o vejigas de cerdo, muy tirantes con un carrizo a modo de mástil, el cual, frotado de arriba abajo y de abajo arriba con la mano humedecida, producía un sonido fuerte, ronco y monótono. Con botellas vacías de anís con tenedores y panderetas. En ninguna mesa, durante las pascuas, faltaba el turrón, los mazapanes, el anís, el coñac, las castañas, los higos y las comidas típicas de esta época, el besugo, el cordero, etc. En la iglesia se celebraba la Misa del Gallo y adorábamos al Niño Jesús dándole un beso en la rodilla que el cura limpiaba con un pequeño paño. El día 25, Navidad, se iba a misa y se besaba al niño Jesús. En esos días previos a los Reyes Magos, los chicos y chicas intercambiábamos nuestras fantasías mirando y remirando, los escaparates de las casas de Berjes, Alarillas y Güil...
En diciembre tenían lugar las matanzas. En la mayoría de las casas del pueblo se cuidaba y cebaba a los cochinos durante un año. La alimentación de los vecinos del pueblo, se basaba mayormente en todos los productos derivados del cerdo. Esta dieta era complementada con productos agrícolas y con carnes de animales de corral; incluyendo el ganado lanar que se sacrificaba en el matadero del pueblo. El pescado añadía más variedad a la oferta de la producción propia del pueblo. Éste, venía a Yunquera todos los días, en la camioneta denominada La Lechera. Este medio de transporte, traía mercancías de todo tipo y llevaba la leche producida en el pueblo a Madrid.
Volviendo a las matanzas, todo empezaba con los preparativos del día anterior. Acarreando gavillas de aliagas o aulagas para calentar la caldera de agua; aprovisionando de otras casas los utensilios propios como son: Artesas, trébedes, calderas y maquinillas de picar y embutir chorizos. Durante la noche anterior se picaban las migas para el almuerzo del día siguiente y se dejaban tapadas con un paño húmedo.
A las cinco o seis de la mañana se presentaba el matachín o matarife en la casa. Éste iba vestido con un mono kaki y venía provisto de un cuchillo, un gancho para sujetar la cabeza del cochino a su pierna, una soga para atar y sujetar al cerdo durante el sacrificio. Es verdad que era ayudado por numerosos hombres que antes de salir al campo acudían a la matanza. En el pueblo había varios matachines. El cochino era traído de la corte y postrado sobre un enorme banco de madera y una vez sujeto por los invitados al acto, el matachín procedía a su sacrificio, clavándole el cuchillo por el cuello buscando la forma más eficaz de darle muerte y al mismo tiempo provocando un caudal de sangre que se aprovechaba en un cubo que una mujer no dejaba de batir con el fin de evitar su coagulación. El cochino debía de ser bien desangrado para que la carne se aprovechase mejor. Una ver muerto se depositaba en una gran artesa y con agua caliente se escaldaba la piel; limpiándola de suciedades y afeitándola. Después se abría el vientre y se extraía el menudo para su limpieza, la asadura y el hígado. El centro cortado del vientre se llamaba “el alma”. Una pequeña muestra de la legua se llevaba al veterinario para que decidiera si ese cochino era comestible y si se encontraba libre de la temida enfermedad de la triquina. Una vez limpio el cerdo se suspendía de una viga en un portal o porche durante al menos un día. Colgado el cerdo, era el momento de celebrar con un copioso almuerzo la matanza del año de esa familia. Migas acompañadas de uvas pasas o frescas conservadas en la cámara. Hígado, asadura y bofe troceado y frito. Los hombres partían hacia sus labores en el campo y las mujeres se disponían a limpiar el menudo para preparar las tripas y embutir los chorizos y las morcillas.
Por la noche, al día siguiente, se descolgaba el cochino y se descuartizaba, es decir se sacaban los jamones, las paletillas, los solomillos, las costillas, se obtenía la manteca friendo las piezas donde estaba alojada la grasa; quedando los chicharrones como residuos para hacer resecos en el horno.
Todas las piezas del cochino era conservada por distintos procedimientos: A través de salmuera, adobados o embutidos y colgados en la chimenea al humo del fuego. Las partes magras se picaban para embutir los chorizos que luego se conservaban secos o en manteca. Con la sangre se hacían morcillas, con cebolla o bien con arroz. Según se iban obteniendo los diferentes productos y se iba garantizando su conservación se limpiaban los utensilios y se repartían a sus dueños para tenerlos a disposición de otros vecinos. Es preciso anotar que algún año hubo que lamentar la muerte de un cochino antes de su sacrificio y esto suponía que esa familia se quedaba ese año sin los productos de la matanza. El cerdo, entonces, se utilizaba para hacer jabón.
Otra parte de los cerdos, las vejigas, se secaban hinchándolas como si fueran globos y una vez secas se utilizaban para construir zambombas. Con un bote, al cual, se le habían extraído las dos tapas y una caña de carrizo.
Volviendo al curso del año, nos encontramos en sus postrimerías. En Yunquera se celebraba en familia la cena de Nochebuena y Fin de Año y también se tomaban las doce uvas; escuchando las campanadas de la Puerta del Sol de Madrid, a través de la radio.
Esta PRIMERA CRÓNICA ha resultado muy densa, pero era importante no olvidar que las fiestas y tradiciones más importantes de Yunquera reflejan y configuran su personalidad. El carácter de un pueblo con arraigo.
CRÓNICA SEGUNDA
La vida en el campo, sus trabajos y cosechas.
El trabajo en el campo era durante la década de los cincuenta la ocupación más generalizada en la villa de Yunquera. Durante el mes de Noviembre los labradores sembraban trigo, cebada o avena en las tierras de secano, es decir, en El Monte y en las laderas hasta El Canal. Era de esperar que las lluvias del invierno hicieran nacer y crecer los cereales hasta su cosecha en el mes de Junio. Cuando los labradores iban al Monte, iban para todo el día. Es decir, llevaban comida en sus tarteras y talegos dentro de las alforjas a lomos de las yuntas de mulas. Para saciar la sed llevaban cubas pequeñas de roble y para acompañarse en la comida tomaban vino de su cosecha en botillos de cuero. Trabajaban de sol a sol; regresando al pueblo entre dos luces. En el Monte de Yunquera, crece una flora de monte bajo: Encinas, escasos enebros, jara, tomillo, mejorana, romero, cantueso, líquenes adheridos a los árboles, etc. Los padres traían en las alforjas bellotas cogidas de las encinas para comerlas asadas en el rescoldo de la lumbre. Cortadas en dos mitades se construían perinolas o pirindolas, clavando un palillo en la mitad que conservaba la punta, para hacerla rodar con los dedos sobre una superficie lisa. Al Monte volvían en primavera para escardar; utilizando para ello una hoz y una horquilla de palo. Esta operación consistía en arrancar o segar todo cardo u otra maleza. Si había llovido mucho durante el invierno, la primavera era radiante, tanto en el regadío como en el secano. Plantas, flores y arbustos mostraban un cuadro multicolor: Retamas, flor de malva, hinojo, amapolas, margaritas, manzanilla, avena loca, flor de espino, rosas silvestres, etc.
En primavera hubo años en los cuales venían a Yunquera, los meloneros. Estos labradores eran oriundos de Villaconejos y cultivaban los melones hasta Septiembre en tierras de regadío que les arrendaban los vecinos del pueblo o la finca de Medianedo. Vivían en chozas construidas en los mismos terrenos donde se cultivaban los melones, en compañía de sus familias. Tenían un estilo muy personal de construirlas. Hacían un hoyo del tamaño de la vivienda, con la tierra extraída, construían las paredes y con maderas soportaban la espadaña que configuraba el techo o tejado, cubierto de tierra. Los muebles eran muy rústicos y los transportaban año tras año en camiones. Sillas revestidas de hatillos y soportes de tablas para los colchones. Las chozas disponían de un gran porche, donde convivía la familia y se protegía del sol y de la lluvia. Las cocinas las improvisaban fuera de las viviendas.
En los últimos días de junio tenía lugar, la siega. Cuadrillas de segadores con su mayoral al frente, venidos del Sur de España año tras año, segaban el trigo, la cebada y la avena. El semblante del segador en plena faena reflejaba la dureza de la siega, una de los trabajos más penosos del campo. Llevaban un sombrero de paja, un pañuelo al cuello para secarse el sudor y evitar que el polvo de la mies les produjera picores en el cuerpo. Además de las abarcas y los piales, se protegían los pantalones con unos zahones. En la mano izquierda llevaban la zoqueta de madera, con la cual cogían la mies para, con la hoz en la mano derecha, segarla a brazadas y una vez confeccionado el haz, lo ataban con un hatillo mediante un nudo fácil de desatar en la era. Después esos haces eran hacinados para acarrearlos a las eras para la trilla. El terreno destinado para las eras se preparaba con anterioridad. Había eras empedradas que permanecían año tras año y otras eran improvisadas sobre un terreno cercano al pueblo; apisonándolo con un rodillo de piedra que mediante un eje, era arrastrado por las caballerías. De este modo, el terreno, quedaba totalmente plano y endurecido, listo para desarrollar todas las faenas que la era requería. A pesar de las duras jornadas en el tajo, los segadores acudían a La Casilla para ver a las chicas que a esas horas acudían por agua a la fuente con los cántaros en la cadera.
La comida de los segadores, era transportada en las aguaderas a lomos de una borrica o mula por los labradores para los cuales estaba segando la cuadrilla. Durante la siega, las mujeres en las casas de labor estaban muy atareadas, con la preparación de los almuerzos, comidas y cenas de los segadores. Para desayunar patatas fritas y huevos, para la comida cocido y para la cena judías blancas.
Una vez concluida la siega, comenzaba la trilla. De madrugada acarreaban las mieses del campo a las eras para preparar la parva. Cuando los rastrojos quedaban limpios de mies, las espigadoras recogían las espigas de trigo o de cebada que los segadores habían dejado después de segar. Para transportar la mies, se servían de los carros tirados por mulas de varas y de tiro. Los carros eran entalamados con unas mallas de cuerdas en una armadura de palos para aumentar el volumen de la mies a transportar. Con las mulas enganchadas debidamente, el labrador que las guiaba, utilizaba una jerga que los animales entendían muy bien y le obedecían al pie de la letra. Si el arriero gritaba, “güesque”, “riá”, “so” o “arre”, las caballerías se movían, a la izquierda, a la derecha, se paraban o comenzaban a andar. A veces y sobre todo en verano, estos animales se veían acosados por los tábanos, insectos que les abrían otro frente de atención con sus sangrantes picaduras.
En el otro campo, en el regadío, los trabajos eran más variados ya que las cosechas se sucedían con más rapidez y el riego sobre todo en verano, aumentaba los trabajos de los labradores. Una vez obtenida la cosecha de trigo o de cebada, el rastrojo se regaba y se araba; convirtiéndolo en barbecho, para sembrar en el mes de Julio patatas que serían recolectadas en el mes de Noviembre. El cultivo de las patatas requería, el riego, el arado, el azufrado y escardado. Tareas que se desarrollaban durante los meses de Julio hasta Septiembre.
Ya en la era, los haces, después de su acarreo, eran desatados y esparvados con horcas de madera para facilitar la trilla. Ésta se llevaba a cabo a lo largo de todo el día. La mies se trillaba con trillos de discos y con trillos de pedernal, ambos arrastrados por mulas; girando continuamente sobre la parva. La tarea de trillar era realizada mayormente por los trilladores, chicos jóvenes hijos de labradores o bien jornaleros de temporada. La parva se volvía dos o tres veces durante el día con horcas y palas, para garantizarse que toda la mies era triturada. Al atardecer, la mies una vez trillada, se recogía con el rastro tirado por una mula en un montón, ayudado por rastrillos de mano por el resto de los miembros de la casa de labor. Llegado este momento es preciso constatar que la mayoría de las casas de labranza de este pueblo eran explotaciones familiares y una minoría eran casas de labradores con criados ajenos a la familia. Los jornaleros echaban la temporada de agosteros para el tiempo de la cosecha o el año completo con el “tío” tal o el “tío” cual.
La mies así amontonada quedaba a la espera de que una noche sin viento o con viento favorable, fuera arvelada (aventada) con la máquina de arvelar (aventar), movida a manivela o con un motor eléctrico. Esta arveladora (aventadora) separaba la paja del grano y proporcionaba también las granzas (pajas donde se encontraba un nudo que por su peso caía en un tercer lugar). Las arveladoras (aventadoras) más avanzadas llenaban los sacos de grano directamente y las menos evolucionadas arrojaban el grano al suelo. En este caso los sacos eran llenados con la ayuda de la media fanega y del celemín, ambos recipientes servían de unidades de medidas. El trigo así envasado se transportaba en los carros al Servicio Nacional del Trigo. La cebada y la avena eran transportadas a los graneros para comida de las caballerías y animales del corral como gallinas, conejos etc. La paja obtenida se transportaba a los pajares utilizando un entalamado especial en los carros y ayudándose de las horcas y bielos (bieldos) de madera. La trilla se realizaba siguiendo un orden de preferencia y todos los años el mismo. En primer lugar el trigo, más tarde la cebada y por último la avena, de esta última con una parva el último día de trilla era suficiente para obtener la totalidad de la cosecha. Sin embargo la avena era la primera que se acarreaba, porque durante la recolección servia de establo o cuadra y de comedero para las caballerías. Y por este motivo era la última parva que se trillaba. Cada noche dormía allí un labrador que cuidaba de la era y al mismo tiempo echaba de comer a las caballerías a media noche.
Durante los meses de la trilla, Julio y Agosto, las mujeres de los labradores echaban una clueca o culeca para que empollara o incubara los huevos, dentro de estas fechas y así llevar los pollos a la era; haciendo un hueco en la hacina de la avena para cobijarse por las noches y durante el día se alimentaban del abundante grano. Estos pollos, una vez capados servían de plato navideño, en suculentas pepitorias, se les llamaban capones y su destino era, casi siempre, las celebraciones de las Navidades. Un solo pollo se dejaba sin capar para que se convirtiera en el gallo del corral para fecundar las gallinas y de esta manera, los huevos eran válidos para sacar pollitos. Algunos de estos pollos, lucían brillantes plumajes rojizos, negros y dorados; anunciando con su canto, cada día, la salida del Sol y desafiando al corral entero, que era él, el verdadero rey del corral, el gallo.
Volviendo a la recolección, cuando el carro acarreaba el último viaje de haces de trigo, el labrador que llevaba el caro con la tralla de vara de fresno y cuerda de badana trenzada, colocaba una rama de chopo detrás de la carga; celebrando de este modo el fin del acarreo. Una vez trillada y recogida la última parva de uno de los cereales, había que barrer la era con escobas de mijo, para que la parva siguiente de cebada no se mezclara con la anterior de trigo. A estas tareas acudían las mujeres de las casas de labranza y su presencia aportaba un cierto ambiente de fiesta por concluir una etapa de la recolección. En esta época se cosechaban también, los garbanzos, trillados en la era.
Al mismo tiempo se sembraban algunas parcelas de alfalfa o forraje para las vacas del pueblo. Durante el verano se regaba con frecuencia y con una guadaña, se segaba. Esta operación nos impresionaba mucho a los chicos del pueblo; asociando la enorme guadaña con el principal símbolo de la alegoría de la muerte. Cuando llegaba el otoño, la alfalfa se empacaba en pacas o fardos y se transportaban al pueblo para servir de alimento al ganado vacuno durante el invierno. Se empacaba con un simple cajón o con una máquina de empacar; atándose las pacas con tomizas.
El final de la recolección coincidía con el comienzo de las fiestas de pueblo. A continuación se vendimiaba, transportando las uvas a los cocederos en cuévanos. Los propios labradores las pisaban; obteniendo el mosto y cosechando su propio vino. Una primicia de este vino joven y bajo en graduación lo denominaban rasquete y era el residuo de lavar el cocedero con la casca y el residuo del racimo. La cosecha de vino en los años cincuenta se podía considerar como para el gasto de las familias de labranza. No obstante, en el pueblo quedan restos que han sido testigos de cosechas más importantes. En casi todas las casas de labranza existen bodegas con numerosas y grandes tinajas. Aunque las cosechas no eran muy abundantes, también se rebuscaba después de vendimiar, los pequeños racimos de uvas y las garpas para obtener, al menos unos postres, aquellas personas que no disponían de viñas. En esta época ya se constataba que era el labrador más antiguo de cada familia, el que se ocupaba de la poda injerto y cuidado de la viñas y olivos.
Yunquera no se destacó como productora de fruta. Los árboles frutales se plantaban en huertos para el consumo de la familia. Higeras, membrillos, cerezos blancos y rojos. Algunos terrenos sí se destinaron a frutales: Manzanos, perales, etc. Los nogales eran típicos en muchos lugares. En el llamado Portillo, había una gran noguera que servía de sombra en verano. El subirse a ella era uno de los deportes preferidos de los chicos. Aún recuerdo cómo se podía contemplar el ocaso; llegando al final de la calle de La Seda, después de haber llovido. La noguera surgía en el centro de una gran balsa de agua; donde se reflejaba el rojizo atardecer.
En Octubre, tenía lugar la cosecha de las judías. Se cogían en sacos y se llevaban a las eras para secarlas al sol y con horcas apalear las vainas y así obtener la legumbre una vez aventanda. Las patatas se recolectaban en Noviembre o Diciembre. Suponía una de las tareas más penosas del campo, sobre todo cuando venía un invierno lluvioso; acarreando las patatas envasadas en sacos, mediante carros tirados por mulas a través de caminos embarrados. A veces, cuando el transporte había que demorarlo, las patatas se amontonaban en el mismo terreno y se cubrían de matas y tierra para evitar que se helaran por la noche. En los días fríos de la recolección, se encendían lumbres en el campo con las matas secas y se asaban patatas en el rescoldo. Las matas de patatas producen, al quemarse un humo muy blanco y en los días donde el viento estaba en calma, el campo presentaba un ambiente familiar envuelto en una suave niebla.
El año concluía con la recogida de la oliva. Faena ésta muy dura por los fríos del mes de Diciembre y Enero. No se vareaban, sino que se cogían ordeñando las ramas con una espuerta de esparto colgada del cuello. Las lumbres en el olivar aliviaban un poco el frío de las manos. Algunos sabañones se cosechaban también en ellas.
Acabamos de hacer un recorrido por las tareas del campo que los labradores enlazaban unas con otras a través de las cuatro estaciones del año. Fueron los labradores aquellos que dieron a Yunquera el prestigio de pueblo eminentemente agrícola y gran productor de patatas y cereales sobre todo trigo y cebada. Algunos refranes acompañaban al labrador en su recorrido por el devenir del clima y de las cosechas: “Cuando Marzo mayea, Mayo marcea”. “Hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo”. “Año de nieves, año de bienes”. “Agua del cielo, no quita riego” y “En Abril, aguas mil”.
En todas estas faenas del campo, estaba presente el perro. En el pueblo no había muchos perros de raza, salvo galgos que competían en concursos caninos fuera de Yunquera, pero en cada casa de labor había uno o dos perros que, además de ayudar a los pastores a conducir los rebaños, acompañaban a los hombres todos los días al campo y permanecían al lado de los enseres del labrador y mientras los hombres araban, los perros guardaban el hato.
Esta SEGUNDA CRÓNICA, nos sitúa al chico de Yunquera de los años cincuenta, ante el dilema de elegir, si su futuro estaba en el campo o fuera del pueblo. Las haciendas se dividían y ya no permitían sustentar a todos los nuevos herederos. Su participación en las tareas de la labranza, desde niños o adolescentes; ayudando en las faenas del campo, sirvió, al menos, para conocer cómo podría ser su futuro.
CRÓNICA TERCERA
La cultura, sus manifestaciones.
Las diversiones.
Al margen de las fiestas religiosas y las costumbres típicas del campo, este pueblo tenía sus manifestaciones de tipo cultural que se desarrollaron como expresión de un pueblo vivo que pronto iba a despegar hacía un progreso que le transformaría para siempre. La Escuela en estrecha colaboración con la Iglesia, fomentó la actividad cultural donde se cultivaba el teatro y sobre todo la rapsodia. El día de la madre, que entonces se celebraba el día 8 de Diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, tenían lugar unas ofrendas en la iglesia pero preparadas en la escuela, donde las niñas recitaban largos poemas dedicados a la madre que eran la delicia de todos los vecinos del pueblo. En el recinto de palacio, donde estaban ubicadas las escuelas, en no pocas ocasiones se representaron obras de teatro y zarzuelas acompañados por una improvisada pianista del pueblo.
Con motivo de la presencia de unas monitoras del Frente de Juventudes durante un verano, dejaron con su arduo trabajo un sinfín de actividades de tipo artesanal, deportivo y folklórico. Como broche de oro de esta presencia, se desarrollaron tablas de gimnasia, exposición de trabajos manuales, labores tradicionales y sobre todo una escuela de disciplina complementaria de la labor de la escuela.
Durante estos años, la inquietud cultural de un párroco llevó al escenario del salón de baile y de cine, que estaba ubicado en plaza de La Casilla, una serie de obras de teatro que eran el orgullo de los vecinos del pueblo. Eran interpretadas por hombres y mujeres de Yunquera por jóvenes y no tan jóvenes. Era el resultado de muchas noches de ensayo, después de concluir las faenas del campo y los diversos oficios de la gente del pueblo. Fueron interpretadas obras como La Mordaza de Alfonso Sastre, Mosquita en Palacio, un Auto Sacramental sobre la Navidad, una obra interpretada por los chicos de la escuela que no recuerdo el título pero que venía a ensalzar el sacerdocio por encima de todos los demás oficios del pueblo. Todos los alumnos de esa década recordarán qué personaje interpretaron. El labrador, el pescador, el maestro, el militar, etc. Y al final de la obra es el mismo rey quien ciñe su corona al sacerdote y le otorga su cetro; postrándose ante él. La representación acababa cantando todos el “Hogar de la almas, parroquia querida...”
En los años cincuenta el cine ya había hecho su aparición en Yunquera. En el salón de La Casilla se proyectaban, en principio los domingos y más tarde también los jueves películas con tres cortes o rollos ya que el equipo de proyección no permitía su proyección continúa.
Cuando la proyección se consideraba con reparos, las personas de Acción Católica se encargaban de no recomendar la película a menores. Estas películas, no toleradas, tampoco eran vistas por personas que deseaban seguir las recomendaciones morales de la Iglesia Católica. Recuerdo que los chicos solíamos “colarnos” al cine a través de algún mayor debajo de su pelliza o abrigo... En esos momentos, el propósito era entrar al margen de la censura. Películas de aquella época, recuerdo para mayores: Surcos, Piel canela. Para todos los públicos La carga de los jinetes indios, Marcelino Pan y Vino, Las Apariciones de Fátima, El rey de la carretera, Quo Vadis, etc. De forma itinerante también vino un cine ambulante que proyectó algunas películas en la plaza de La Casilla, donde debíamos de llevar una silla de casa para sentarnos. De aquella época recuerdo la película El ojo de cristal.
También venían cuadros folklóricos interpretando la copla y canción española de la época. Sin olvidar algún número circense y de humor. Las diversiones de las gentes del pueblo se reservaban para los domingos y fiestas de guardar. Los chicos y chicas más pequeños solían concentrarse en La Casilla cerca de los confiteros o jugaban por el pueblo. Los jovencitos iban al cine a la sesión de la tarde y a partir de las nueve se celebraba baile en el mismo salón y si era verano el baile se celebraba al aire libre en La Casilla. El Domingo, solíamos hacernos los encontradizos con tíos y abuelos, por la calle, para conseguir alguna propina. En las fiestas señaladas se traía una orquesta de fuera, para amenizar el baile. Recuerdo que uno de estos conjuntos estaba formado por ciegos y que una noche, cayeron al canal, dentro del coche en que viajaban; saliendo todos ilesos. El paseo por la carretera de Mohernando era frecuente. Allí tenían los primeros encuentros los chicos y chicas. Las parejas de novios elegían este paseo u otro a lo largo de la carreterilla del canal.
Aunque el acontecimiento que menciono después, no se puede considerar como cultural, sí supuso una ceremonia de homenaje indirecto a la mujer y a la mujer yunquerana. La ceremonia de la entrega de la Bandera de la Acción Católica al pueblo de Yunquera. Para esta efemérides se engalanó una joven vestida con un traje negro, tocada con peineta y mantilla, con una banda que en su extremo encajaba el mástil de la bandera. Con la insignia de la Acción Católica, bordada en oro y plata sobre un fondo amarillo, color de la Santa Sede. No puedo precisar si quien vino para ese acto fue o no el Sr. Obispo de la Diócesis.
No podemos olvidar la importancia de la Radio en los años cincuenta. Este elemento de comunicación y de información, llenaba la vida cotidiana de los yunqueranos que en estos años ya disponían de este aparato en su casa. Sin embargo para los vecinos del pueblo era considerado un motivo de diversión, sobre todo, cuando una familia estaba de luto por la muerte de un ser querido, la voz de la radio era acallada durante el rigor del luto, dos o tres años. No obstante, mientras se trabajaba, la radio servía de compañía en los talleres de modistas y bordadoras y acompañaba a las mujeres en las tareas del hogar. Los hombres escuchaban sobre todo los partes, que así se llamaban a los noticieros como herencia de los partes de guerra. En estos noticiarios de Radio Nacional de España, se informaba de las noticias del momento. En aquella década pudimos escuchar cómo la princesa Isabel de Gran Bretaña, viajaba a Johannesburgo y Ciudad El Cabo, allí le sorprendió la muerte de su padre el Rey Jorge VI. La princesa abandonó Inglaterra siendo aún princesa y a su regreso se había convertido en la Reina Isabel II. Otra noticia de la época fue la llegada a Barcelona del buque Semíramis con trescientos prisioneros españoles repatriados de la URSS. Las noticias se escuchaban sólo en Radio Nacional de España y los noticiarios terminaban con las palabras de: “Caídos por Dios y por España ¡Presentes!”. Cuyas palabras quedaban envueltas por el himno nacional. El locutor David Cubedo, era el encargado de poner su verbo a estos partes, considerado como “La Voz de España”. La inauguración de la basílica de la Santa Cruz del Valles de los Caídos, el Congreso Eucarístico de Barcelona y la llegada del presidente Eisenhower de América del Norte, fueron otras noticias que los chicos escuchábamos sin comprender exactamente el alcance de las mismas. Estos aparatos de radio se llamaban: Telefunken, Marconi, Clarion...
En Yunquera se sintonizaban Radio Nacional de España, Radio Madrid, Radio Intercontinental, Radio Juventud, Radio Guadalajara, Radio España, etc. Los programas de radio llenaron toda una época y reunían a la familia al alrededor del brasero: Pepe Iglesias “El Zorro”, “Matilde Perico y Periquín”, Bobby Deglané en concursos de canciones noveles, programas patrocinados por Cola Cao que inmortalizó la canción de : “Yo soy aquel negrito del África tropical...”. Otros programas con gran audiencia fueron: “Ustedes son formidables”, “El consultorio de Doña Elena Francis “, “La portera y sus vecinos”, por la tarde, “Mercedes y Eduardo” al mediodía y tantos otros. Locutores como José Luis Pequer y Matías Prat eran las voces más admiradas. Éste último amenizaba las tardes de los domingos con la retransmisión de los partidos de fútbol. Referente al fútbol, recuerdo de muy pequeño, haber ido andando con un tío mío, a Fontanar a sellar los boletos de las quinielas. En un bar al mismo tiempo que yo tomaba un baso de gaseosa, mi tío cumplimentaba el documento con los unos, doses y equis.
Los seriales radiofónicos de Guillermo Sautier Casaseca, Soledad Bravo Adans. Las radionovelas: “Ama Rosa”, “Lo que nunca muere”. “Una sombra entre los dos”, “El Zamarrilla”, “La segunda esposa”, etc. Evidentemente, a través de la radio, se escuchó, toda la Copla y la Tonadilla. Concha Piquer Antonio Molina, Marifé de Triana, etc. Al final de la década se hicieron famosos Joselito y Marisol. Las peticiones del oyente y las retransmisiones deportivas completaban el panorama del entretenimiento familiar. Dentro de peticiones del oyente, casi siempre de Radio Guadalajara, se dedicaban canciones, cuentos infantiles y recuerdo que me impactó sobremanera el romance de La Chata, composición de Rafael Duyos, en honor de la Infanta Isabel de España y Princesa de Asturias, hija de Isabel II y hermana del Rey Alfonso XII. Radio Andorra completaba con su singular ritmo de voz la oferta radiofónica. En el campo de la publicidad o propaganda como se le llamaba en la época, algunas canciones transcendieron aquellos años y aún nos recuerda el ingenio de los publicistas de aquella oferta radiofónica:
Yo soy aquel negrito,
del África tropical,
que cultivando cantaba,
la canción del Cola Cao.
Y como verán ustedes,
les voy a relatar,
las múltiples cualidades,
de este producto sin par.
Es el Cola Cao,
desayunos y meriendas.
Es el Cola Cao desayunos
y meriendas sin par.
Lo toma el futbolista,
para entrar goles.
también lo toman,
los buenos nadadores.
Lo toma el ciclista,
se hace de la pista.
Y si es boxeador,
boxea que es un primor.
Anuncio de una zapatería ubicada en la calle de Toledo de Madrid.
Zapatitos, zapatitos,
que de La Corona son.
Que repican en la acera
y alegran mi corazón.
Una de las primeras marcas españolizando el producto que venía de América del Norte.
Gallina Blanca hace buen chicle,
Gallina Blanca para mascar.
En globitos es refrescante,
Gallina Blanca para mascar
A Yunquera también llegaba por correo la prensa. Se trataba de familias que estaban suscriptas a tal o cual periódico. Recuerdo haber jugado de pequeño con El Arriba, El Ya, El ABC, La Nueva Alcarria, Flores y Abejas y El Buen Amigo. Este último era una hoja parroquial que editaba el Obispado de Sigüenza y que vendían las chicas de Acción Católica, los domingos de casa en casa. Más tarde, se sustituyó por El Eco, también de la misma naturaleza y origen. Había cierta afición a leer El Caso que se compraba en Guadalajara. Sobre todo si habían publicado algún caso relacionado con la provincia. En Yunquera, al final de los cincuenta hubo que lamentar un crimen que ahora no recuerdo si El Caso se hizo eco...
Al llegar el verano, tenía lugar un fenómeno socio-cultural que se repetía año tras año. Procedentes de Madrid, llegaban los veraneantes. Eran personas cuyos antepasados habían nacido en Yunquera y que estaban instalados en Madrid; trabajando los mayores y estudiando los pequeños. Durante los tres meses de estío, convivían con las gentes del pueblo y pudimos observar sus costumbres y modos de vestir, diferentes a los hombres y mujeres del pueblo, entregados a las tareas de la recolección en esta época del año. Durante aquellos veranos vimos las primeras mujeres vestidas con pantalones y algunos hombres iban y volvían los fines de semana de Madrid a Yunquera en Vespa. Salvo puntuales excepciones, los veraneantes, tanto las personas mayores como la juventud, se mantenían en núcleos sociales separados, si no había vínculos familiares. Mientas los chicos del pueblo se bañaban en el canal, los veraneantes, chicos y chicas, se bañaban en su piscina...El apelativo de paleto, marcaba una diferencia significativa entre el huésped de la capital y el vecino del pueblo.
En esta CRÓNICA TERCERA, queda de relieve que Yunquera era una villa, en la década de los cincuenta, con una cultura generada en el seno del mismo pueblo, con la poca influencia exterior que le proporcionaba la radio que era el único medio de información. Si descartamos las iniciativas culturales de la parroquia a través de la Acción Católica y del propio cura, los maestros y el ayuntamiento no fomentaron ateneos que nos hubieran dado más riqueza cultural. Ejemplo de ello es que en aquellos tiempos ya Camilo José Cela había escrito su Viaje a la Alcarria. Y en la comarca de la otra margen del río Henares, La Campiña, ni sabíamos que Don Camilo existía. A pesar de todo, ni la presencia de veraneantes durante los meses de estío, influyó en el desarrollo de sus diversiones y de sus manifestaciones culturales. También es verdad que ni la provincia ni la región aportaban unas muestras de identidad cultural muy relevantes.
CRÓNICA CUARTA
El pueblo, sus calles, sus plazas y sus fuentes.
El tratar de recordar cómo era físicamente este pueblo en los años cincuenta, es fácil si se asocian los lugares a la vida y actividad de sus gentes, sobre todo los niños y adolescentes, que quizás sean los que más capacidad tienen para observar y retener.
La imagen del pueblo que recuerdo era rústica y austera pero no mísera ni pobre. Sus calles eran de tierra, más tarde se construyeron aceras. La carretera comarcal cruzaba el pueblo y era la única calle asfaltada. Con frecuencia pasaban alquitraneros y máquinas apisonadoras reparando el firme con arena, grava y alquitrán licuado a gran temperatura en enormes cisternas. La carreterilla de la estación también se asfaltó en aquellos años, pero aún la recuerdo llena de barro y charcos de agua al subir al pueblo de noche y en invierno, cuando veníamos de Guadalajara. Durante el invierno, los labradores llenaban de paja las calles, para que empapara el barro y el agua y una vez recogido, sirviera para producir futuro estiércol que abonara las tierras de labor.
Las casas en general eran construidas de tierra prensada, ladrillos y adobes. La mayoría eran de una planta aunque disponían de la cámara y de la bodega. Otras casas, aunque antiguas estaban construidas de ladrillo y cemento con balcones y con dos plantas.
Como edificios importantes y públicos, dos son los que realmente se mantenían del pasado: La iglesia y el palacio. La iglesia restaurada en los años cuarenta y concluida con la instalación de otros altares durante los cincuenta. El palacio de los Mendoza, disponía de un artesonado de madera en los techos interiores y exteriores muy bien conservados, pero sobre todo lo más bello que se conservaba, era una galería de dos plantas, soportada por una columnata de piedra con capiteles labrados y con escudos heráldicos esculpidos sobre alguno de ellos. En el patio se representaron obras de teatro. Y en este mismo palacio estuvo instalada la escuela. Parte de sus sótanos sirvieron de almacén de patatas. Al lado del palacio, se construyó con la colaboración del pueblo, la Casa Cuartel de la Guardia Civil. Los mismos chicos veníamos montados sobre los carros de arena y grava, procedentes del río.
En la iglesia, en su fachada Sur, como en todos los templos de España, se exhibían unas placas de mármol o de piedra dedicadas a José Antonio Primo de Ribera y a José Calvo Sotelo. Y más hacia el rincón que hace la fachada en la parte derecha del templo, había instalado un altar de mármol blanco con una palmera a cada lado y a través de una escalera se accedía al pie del ara. En su frontal y bajo el enunciado de “Caídos por Dios y por España”, se relacionaban una larga lista de caídos durante la guerra civil, de 1936 a 1939. Esta relación estaba encabezada por dos sacerdotes. Todo el conjunto se encontraba vallado con una verja; franqueándose el monumento a través de una puerta. Este monumento y el resto de la calle de la Iglesia, servían para que los chicos jugáramos a las cuatro esquinas, antes de comenzar la novena o el rosario.
Cualquier chico o chica de la época puede recorrer las naves de la iglesia recordando y añorando las veces que asistimos a misas, novenas, rosarios, confesiones, comuniones, confirmaciones etc. Aún podríamos escuchar toda la liturgia en latín. En las procesiones sacramentales y en las exposiciones del Santísimo Sacramento, se entonaban los himnos: El “Pangé lingua” y el “Tantum ergo”.
Entrábamos
habitualmente por la puerta del Sur que se consideraba como la principal, donde
se encontraba una imagen de San Pedro, que en aquella época estaba sin cabeza.
Después de cruzar el atrio y una vez dentro del templo, se tomada el agua
bendita en la pila adosada a la primera columna, accediendo a la nave de la
epístola. Allí se hallaba un altar con un gran lienzo de la Aparición de Ntra.
de la Granja al pastor Bermudo. Después había un confesionario y muy cerca,
ceñida a una de las cuatro columnas que soportaban la cúpula del templo, había
una escalera para acceder al púlpito, desde donde se predicaba. Más adelante encontrábamos
el altar de San Cayetano con San Luis Gonzaga y San Roque a cada lado. Con la
puerta de la sacristía se daba fin a esta nave. Superando un escalón se accedía
a un ábside que constituía una capilla dedicada a la Purísima Concepción de
María, con frescos alusivos a la Anunciación y motivos decorativos del régimen
de entonces.
La
nave central venía soportada por cuatro grandes columnas; finalizando en una
gran bóveda de crucero, engalanada por cuatro medallones con los cuatro evangelistas.
La bóveda de la nave central remataba en el presbiterio y en el altar mayor. El
altar tenía un retablo de escayola con un gran cuadro de San Pedro en el lugar
más alto. Tres nichos albergaban a San Pedro en el centro y a Santa Águeda y Santa
Lucía a los lados. A nivel del suelo había dos pequeños altares con dos nichos
que albergaban una imagen de Jesús Resucitado y Ntra. Sra. de los Milagros o Milagrosa.
El altar mayor, un poco separado del
retablo, disponía de un nicho para exponer la custodia en las ceremonias de la
exposición del Santísimo; accediéndose por una doble escalerilla en sus parte
posterior. A cada lado de este expositor, había dos imágenes de los Sagrados
Corazones de Jesús y de María. En este altar mayor, estaba situado el sagrario cubieto por unas cortinillas de
encaje tapado por una de las tres sacras que había en todos los altares. La central,
delante del sagrario, lado del evangelio a la izquierda y lado de la epístola a
la derecha. Siempre mirado desde el lado de los feligreses.
Abandonando
la nave central llegamos a la nave del lado del evangelio, encabezada también por un ábside en
cuyo altar se situaba una imagen de Cristo Crucificado, Ntra. Sra. de los
Dolores y Santa Rita. En el centro del altar y a los pies del Cristo, se encontraba
una imagen de la cabeza del crucificado coronada de espinas. Siguiendo la nave del lado del evangelio, encontramos
otro altar gemelo enfrente al de San Cayetano, con imágenes de la Virgen del
Carmen, el Niño Jesús de Praga y el Santo Ángel de la Guarda. A continuación se
instaló el altar con la imagen de María Auxiliadora y muy cerca de la pila del
agua bendita de la puerta norte, podíamos contemplar el altar de Jesús de
Medinaceli, construido por el carpintero del pueblo. Entre los altares de Ntra.
Sra. del Carmen y el de María Auxiliadora había otro confesionario, aunque
menos utilizado. Estos confesionarios, eran inspeccionados por el Sr. Obispo,
en su visita pastoral; tocando con sus manos las celosías de las ventanillas
por donde, generalmente, se confesaban las mujeres.
Dejando
a nuestra derecha el altar de Jesús de Medinaceli, llegamos a la puerta del norte. Aunque esta puerta no se la consideraba como
la principal, está muy bien ornamentada. Dispone de dos columnas de una sola
pieza soportando capiteles dóricos, que armonizan perfectamente con el arco
plateresco, prestando su hueco a unas puertas de cuarterones muy bien labrados
en madera. Un triángulo coronado por tres torretas, enmarcan la figura en
bajorrelieve del Dios Creador. Accediendo de nuevo a la iglesia, finalizaba
la nave del evangelio en el baptisterio, disponiendo de una pila bautismal de piedra situada en el
centro de la bóveda, y un pozo cuyo brocal se había esculpido en una sola
pieza. De este pozo, se sacaba el agua para bautizar a los yunqueranos y para
los menesteres de la iglesia. Ya en la parte posterior del templo, estaba el
coro o tribuna; accediéndose por la misma escalera de caracol, que ascendía
hasta lo más alto del campanario, ubicada en la parte posterior del templo,
próxima a la puerta orientada hacia el mediodía.
La hermosa torre, siempre tuvo un embrujo especial para los chicos de Yunquera, sobre todo cuando en fiestas señaladas, nos autorizaban a subir y volear (voltear) las campanas. El ascender hasta el campanario a través de la escalera de caracol y poder contemplar el pueblo y el término municipal, suponía una inenarrable experiencia y una satisfacción como yunquerano. Allí los más atrevidos subían hasta la bola de la veleta. No obstante, el campanario con sus campanas ya era una buena meta conseguida. El campanario dispone de una bóveda de piedra soportada por nervios, que más tarde pudimos estudiar en arte que eran de estilo gótico.
El Ayuntamiento, situado en La Casilla, era un edificio en cuya planta baja había un bar y por una calle lateral se accedía a la primera planta, que es donde se encontraba la Corporación Municipal. Un enorme balcón se asomaba a la plaza. Allí tocaban los músicos durante los bailes nocturnos de la fiesta.
Un edificio vistoso y de construcción vanguardista, para su tiempo, fue la casa del médico de la Seguridad Social, donde habitaba con su familia y pasaba la consulta. Esta casa estaba situada en la confluencia de las carreteras de Humanes y Málaga de Fresno. De casas particulares solo llamaba la atención un chalet situado a la salida del pueblo por la carretera de Mohernando. Se trataba del chalet de los filipinos.
El pueblo en esa época disponía de dos fuentes principales que abastecían de agua potable para beber. Una estaba situada en La Casilla, tenía una solo grifo y había que pulsar una palanca para que saliera el caudal. En esta fuente solía hacerse cola para llenar los cántaros ya que este agua se consideraba más suave que la otra. Esta fuente está ligada al cortejo de los chicos a las chicas de Yunquera. Al atardecer entre dos luces, las mocitas, llevaban el agua desde la fuente a su casa con el cántaro apoyado en la cadera. De La Casilla a su casa y de su casa a La Casilla, precisamente cuando más chicos había en esta plaza. Yunquera a esas horas, siempre tuvo muchas necesidades de abastecerse de agua en las casas...
La otra fuente, la de abajo o la de los Cuatro Caños, aunque solo se accede a tres de ellos, el agua era considerada más gruesa pero en verano se utilizaba mas por su frescura. Sobre todo se procuraba que, cuando los hombres venían del campo, no faltara el botijo lleno de agua recién traída de la fuente de abajo. Esta fuente al disponer de un gran pilón, se utilizaba como abrevadero para las caballerías y las vacas. Este pilón tenía otra utilidad menos doméstica y sin embargo más tradicional. Cuando venía algún forastero sobre todo a echarse novia en Yunquera, acababa en el pilón como tributo pagado por llevarse una chica del pueblo. También acababan en el pilón aquellos visitantes cuyo comportamiento no estaba de acuerdo con los mozos del pueblo... Al lado del pilón se encontraba el antiguo lavadero, donde las mujeres debían de lavar postradas de rodillas. Antes de concluir la década de los cincuenta, se construyó uno nuevo que aún se conserva en la actualidad. Otra fuente llamada del Sobrante se encontraba a la salida del pueblo en el camino de la Soledad. Su agua se vertía a La Royá. Este pequeño arroyo rodea al pueblo de Oeste a Este y desemboca en el río Henares.Su apelativo no hay duda que es un localismo que se deriva del inesistente femenino de arroyo, arroya o arroyuela, aunque esta última, se refiere a una planta, llamada también, silicaria. Y por último, otra fuente con un enorme estanque, se encontraba dentro de la huerta de palacio. En algunas ocasiones se utilizaba como fuente de abastecimiento. Disponía también de un pequeño lavadero. Este agua parece que venía de unos manantiales de la ladera por encima del canal.
En general el aspecto que las calles del pueblo reflejaban, era de una villa muy agrícola y en menor proporción también ganadera. Había cuadras de vacas ubicadas dentro del mismo pueblo pero cada casa disponía de su correspondiente corral con sus gallinas, cerdos, conejos, palomas, patos etc. Cobijándose en jaulas, cuadras, cortes y gallineros. En la actualidad, al menos exteriormente, aún se conservan casas con esa imagen.
Podemos hacer un recorrido imaginario por las calles del pueblo volviendo al pasado. Si es de noche tendremos que tener cuidado porque las luces de las esquinas no eran muy potentes, ni tampoco muy abundantes. No obstante, de día veremos mejor los edificios y además observaremos el ambiente...
Si subimos de la estación, dejaremos a nuestra izquierda, la vía muerta, rodeada de acacias y nos encontraremos un paseo muy lago con escasas edificaciones a su izquierda y el Tejar de Abajo a su derecha. Nos acompañarán a lo largo del recorrido, las moreras. Si es primavera, podremos degustar de varias clases de moras y también vendremos con alguna mancha en nuestra ropa...Las hojas de estos árboles, era la comida de los gusanos de seda que los chicos criaban de un año para otro; contemplando y viviendo con mucha ilusión la metamorfosis del gusano y la mariposa. Antes de entrar en el pueblo, dejaremos las Eras de Abajo a la derecha. ¡Ah!, y en primavera, las acacias proporcionaban el pan y quesillo, éste fruto en flor, nunca supe porqué se llamaba así y porqué nos lo comíamos...
En este Paseo de la Estación, encontramos un enorme tejar, donde fabrican ladrillos y tejas y más adelante una serrería muy importante sobre todo de chopos producidos al lado del río. Antes de llegar a la calle Real, habremos dejado tres casas muy grandes y bien construidas: El Hotel, un gran chalet contiguo a la serrería. La Casa del Médico, una casa grande de dos plantas, ubicada en el centro de un enorme jardín. Una puerta metálica con una campanilla, daba acceso a un paseo a través de un entramado metálico poblado de lilas, hasta la puerta del consultorio vivienda del médico. Por último, La Granja era una gran finca con casa de dos plantas, patios, jardines, piscina y unas grandes instalaciones avícolas. Las Escuelas de Abajo y El molino, se encontraban, también, en esta calle.
La calle Real es una de las calles más largas del pueblo. Esta calle hace su recorrido desde Santa Lucía, entrada al pueblo viniendo de Fontanar, hasta el Sobrante salida de la Soledad. En ella se podía comprar pan en dos tahonas con horno propio, había dos tabernas, uno de los comercios, el parvulario mencionado en otra crónica y la fuente de los Cuatro Caños. También estaban en esta calle dos de los despachos de leche procedente de otras tantas vaquerías. Aunque la leche producida era enviada a Madrid, el pueblo se abastecía de estos despachos. La leche obtenida cada día, del ordeñado de las vacas, se medía en azumbres y se vertía en grandes cántaras de cinc, para su distribución. En esta calle, también, existió una guarnicionería y una pastelería, aunque no mucho tiempo. En la calle Real también se ubicaban los dos zapateros del pueblo, uno cerca del cruce con el paseo de la estación y el otro en el tramo de la salida hacia el Sobrante.
El pueblo era cruzado por el Arroyo. Este arroyo traía agua cuando llovía, mientras, era una calle como otras. En esta calle se encontraba el Juego de Pelota, una olmeda cercada, el lavadero y la fuente de los Cuatro Caños.
Tres plazas importantes había en Yunquera en la época que nos ocupa: La Casilla con la fuente, acacias, pista de baile de verano, una farola de hierro en el centro de la plaza, un salón de cine y de baile, el Ayuntamiento, dos bares y si es domingo podemos encontrar a los confiteros.... La segunda plaza, era cruzada por la carretera, es donde se celebraban las novilladas en la fiesta cercada por carros de labranza y traviesas de madera amarradas con gruesas sogas. En ella estaba el cuartel de La Guardia Civil y el Palacio. En el centro había también otra farola de hierro.
Un mayor me contó en cierta ocasión que estas dos farolas eran un regalo de los dramaturgos, Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández. Parece ser que estos autores habían frecuentado el pueblo en la época en la cual en Yunquera existía un ateneo y en él leyeron algunas de sus obras. Otras obras costumbristas habían sido inspiradas en los usos y costumbres de este pueblo. La tercera plaza se encontraba en el barrio alto, en Cantarranas. Estaba rodeada de casas antiguas y no disponía de ninguna ornamentación.
Una de las calles más significativas del pueblo es aquella que parte de la iglesia continuando con el Paseo del Cementerio y que une éste con la iglesia. Es la calle de La Granja. Era la única calle empedrada y es por donde subía la procesión del día 8 de Septiembre, procedente de la ermita de la virgen con la imagen de Ntra. Sra. de la Granja. La procesión había cruzado la vía del tren y después de cruzar los huertos, por una senda muy angosta se entraba al pueblo por el paseo del cementerio. En esta misma calle, allí cerca de la iglesia, se encontraba otra herrería o fragua. Este recorrido era siempre motivo de evocaciones un tanto nostálgicas y tristes. Era el último paseo a recorrer por los yunqueranos...Desde la iglesia al cementerio. En esta calle se encuentra La Posada, ésta es una gran casa con enormes corrales y una gran bodega. Sus muros son muy gruesos y la tradición mantiene que fue una posada. Un escudo sobre la puerta por donde entraban las caballerías, delata que en tiempos, fue sede de la Santa Inquisición. Al lado se situaba una vaquería. En la puerta de esta posada se paraban los cortejos fúnebres en los entierros. Delante del féretro apoyado en una mesa, cubierta por un paño negro, los hombre besaban la estola al Sr. Cura, mientras, se entonaban las salmodias gregorianas por parte del sacerdote y el sacristán.
En ese mismo trayecto, antes de llegar a La Royá, se ubicaba uno de los tradicionales huertos de los hortelanos de Yunquera. Nada más pasar La Royá, estaba el Matadero Municipal, allí se sacrificaban los animales que después vendían los carniceros del pueblo. La Royá, este pequeño arroyuelo que desciende por la parte Este del pueblo tenía en sus márgenes: Cañaverales, mimbreras y chopos. Al final de esta calle se encuentra el cementerio. Éste disponía ya de una ampliación en la parte posterior. Allí el orden en las sepulturas estaba garantizado, orientadas hacia el pasillo central. Dos tumbas de granito con esculturas de mármol sobresalían del resto de las lápidas. La parte más antigua el cementerio de Yunquera no renunciaba a ornamentarse con un conjunto de cipreses. Este árbol sobrecogía sobre todo a los niños porque sólo existían en este lugar y se asociaba con la muerte. Sin embargo, el ciprés simboliza la inmortalidad, los féretros de los faraones se hacían de ciprés y aún se conservan. Con madera de ciprés se hicieron algunas estatuas griegas. Consideraban el árbol que trajeron del Himalaya como símbolo del alma inmortal y de vida eterna. Al lado del cementerio sacramental, se encontraba el cementerio civil. Allí se enterraban los suicidas, pero la generosidad del pueblo y de la Iglesia, evitaron esta discriminación. El cementerio también dispone de depósito de cadáveres. Enfrente del cementerio se encuentra La Parada, lugar donde se apareaban las caballerías.
Al otro lado opuesto, es decir por la salida hacia Málaga de Fresno, tenemos una calle con casas muy aisladas, la última era El Refugio. Este refugio, servía para albergar a los pobres que venidos de otros sitios a pedir limosna, pasaban las frías noches cobijados. Allí también daban de comer a sus animales paja que cogían de las eras cercanas. En su lado derecho la última casa era la del médico; haciendo esquina con la carretera de Mohernando. Esta casa era chocante por sus formas irregulares...
Si hacemos un recorrido por la carretera, que cruzaba el pueblo, desde esta misma entrada; viniendo de Mohernando hasta su cruce con la calle Real, podemos contemplar que cruza el Arroyo, después divide la Plaza en dos, donde se encontraba el Cuartel de la Guardia Civil y Palacio, dentro de Palacio las escuelas y en frente, unas casas nuevas con unos miradores chocantes en Yunquera pero no muy diferentes a los de la calle Mayor en Guadalajara. En esta plaza, se encontraba una de las herrerías o fraguas y en la calle de al lado, la carpintería. En esta calle de Las Viudas, que conduce a la iglesia, es donde se instalaban los toriles cuando se celebraban las novilladas en La Plaza.
Continuamos por la carretera, casi esquina a la calle de La Seda, estaba una de las carbonerías del pueblo. Después llegamos a una carnicería y seguidamente estaba La Casilla, donde se situaba el Ayuntamiento, aunque entrando por la calle de La Iglesia, como hemos mencionado en otro lugar. En esta plaza, la más emblemática del pueblo, se ubicaba El Salón de cine y de baile, Teléfonos, una barbería y dos bares. En la carretera, en su último tramo, antes de desembocar en la Puerta del Sol, siempre estuvo la farmacia o botica, una tienda muy antigua de toda clase de productos, otra taberna o bar y una carnicería que despachaba también leche. Y donde confluye la calle de los Palomares con esta carretera, se ubicó durante varios años una churrería. Muy frecuentada todos los días por las mañanas y al salir de misa los domingos y días festivos.
En la llamada Puerta del Sol podíamos contemplar otra tienda reconstruida después de un incendio ocurrido en los años cuarenta. Según nos contaban los mayores se produjo por la noche y agotaron todo el agua de los pozos del barrio. Las campanas de la torre tocaron a fuego, la corriente eléctrica se cortó y el pueblo vivió unas horas dramáticas.
Dos calles importantes y paralelas son la calle de La Seda y la calle de la Cruz. Por la primera entraban los toros en los antiguos encierros cuando venían a través del campo conducidos por caballos y mayorales por el lugar llamado de La Solana. Allí tomaban el sol las mujeres durante las tardes soleadas de invierno al mismo tiempo que cosían y repasaban la ropa. En la calle de la Cruz, tuvo lugar en los años cincuenta, una verbena popular con fines benéficos para recaudar ayuda para un yunquerano que, habiendo tenido un accidente laboral, en unas obras públicas, perdió una de sus piernas. Aquel evento tuvo una gran respuesta por parte del pueblo.
En la calle de La Seda, se ubicaban las escuelas de mayores o de Arriba. La gran casa del cura con una puerta grande de madera con una placa de porcelana del Sagrado Corazón de Jesús que aún se conserva. En esta calle también había otra de las herrerías o fraguas. El estanco, también se encontraba en esta calle. En la calle de la Cruz, desarrollaba su actividad una de las panaderías, otra carbonería, una fonda y estuvo allí ubicado el cuartel de la Guardia Civil. En esta calle se encuentran unas artísticas ventanas con rejas de hierro forjado. Otra de las herrerías del pueblo estaba ubicada en esta calle. Las calles del Cerrojo y de los Cojos son paralelas entre sí y perpendiculares a las anteriores. En ellas, se encontraban casas típicas de labor con amplios corrales, pajares y graneros. Con puertas principales y puertas falsas. La calle de Santa Lucía parte del barrio del mismo nombre, salida hacia Fontanar y llega hasta la Puerta del Sol. Disponía de casas de labor, la puerta falsa de uno de los hornos de pan, el despacho de las hortalizas en casa del hortelano, otra vaquería con despacho de leche y el cartero.
Si venimos de Fontanar, la carretera toma el nombre de calle Real hasta el cruce con Santa Lucía en la llamada Puerta del Sol. En este tramo de la calle Real, había una peluquería, el veterinario, varias casas de labor que se extienden hacia las otras calles. Casas con huertos, corrales, graneros, norias, cuadras, pajares, patateros, puertas falsas, etc. El final de la calle de los Palomares, era el vertedero o basurero del pueblo. Quedan más calles periféricas por mencionar en los barrios de Cantarranas, detrás de Juego de Pelota, detrás de Palacio, etc. En casi todas las casas antiguas había parras centenarias, tanto en las puertas de la calle, como en el interior de los patios y corrales; proporcionando sombra a través de cuidados emparrados y uvas sobre todo blancas y de moscatel.
A punto de concluir esta CRÓNICA CUARTA, descubrimos que Yunquera no era un pueblo cuidado para ofrecer una imagen típica. Sin embrago era una villa muy práctica, muy activa en el uso de sus recursos y sus habitantes estaban muy acostumbrados a la vida rural. Calles al servicio de carros, vacas, caballerías, ganados, etc. Fuentes con pilones que servían de abrevaderos para el ganado. Cuadras de animales dentro del pueblo al servicio de las explotaciones ganaderas; habituándose a olores familiares que ahora nos evocan todas las vivencias de una época. A pesar de todas estas molestias el pueblo iba adelante con su agricultura y su ganadería. Y nuestro arraigo crecía porque era nuestro pueblo...
CRÓNICA QUINTA
Las mujeres y los hombres del pueblo,
sus costumbres, labores y oficios.
La mujeres y los hombres de esta villa, durante la década de los años cincuenta, presentaban el statu quo definido por las tareas asumidas por cada uno. Una mayoría de hombres acudían diariamente al campo para desarrollar las faenas propias de la labranza y recolección que ya han sido detalladas en otra crónica de forma monográfica. El resto de los hombres, quedaban en el pueblo desarrollando oficios y ocupaciones que servían para darle una autonomía, complemento a la actividad principal de los labradores. Hubo algún caso de trabajadores del campo que se marcharon como emigrantes, concretamente a Venezuela. Y más tarde reclamaron a sus familias.
Las familias de terratenientes, cuyo nivel de hacienda se lo permitía, disponían de criados y de criadas que convivían con la familia, como un miembro más. Los criados dormían en los camastros instalados al lado de las cuadras y las criadas en habitaciones al lado de los niños de la casa. Estos criados, podían ser del pueblo o venidos de otros pueblos más o menos cercanos. A veces, chicas jovencitas hacían de niñeras, algunas horas del día. Además de los terratenientes, siempre tuvieron criadas, los médicos, el veterinario, el boticario y algunos veraneantes.
Las mujeres, salvo aquellas que desempeñaban oficios típicos de mujer en el pueblo, se podía afirmar que desempeñaban la ocupación de amas de casa o sus labores. Las mujeres así, enseñaban a sus hijas para que asumieran las tareas de la casa y además la costura y el bordado; preparando el ajuar para la dote de boda. Este ajuar se exhibia a vecinas y familiares, muy bien presentado, en las fechas previas a su boda. Es fácil constatar que las labores de la casa, en los años cincuenta, eran más angostos que en las décadas siguientes. Las planchas eran de carbón y las eléctricas solo funcionaban durante la noche hasta que se impuso la luz de día. No obstante, a pesar de que disponían de luz de día y noche, en algunas ocasiones había restricciones de suministro eléctrico. Las bombillas no eran muy potentes y las más usadas eran las de cuarenta bujías. Las de sesenta solo se ponían por la noche después de cenar para coser. Bajo estas lámparas se han confeccionado ajuares de novia, prendas tricotadas a mano, jerseys, calcetines y alguna mujer haciendo honor a su origen asturiano, hilaba lana con un uso para asombro de los más pequeños. También se fabricaron encajes de bolillos y adornos hechos a ganchillo. Y hasta un gorro protector de insectos para el botijo... Para planchar los paños confeccionados a ganchillo, se empapaban en almidón y se tensaban clavándolos sobre una tabla; secándolos al sol. Cuando se secaban, se quitaban los calvos y el pañito quedaba totalmente rígido y planchado.
Las mujeres compraban lana para tricotar (hacer punto a mano). Jerseys, chaquetas, chalecos y bufandas para todos los miembros de la familia. La lana se comparaba en madejas y se convertían en ovillos, con la ayuda de los chicos. Éstos se colocaban la madeja entre las manos en posición hacia delante, un brazo enfrente del otro y la madre o abuela iba liando la hebra en un ovillo. Para ayudar a devanar la madeja mejor, se hacía un movimiento ligeramente circular con los brazos. La velocidad dependía de las prisas que tuviera el chico en irse a jugar. Después se comenzaba a tejer con unas largas agujas de acero. A veces utilizaban agujas de pasta más gruesas para tricotar prendas con una textura más ligera.
En aquella época quien barría las calles, eran las amas de casa que habían asumido que la calle era también parte de sus cometidos de limpieza. Por las mañanas, sobre todo en primavera y verano, las mujeres barrían las calles con escobas de mijo o de otros vegetales. Durante el día, el paso de las yuntas, las ovejas y las vacas, terminaban ensuciando las calles y a la mañana siguiente la mujeres de Yunquera repetían la misma faena.
En la década de los cincuenta, sobre todo durante los primeros años, solo existía un teléfono y este servicio era de Telefónica; conociéndose por TELÉFONOS. Consistía en una centralita de clavijas con una cabina locutorio para comunicarse siempre por conferencias y avisos de conferencias, cuya tardanza era notable. Esta función estaba regentada por una familia pero era atendido el servicio esencialmente por mujeres.
La mujer estaba ligada a la maternidad dentro del matrimonio Los niños fuimos testigos de imágenes de madres amamantando a sus hijos, en sus brazos, hasta bien grandes. El contemplar a las madres presionando suavemente un pecho con sus dedos y conduciendo sus pezones hacia la boca del pequeño, fue durante la década de los cincuenta, una semblanza muy tierna y natural. En estaciones de tren, plazas y calles. Si una madre no podía dar su leche, se buscaba otra mujer que hubiera parido por esas fechas o aún estuviera dando de mamar a su niño. Esta mujer cedía su alimento lácteo a la que tenía sus pechos secos y para el niño que lo recibía, era su madre de leche. Era una costumbre muy habitual, sin tener en cuenta la clase social a la cual se pertenecía. Sin abandonar en esta época de la lactancia, también se acudía a las madres que se encontraban amamantando a sus hijos, para solicitarles un dedal lleno de leche para curar el dolor de oídos de otros niños. Y las mujeres solteras después de cierta edad, se podían catalogar como solteronas y su vida quedaba casi sin actividad dentro de la vida social del pueblo. Bien es verdad que se ocupaban de cuidar a los familiares que más lo necesitaban, de los cuidados de la casa y de la iglesia.
Algunas costumbres ligadas a la mujer se conservaron, venidas de siglos atrás. Una vez que la mujer había dado a luz, permanecía en el hogar sin salir, ni siquiera al bautizo del niño o niña. Transcurrido un mes o cuarenta días, la nueva madre con su hijo se disponía “salir a misa”, acompañada de otra mujer, madrina en el bautizo, hermana o amiga y era recibida por el cura en la iglesia. Una vez celebrada la misa se realizaba una ofrenda a la virgen con una vela encendida. Tuvieron que pasar muchos años para que yo entendiera esta costumbre que históricamente tenía su explicación: La mujer medieval que había parido se le denominaba puérpera. Se le consideraba impura porque se asociaba la procreación al placer carnal. Fue el sínodo de Tréveris en el año 1227, quien hablaba de la necesidad que la puérpera tiene de una “nueva reconciliación con la Iglesia”. Esta costumbre tiene alguna relación con las leyes judías de la purificación. María pudo entrar de nuevo en el templo sólo transcurridos los cuarenta días y una vez hecha la ofrenda de la purificación. Las mujeres de Yunquera no creo que fueran conocedoras de estos datos. En esta época, sólo se mantenía el ritual, pero es importante destacar el mantenimiento de una tradición de tantos siglos...
Otra costumbre religiosa practicada por las mujeres de Yunquera, consistía en disponer durante 24 horas de una pequeña capilla de madera transportable de casa en casa con una imagen. Las había de La Sagrada Familia, de La Virgen de Fátima, del Niño Jesús de Praga y de Santa Rita. Estas capillas disponían de una lista colocada en la parte de atrás donde relacionaba los días que debía de visitar cada casa. Allí se encendía una lamparilla en un tazón de aceite, durante el día y la noche que permanecía en cada hogar. Esta capilla disponía de una hucha para recibir una limosna. El tazón en el cual, se encendía la lamparilla, se llenaba primero de agua y cuando faltaba un dedo para llenarse, se completaba de aceite. Como éste pesaba más que el agua, siempre quedaba encima y así se ahorraba. Cuando el ama de casa no se daba cuenta de que el aceite se estaba agotando, la lamparilla comenzaba a chisporrotear al contactar con el agua. En estos casos, la imagen podía apreciar que la ofrenda no era muy generosa...
Las mujeres y las jóvenes, aún en los años cincuenta, se cubrían la cabeza con un velo para entrar en la iglesia. Unos eran de encaje y otros de tul. En verano, se tapaban los brazos, cuando llevaban manga corta, con unos manguitos, confeccionados con unas gomas que se ceñían; cubriendo éstos desde el fin de la manga hasta el mismo puño. Y hasta que se implantó la liturgia en lengua vernácula, llevaban para seguir la misa un misal en lengua latina con la traducción al castellano. Hasta que el concilio Vaticano II, no autorizó el uso de las lenguas locales, para la consagración, los fieles solo podían seguir el rito por sus misales o por la intuición al escuchar que el celebrante pronunciaba: “HOC EST ENIM CORPUS MEUM”.
En la iglesia, los hombres se situaban en los bancos de la parte de atrás y las mujeres en la parte delantera del templo. En su mayoría, llevaban un reclinatorio (silla con el asiento muy bajo con una cruz en el respaldo, con un cojín para arrodillarse y en el reposabrazos, una inscripción con las iniciales de su dueña).
Quizás sea en esta crónica donde más apropiado sea hablar de las bodas en Yunquera, durante los años cincuenta. Este acontecimiento comenzó celebrándose totalmente en el pueblo. En principio, tenían lugar las amonestaciones publicadas en el atrio de la iglesia y después del evangelio, en las misas, por el sacerdote durante los tres domingos anteriores al evento. El Sr. Cura invitaba a los asistentes a manifestar si había algún impedimento por el cual no pudiera llevarse a cabo este matrimonio. Esta fórmula la repetiría tres veces durante la celebración del enlace matrimonial el día de la boda. En las bodas celebradas en Yunquera durante los años cincuenta, antes de Concilio Vaticano II, se mantenía un rito de origen hispano-mozárabe que consistía en imponer un velo blanco y rojo sobre la cabeza de la novia y sobre los hombros del novio. Este rito se llamaba velación y el manto o velo se denominaba simbólicamente yugo. Las bodas solían tener lugar a las doce horas del mediodía. Las novias iban vestidas, unas con trajes blancos y otras de traje de chaqueta negro. Las flores de azahar no faltaban a ninguna. Por otro lado los novios llevaban trajes oscuros con camisa blanca y corbata. Las madrinas por su parte llevaban en general traje negro y se tocaban con mantilla y peineta al más puro estilo español. Una vez terminada la ceremonia, los novios se marchaban a Guadalajara para hacerse las fotos de recuerdo en Reyes o Andrada. Mientras, en El Salón de La Casilla, había baile para todo aquel que lo deseara. Los chicos y chicas del pueblo aprovechaban el baile para hacer una parada a su regreso de la escuela. El banquete se celebraba en locales improvisados y preparados para el acontecimiento: Habitaciones de casas por habitar, naves, etc. La comida solía ser arroz y cordero asado. La bebida era vino de la tierra. El anís y el coñac con café y puro no podía faltar. En los postres, si alguien sabía cantar, las jotas daban paso a la sobremesa. Alguna boda de los años cincuenta fue amenizada por un joven, hijo de un barbero, que imitaba muy bien al entonces famoso Antonio Molina. Cuando el banquete concluía, invitados y curiosos iban al baile, en el salón del pueblo, donde la fiesta se alargaba hasta bien avanzada la noche. Los novios partían para su luna de miel en un taxi que venía de Guadalajara. Algunas bodas, en aquellos años comenzaron a celebrar el banquete en hoteles y restaurantes en Guadalajara. Los invitados eran trasladados en un autocar alquilado por los novios. No obstante, el baile seguía celebrándose en su honor en el salón del pueblo. Es preciso mencionar que en aquella década, había bodas que se celebraban muy pronto, de madrugada y sobre todo cuando era aún de noche... Eran las bodas de las novias que esperaban un niño... Afortunadamente esta costumbre se ha disipado. Siguiendo con los hábitos de esta villa, en esta materia, una costumbre poco afortunada y sobre todo menos aceptada por los vecinos era, La Cencerrada. Consistía en hacer ruido desapacible con cencerros, cuernos, ladrillos y otros objetos para burlarse de quien contrajera matrimonio con un viudo o viuda. Bien es verdad que, aunque la cencerrada iba dirigida a la pareja, también la soportaban los vecinos del pueblo...
Volviendo a las ocupaciones, como oficios ligados a la vida del campo destacaban, los guarnicioneros que fabricaban y reparaban los arreos para uncir las yuntas a los carros, a los arados y vertederas o para arrastrar los diferentes trillos. Estos arreos, de nuevos, eran muy vistosos y suponían una auténtica obra de artesanía. Dentro de este gremio, existían dos zapateros. Éstos profesionales del cuero calzaban a niños y mayores del pueblo. Botas a los niños y zapatos para los días de fiesta para los mayores. El molinero molía la cebada para obtener pienso para el alimento de los animales y molía el trigo para obtener la harina y más tarde el pan. Los herradores se ocupaban de herrar a la caballerías, es decir garantizaban el calzado de las mulas, caballos, yeguas y burros. Era un espectáculo el ver cómo el animal cedía sus cuatro patas, para que le clavaran con seis clavos cada una de las herraduras, a sus pezuñas o cascos. Otro oficio era el de herrero que solía ejercerlo el mismo herrador. El herrero se ocupaba de fabricar y reparar los carros. Sus tareas consistían en trabajar el hierro a base de calentarlo en una fragua de carbón, aireada con un enorme fuelle que se accionaba mediante una palanca. Esta faena la solía hacer el hijo del herrero o bien otro chico aprendiz. Este oficio se ocupaba también de poner aros nuevos de hierro a las ruedas de los carros o bien radios de madera a estas mismas ruedas mediante un sistema de diferencia de temperatura. El aro candente encajaba a presión sobre la rueda de madera.
El veterinario era el único profesional que teniendo relación directa, con la actividad agrícola, no había aprendido su oficio en el pueblo, como es natural. Se ocupaba de la salud de todos los animales que trabajaban en el campo y también del ganado vacuno, porcino y lanar. Yunquera disponía de un profesional muy especial y aparentemente alejado del quehacer diario del pueblo. Este era, el retratista, que no el fotógrafo, y fue testigo de todos los acontecimientos sociales de la villa: Bodas, bautizos, fiestas, fotografías para el recién creado Documento Nacional de Identidad y otras instantáneas de la actividad labriega del pueblo. El retratista capturó con su cámara la sociedad yunquerana, durante toda una larga época y reveló en su laboratorio los primeros retratos que se hacían los chicos y chicas en los encierros de la fiesta, en la procesión de la Virgen de la Granja o en el baile. Quizás sea el momento de mencionar los ritmos y las melodías con los cuales bailaban los yunqueranos. Los boleros, los pasodobles, la jota bailada de modo informal y el vals. El bayón y el cha cha cha, irrumpieron como novedad en Yunquera pero no se danzaban como tales.
El electricista o lucero, desempeñaba una función muy importante para garantizar el suministro de energía eléctrica a todas las casas del pueblo. Era el encargado de encender las luces de las calles al atardecer y reparaba los aparatos electrodomésticos, utilizados en la época: Planchas, infiernillos etc. Instalaba la luz y la corriente eléctrica en las eras para conectar los motores de las máquinas de aventar y las incipientes trilladoras. Oficios ligados al campo, eran los pastores, provistos de su zurrón y su cayado, que llevaban sus rebaños a los rastrojos a pacer y al arroyo de Majaran a beber. Eran numerosos los rebaños achuchados por los perros pastores que salían y entraban del pueblo con su polvareda correspondiente. De madrugada, antes de que saliera el Sol y al caer la tarde, entre dos luces. Había, también, tres tipos de guardas: Un Guarda Forestal o del campo con una enorme banda de cuero con una gran escudo, colocada en bandolera y una escopeta. Otro guarda temporal que pagaban los agricultores para guardar las viñas en época de crianza y maduración de la uvas, que vivía en una casita construida entre los viñedos y, un tercer tipo, el Guarda del Canal, éste vigilaba la distribución de las aguas para el riego y concedía por las mañanas el agua a cada labrador para bien aprovecharla. Otro oficio menos unido al campo, era el de carpintero Estos carpinteros, ebanistas, torneros en madera, eran quienes fabricaban, no solamente las puertas y ventanas de las casas que se construían, sino también quienes construían y arreglaban toda clase de muebles. Este oficio totalmente artesano solucionaba toda clase de arreglos relacionados con la madera y la pintura. Hasta en la iglesia del pueblo habían dejado su huella estos verdaderos artistas. Los panaderos fabricaban y despachaban pan para el suministro del pueblo y de otros pueblos vecinos. Además prestaban el horno en la época de La Fiesta para que todas las mujeres fabricaran, los llamados untaos, sinónimo de dulces. Es decir, toda clase de bollos, magdalenas, mantecados, tortas y galletas. Y resecos en la época de las matanzas.
De los oficios ambulantes que visitaban el pueblo, podemos destacar: Los afiladores que reclamaban su atención con un silbato muy peculiar; afilando toda clase de cuchillos y tijeras. Los cacharreros que extendían todo un mercado de cacharros en la plaza de La Casilla, donde a cambio de trapos viejos hierros o dinero, se podían adquirir pucheros de barro, piezas de loza y de cristal o bien cántaros para el agua. A la plaza de La Casilla solían venir también los feriantes y tratantes de ganado. Vendedores de telas y prendas de vestir también visitaban el pueblo; poniendo a disposición de los vecinos una mayor oferta de prendas de vestir, en espera de visitar los almacenes de la capital de la provincia. Por aquellos años solía visitar el pueblo un pescadero de Málaga que, aunque Yunquera disponía de este comercio, la presencia de este competidor solía ser motivo de aceptación del forastero por parte de las clientas del pueblo, y como era de esperar, de disconformidad por parte del pescadero afincado en el pueblo. Visitaba también el pueblo, el lañador. Se le llamaba así porque reparaba las vasijas y los cántaros con lañas metálicas que después recubría con cemento. Era un oficio que también arreglaba toda clase de cacharros de aluminio, pucheros y jarras de barro, cacerolas, paraguas, etc. La base de su trabajo era el estaño y una estufa de carbón muy rústica. En algunos casos estos mismos artesanos arreglaban la espadaña deteriorada de sillas y sofás.
Las monjas del asilo de Guadalajara, venían con frecuencia al pueblo con el ánimo de pedir productos del campo, para ayudar a sus ancianos. Estas religiosas, traían una furgoneta y se dejaban acompañar por mujeres de Yunquera que les introducían en las casas de los labradores y les ayudaban en la recogida de las limosnas. Solían permanecer, en el pueblo, durante toda la jornada.
Otro oficio que visitaba la villa era el canastero o canastera que solían fabricar toda clase de cestas cestillos butacas y cuévanos de mimbre. El capador venía a Yunquera cuando los cochinos eran pequeños y se les capaba para facilitar su engorde. La vida de un cerdo tenía como duración, un año. Se compraba en la plaza de La Casilla a un ganadero que visitaba el pueblo o bien en Torija donde había una feria de ganado. Casi la totalidad de las familias del pueblo criaban, como mínimo, un cerdo por año para el consumo de la familia. También hizo su aparición en el pueblo, el fideero. En las propias casas de los yunqueranos, fabricaba la masa y con un máquina sacaba los fideos de diferente grosor, finos extrafinos y gruesos. Los fideos se secaban en las cámaras sobre papeles de estraza, extendidos en el suelo. Los mieleros también nos proporcionaban la rica miel de la vecina comarca de La Alcarria. Transportaban el producto en barriles de madera y con un cazo servían la miel a granel.
Aunque no se consideren como oficios, en aquellos años, visitaban el pueblo frecuentemente, otros nómadas que traían sus atracciones y espectáculos y hasta su máquina de proyectar películas. Son de destacar compañías de teatro; poniendo en escena obras como La Muralla, La Pasión de Cristo, Cuidado con la Paca, La hija de Juan Simón, etc.
Volviendo a los oficios sedentarios del pueblo, encontramos mujeres y hombres que generación tras generación ejercían oficios típicos de la vida de un pueblo que apostaba por no depender de otros, para satisfacer las necesidades de su vida cotidiana. En aquellos años había tres barberos. Éstos, no solo afeitaban, sino también cortaban el pelo a hombres y niños. A los niños solía cortarles el pelo, durante el verano al cero, es decir rapado y sin flequillo. Otras tantas peluqueras de señoras desempeñaban su oficio visitando las casas y algunas de estas clientas eran peinadas a diario. Otras tareas compartidas con las de barbero, eran las tareas de matarife o matachín. Se ocupaba de matar y descuartizar a los cochinos en la época de La Matanza. De este sacrificio de los cerdos nos ocupamos en otra crónica.
Cuando las mujeres de Yunquera se arreglaban el pelo ellas mismas, utilizaban accesorios de la época como son los bigudíes, las horquillas rubias y negras, los recogeabuelos, las diademas y peinetas e inclusive, hubo un tiempo en el cual llevaban postizos para tocarse con moños a la antigua usanza. Estos postizos solían ser sus propias trenzas cortadas cuando habían abandonado la niñez. Los peinados eran fijados a base de bandolina, pasta gelatinosa obtenida de la zaragatona. A veces este fijador se utilizaba para que los niños estuviesen bien peinados la mayor parte del día. Un oficio que abundaba entre las mujeres, era el de modista. No solamente confeccionaban vestidos para mujeres y niñas del pueblo, sino que enseñaban el corte y confección a futuras modistas. En estos talleres se aprendía también a bordar todo tipo de lencería, juegos de cama, mantelerías, pañuelos, etc. Las mujeres en casa, también confeccionaban ropa; utilizando mientras cosían, una jerga familiar para los niños que, mientras jugaban, oían hablar de: corte, sobrehilado, hilvanado, zurcido, cosido, sisa, etc. Y las niñas ya comenzaban a trabajar sobre las vainicas, bordados puntos de cruz y demás trabajos relacionado con el corte y confección. En las cajas de la costura o de los hilos, no podían faltar las agujas, las tijeras, los alfileteros, las almohadillas para prender las agujas, los huevos de cristal y de madera para coger los puntos a las medias, botones de diversas clases, automáticos, imperdibles, carretes y madejas de hilos de diferentes colores. Dos sastres confeccionaban la ropa de los hombres de Yunquera. Ropa de pana para el campo y de algodón para la fiesta. Los chicos vestían pantalón corto hasta los catorce años y algunos usaron en aquella época, pantalones bombachos, ajustados a media pierna por una hebilla.
Los hortelanos, proporcionaban productos de la huerta con anterioridad a las cosechas de los huertos familiares. Estos hortelanos nos ofrecían los primeros tomates, pimientos, pepinos, lechugas, etc. Por supuesto que también había albañiles que en cuadrillas construían las casas, las naves de labor, etc. Algunas de estas cuadrillas de albañiles estaban formadas por miembros de una misma familia. En los años cincuenta, hubo una churrería llevada por un matrimonio, instalada en frente de la tienda de Güil, en la esquina que hacía la carretera con la bajada a Los Palomares. Funcionaba todas las mañanas y durante todo el día, los domingos y festivos.
Dos tejares fabricaban ladrillos y tejas con tierra traída de Málaga o del mismo término municipal de Yunquera. Estos oficio eran desempeñados por jóvenes que elaboraban las piezas de barro y después las cocían y apilaban para su posterior transporte. De las escasas yuntas de bueyes existentes en Yunquera, en los años cincuenta, uno de los tejares disponía de una de ellas. Utilizada mayormente para transportar tierra para la fabricación de ladrillos y tejas. Una pequeña fábrica artesana elaboraba baldosines para solar las casas. Salvo la madera y cemento, casi todo el material de la construcción se podía adquirir en el pueblo.
El alguacil es un oficio que mantenía las peculiaridades típicas recogidas en el cine y en la literatura. Pregonaba los bandos del alcalde, comenzando con el: “De parte del Sr. Alcalde...”, Pregonaba también en los cruces de las calles y plazas, las pérdidas y extravíos de objetos o animales. También pregonaban las novedades que iban a tener lugar en el pueblo: Las visitas de comerciantes, traperos, etc. También recordaba a los miembros de la Hermandad de la Sacramental, en la víspera, si al día siguiente era Domingo Tercero, que debían asistir a la Santa Misa y a la procesión con el Santísimo. Antes de comenzar su mensaje hacía sonar una trompetilla para reclamar la atención de los vecinos. Casi siempre, los niños, eran los vecinos que mejor escuchaban el mensaje ya que hacían un corro al pregonero. En este pueblo había dos médicos y una farmacia o botica. Uno de ellos era puesto por la incipiente Seguridad Social y el otro era privado, sostenido por una iguala por parte de los vecinos del pueblo. Aunque, en principio, no había ni practicantes ni enfermeras, las inyecciones, las ponían dos mujeres no tituladas. Estas señoras pusieron no pocas inyecciones, sobre todo, a diabéticos. La falta de titulación se suplía con buena voluntad. No obstante, ellas eran conocedoras de que la desinfección de la jeringuilla y la aguja, que servía para toda clase de inyecciones, debía ser hervida en agua, colocada en una caja metálica y sobre su tapa, se hacia prender el alcohol. Ante la negativa de aceptar al médico asignado por la Seguridad Social, parte de las familias, en espera de otro médico privado que nunca llegó, estos vecinos del pueblo, cuando se les presentaba una emergencia leve, llamaban a un estudiante de Medicina, hijo del pueblo. Sobre todo en vacaciones y domingos, y por supuesto no podía recetar.
Otra actividad desarrollada por hombres y mujeres eran las tiendas. Tiendas de comestibles y de toda clase de artículos. Desde alpargatas hasta hoces de segar, pasando por clavos y juguetes, telas y utensilios de cocina. En todas ellas se vendía el aceite mediante un émbolo que lo extraía bombeando de un bidón, midiendo en cada embolada un litro. En el terreno lúdico había tres tabernas, dos bares y una fonda. En las tabernas se despachaba chatos de vino en vasos con la base muy gruesa de cristal y vino a granel, botellas de cerveza y gaseosa, tanto para llevar como para tomar. Los hombres jugaban a las cartas sentados en unos taburetes de madera. En los bares se tomaba café y cañas de cerveza con aperitivos. No obstante cuando los hombres hacían el recorrido no excluían a ningún establecimiento. Las mujeres comenzaron a frecuentar estos lugares con sus maridos los domingos y festivos. Más al final que al principio de los años cincuenta.
No podíamos dejar de mencionar la figura de la partera. Esta señora ayudaba a venir a los yunqueranos al mundo; desempeñando una función de auténtica comadrona. Por otro lado esta función era compartida con otros oficios más variados como capadora de pollos, colchonera, es decir hacía colchones y los armaba después de su lavado. También habían dos carboneros o mejor dichos dos dispensadores de carbón.
En esta villa, no podía faltar el cura del pueblo y el sacristán. El oficio de sacristán estaba muy definido por la Iglesia y allí donde había una parroquia siempre había un sacristán. Sus tareas consistían en ayudar en la liturgia al sacerdote. El sacristán compartía con el cura, la salmodia gregoriana en las largas ceremonias funerarias, en las misas de difuntos, rezadas y cantadas y en los entierros. Acompañaba al órgano desde la tribuna o coro en todas las celebraciones, sobre todo las llamadas solemnes. El Alcalde, el Juez de Paz, el Secretario del Ayuntamiento, fueron perfiles típicos de la época y no se pueden considerar como oficios. A excepción del Secretario, el resto compartían estas funciones con otras tareas. El cartero era un oficio cómplice de los Reyes Magos ya que él hacía llegar las cartas al Lejano Oriente. También hacía realidad los sueños de amor y de amistad entre los yunqueranos del pueblo y sus seres queridos en la capital, en América, en el Servicio Militar, etc. Dos maestros y dos maestras nacionales y una señorita que se ocupaba de un parvulario de forma privada, comprendían la respuesta educativa de los años cincuenta en este pueblo. Esta señorita atendía en su propia casa un parvulario para niños y niñas de tres a cinco años. Después pasaban a un maestro y a una maestra, en la Escuela Nacional Unitaria. La última etapa de la enseñanza primaria era impartida por otra maestra y otro maestro. Los maestros enseñaban a los niños y las maestras a las niñas
Volviendo a las tareas de las mujeres de Yunquera, encontramos una muy peculiar que desarrollaban fuera de la casa. Esta tarea consistía en lavar la ropa, en el lavadero, en el Sobrante o en el Arroyo de Majanar. Unas lavaban la ropa de su casa y otras lo hacían por cuenta ajena. A lomos de una caballería transportaban la ropa en costales al borde del arroyo, cuyas aguas bajaban cristalinas, de otro modo las mujeres no hubieran lavado, allí, la ropa jamás. Pasaban todo el día lavando, añilando, aclarando, soleando y secando la ropa de toda la familia, una vez por semana. Cuando la ropa familiar estaba limpia, se procedía a repasar las prendas y coser, zurcir o remendar, aquellas que fueran menester. Otras ocupaciones de las mujeres de Yunquera eran escoger y envasar patatas cuando había que venderlas. No podemos olvidar a los esquiladores de ovejas que proporcionaban los vellones de lana para los colchones de las familias de Yunquera y para la venta fuera del pueblo.
Este recorrido por la vida laboral de la Yunquera de los años cincuenta, nos permite constatar que no solo era un pueblo con una tradición rural y labriega, cuyo oficio pasaba de padres a hijos, sino una sociedad también artesana y artística. El pueblo disponía de todo un abanico de oficios artesanos, tanto de hombres como de mujeres: Carpinteros y ebanistas, forjadores del hierro, bordadoras, modistas, guarnicioneros etc.
No podían imaginar, aquellos niños, que sus hijos, ya no podrían conocer esos oficios artesanos en su pueblo: El forjado del hierro, el modelado de la madera, el encaje de bolillos, las cenefas bordadas con bastidor, el pisado de las uvas, la poda de las viñas, el horno del pan calentado con leña, el ordeñado de vacas, ovejas y cabras a mano, la confección de los arreos de las mulas a mano y tantas y tantas obras presididas por la estética y por la sabiduría de un pueblo.
No concluiremos esta crónica sin antes hablar de las funciones desarrolladas por nuestros mayores. De nuestros abuelos y abuelas. A veces, bisabuelos y bisabuelas. Las mujeres solían dedicarse a labores de costura, calceta, tricotaje, puntillas, encajes, etc. Siempre ataviadas con grandes delantales o mandilones, vestidas con ropa oscura. Peinaban su blanca y larga cabellera con moños, sujetos con horquillas y peinetas. Mantenían la higiene de la cabeza, cepillándose el pelo con una lendrera, peine de púas finas y espesas, para eliminar los restos de la caspa y los huevecillos del piojo, denominado liendre. Los abuelos, como suele suceder siempre, eran más tolerantes con los nietos que los padres y a veces, no solo eran tapaderas, sino cómplices de las picias (pifias) o picardías de los chicos y chicas. Era frecuente verles tomar el fresco en verano y el sol en invierno, sentados en los poyos de las puertas y en las piedras improvisadas como asientos o taburetes. Las mujeres cuando acudían a la iglesia, se tocaban con negros y tupidos velos. Los pañuelos en la cabeza, solo se usaba cuando hacía viento y eran también de color oscuro. Algunas mujeres venidas de otras partes, se cubrían la cabeza con pañuelos negros, cuando guardaban luto por algún familiar muy allegado, para salir a la calle y por supuesto para visitar la iglesia. Los hombres longevos, se ocupaban de labrar los huertos y solían ir a lomos de un burro. También llevaban la comida a los segadores y patateros y la merienda a los trilladores. Su imagen se presentaba con una gorra visera gris o una boina negra. Para caminar seguros, se ayudaban de un garrote de madera, algunos de ellos con adornos labrados al fuego. Visitaban las solanas en invierno y hacían a diario el recorrido de las tabernas en grupos de amigos de quintas similares.
Por último, la población yunquerana iba integrando en su sociedad, a todas las personas que habían elegido el pueblo para vivir y trabajar. Al ser venidas de otros lugares se les solían llamar venedizas (advenedizas) y en algunas ocasiones tenía cierto matiz peyorativo.
Antes de dar por concluida esta CRÓNICA, acuden a mi memoria las celebraciones de los cumpleaños de mayores y pequeños. Tenían lugar en el seno de las familias. Los aniversarios de los más pequeños se celebraban por la tarde y los correspondientes a los mayores al llegar la noche, cuando los hombres regresaban del campo. Las mujeres en sus propias casas elaboraban rosquillas con azúcar, tortas o galletas, que servían de golosinas para obsequiar al visitante. Los regalos estaban contemplados en raras ocasiones. A los mayores, sobre todo a los hombres, se les obsequiaba con anís, coñac y vino dulce. Elaborado en algunos casos por las uvas de moscatel de la cosecha doméstica.
Esta CRÓNICA QUINTA, nos recuerda una época que tan solo se puede contemplar ya en las películas de aquel tiempo o en las exposiciones de artesanía de colectivos muy reducidos. Pero aquellos chicos y chicas que vivimos los años cincuenta, no solo fuimos testigos de este bien hacer, sino que fuimos sus protagonistas. Fuimos, además, aquella generación de niños que llamábamos a nuestros padres, mama y papa, con acento prosódico en la primera a, mientras que, ellos, nuestros padres, llamaban a los suyos, padre y madre y les trataban de usted. En la actualidad, no somos pocos los que aún llamamos a nuestros progenitores, madre y padre. Y nos suena muy bien. Aunque el tutearles suena mejor.
CRÓNICA SEXTA
Los niños y los adolescentes.
La Escuela. Los juegos.
Los niños y adolescentes que habitaban en Yunquera, cursaban la enseñanza primaria de entonces, es decir acudían a la Escuela Unitaria de Enseñanza Primaria de 10 a 14 años. Habían dejado atrás, el primer nivel comprendido entre los 6 y 10 años. Los alumnos eran inscritos según iban cumpliendo la edad requerida y abandonaban la escuela al cumplir los catorce años, sin necesidad de respetar los cursos académicos de Septiembre a Junio. En esta segunda etapa escolar, los chicos que acudíamos a las escuelas, teníamos algo en común con nuestros padres y era el maestro. El mismo maestro que educó a nuestros padres, estaba educando a sus hijos. Aún recuerdo cuando el Inspector de Enseñanza Primaria de entonces, visitó la escuela de Yunquera y dijo dirigiéndose a nosotros: “Estos niños son el futuro pueblo de Yunquera”. Hubiera sido verdad si se hubiera repetido el ciclo anterior, pero el desarrollo del país y del pueblo se ocupó de que el Sr. Inspector no predijera el futuro exactamente. Era verdad que allí estaba el hijo del labrador, el hijo del carpintero, el hijo del herrero, etc. pero no fue verdad que el futuro tejido social y profesional se formara exactamente igual. El progreso se ocuparía de que el ciclo no se repitiera...
La vida escolar marca para siempre la vida de un niño. Aquellos niños de entonces podemos recordar ahora todo aquello que nos obligaban aprender a memorizar y a realizar sin comprender realmente casi nada. La memorización nos llevaba a gastar toda la inteligencia en almacenar conocimientos sin saber los porqués. El aprendizaje se desarrollaba a través del oído. Aún en aquella época se utilizó la correa para que se cumpliera aquello de que: “la letra con sangre entra”, nuestros padres añoraban que ellos sí que habían sido “educados” con la ayuda de “la morena”, que así se llamaba la correa del maestro y aún conservaba su nombre de generación en generación. Como castigo, también, recuerdo haber estado de rodillas, con un libro entre las manos y mirando a la pared. Me permito recordar aquí un verso que mi padre me enseñó; asumiendo también la labor de maestro. Lo trans cribo según lo memoricé como rapsoda:
“Cuentan de un sabio que un día,
tan pobre y mísero estaba,
que solo se sustentaba de unas yerbas que comía.
¿Habrá otro, entre sí decía, más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió halló la respuesta,
viendo que iba otro sabio cogiendo las hojas que él arrojó”.
El verso era de Calderón de la Barca
Recuerdo cómo la clase se dividía en secciones que correspondían a grupos de edades que convivían en la misma aula. Tres secciones comprendían las edades de diez a catorce años Durante la mañana había que estudiar la lección correspondiente y salir en corro a su explicación. El orden de colocación en el corro determinaba el nivel de conocimientos que habíamos sido capaces de memorizar. Esta jerarquía del conocimiento suponía una auténtica sentencia casi constante a lo largo de los años escolares. La ausencia de una pedagogía adecuada y la nula motivación, marcaban para siempre a los primeros de la clase, a los del montón, a los últimos y a los eternamente tontos. El libro de texto utilizado era la Enciclopedia Elemental, Superior o de Perfeccionamiento, según la edad.
Mientras el maestro se ocupaba de una sección había chicos designados por él mismo, con fama de formales, quienes vigilaban para que el resto de los alumnos ni hablaran ni jugaran en clase. Si algún chico se extralimitaba era acusado al maestro y sacado con el libro a los pasillos laterales de la clase. Una vez que el maestro volvía a ocuparse de las otras secciones hacía un recorrido donde estaban los castigados para propinarles, a veces, unos cuantos correazos En aquella época, los alumnos utilizábamos unas pizarras negras con marcos de madera para escribir y sobre todo para hacer cuentas y resolver problemas que el maestro había puesto en el encerado colgado en la pared, al lado de los mapas. Para escribir en la pizarra se utilizaba el pizarrín y en el encerado se escribía con una tiza de yeso. El maestro nos enseñaba a escribir con los dedos, índice y pulgar, totalmente rectos y adheridos al lápiz. Escribir con los dedos en ángulo; haciendo presión contra el lápiz, estaba mal visto. El motivo, nunca lo supimos.
En la época, en la cual, se definía la lateralidad de los niños que aprendíamos a escribir, imperativamente se obligaba a utilizar la mano derecha, es decir, el niño debía de ser diestro por decisión del maestro. Esta labor de adiestramiento en contra de la tendencia natural, era reforzada por los padres en casa. Los niños debían aprender a comer y a tomar los alimentos con la mano derecha, aunque instintivamente su mano izquierda fuera la protagonista de sus decisiones a la hora de utilizarla. De aquel diseño didáctico y pedagógico, surgieron muchos niños un tanto ambidiestros o más bien zurdos contrariados. Todas las acciones aprendidas delante de sus padres o maestros, se hacían con la mano derecha, escribir, comer, etc., pero, jugar al balón, al frontón, utilizar el martillo, etc., La mano utilizada era la izquierda. Otro aspecto, difícil de comprender por los chicos de la época, era el porqué, el maestro dispensaba un trato de usted a sus discípulos.
La hora del recreo era evidentemente un tiempo que los chicos aprovechaban para jugar a la pelota, a los toros y para orinar en las tapias de Palacio; hacienda agujeros en ellas, o bien para, en corro, competir quien llegaba más lejos. Las materias más antipáticas al menos para mí era la Gramática. ¡Qué mal me enseñaron a utilizar mi propia lengua!. La lectura se desarrollaba a través de una colección de libros que la escuela ponía a disposición de los alumnos. “España es así”, de Agustín Serrano de Aro, “Glorias Imperiales”, de Fray Justo Pérez de Urbel y “Lecturas de oro”, eran algunos de los títulos que utilizábamos para la lectura en corro. La Historia Sagrada siempre fue muy amena o al menos las historias contadas se comprendían mejor que las partes de la oración. El Catecismo del Padre Ripalda, era el libro obligado para aprenderse de memoria todos los aspectos dogmáticos, morales y sacramentales. En este libro “aprendíamos” lo que eran las usuras y los monopolios, así como los Pecados Capitales, las Virtudes Teologales, las Obras de Misericordia, los Diez Mandamientos, los Sacramentos, las Virtudes Cardinales, etc. El Padrenuestro que aprendimos aún conservaba la arcaica formula de:
“Venga a nos,
él Tu reino”.
¡Cuantos años debieron de pasar para que un niño de aquellos entendiera, qué era eso de las usuras y monopolios, que cuando se abusaba de ellos se pecaba contra el séptimo mandamiento...!
De igual forma, aprendimos todas las definiciones, al pie de la letra, sin saber exactamente su contenido. Recuerdo la definición de verbo: “Es aquella parte de la oración que expresa existencia estado o acción de los seres”. Salí de la escuela, sin saber qué era eso de los seres. Cuando nos explicaban el paso de Moisés con los israelitas a través del Mar Rojo, nos decían textualmente: “Cruzaron el mar, a pie enjuto”. En efecto, los israelitas cruzaron el mar cuando estaba seco, pero lo supimos por el contexto de la narración, no por la inoportuna palabra utilizada. En Matemáticas tuve que escribir doscientas veces, el cuadrado de una suma y el cuadrado de una diferencia, a qué era igual. Y pasó mucho tiempo para razonar matemáticamente estas potencias.
La religión la aprendimos en la escuela y en la catequesis. La catequesis la impartían las chicas mayores de Acción Católica y el mismo cura del pueblo. Cuando los chicos y chicas se encontraban en edades comprendidas entre los seis y ocho años, nos preparaban para hacer la primera comunión. Ese día se revestía de una importancia que los niños sólo lo percibíamos como un día de fiesta donde nosotros éramos los protagonistas, luciendo un traje nuevo. Blanco para los más ricos y gris para las clases menos pudientes. Durante el día se visitaba los familiares para recibir felicitaciones y algún regalo en metálico. En aquella época, el ayuno eucarístico se debía de guardar desde las doce horas del día anterior. Por ese motivo las misas eran siempre por la mañana y sobre todo la misa donde se tomaba la primera comunión era muy temprano. Los monaguillos, desempeñaban funciones ceñidas a la ayuda en la misa; contestando al presbítero las preces en latín reservadas a los fieles. Y en las novenas y procesiones portando los incensarios, estandáteres y los faroles. Los tres toques de campanas y la señal, antes de cada oficio religioso, también eran funciones de los monaguillos. A éstos se les atribuía aquello de : “Monaguillo, pillo...” Aún podemos recordar la salmodia al pie del altar, al comienzo de la misa:
“Intríbo ad altáre Dei.
Ad Deum, qui laetificat juventútem meam.
Júdica me, Deus, et discérene causam meam...”
Y sobre todo el “Confíteor Deo omnipoténti...”
Los chicos y chicas del pueblo, cuando veíamos por la calle al cura párroco, corríamos a su encuentro para besarle la mano. Muchos fuimos en más o menos medida, monaguillos; ayudando a misa y contestando al celebrante durante toda la misa en latín.
Cuando había algún enfermo que no podía asistir a misa, el Sr. Cura salía a llevarle la comunión con el copón; conteniendo la Sagrada Forma, cubierto por un paño y un monaguillo avisaba de su paso con una campanilla. Las gentes del pueblo se arrodillaban al paso del pequeño pero sagrado cortejo. También el párroco recorría las calles, cuando era avisado de enfermos en peligro de muerte para suministrarles el viático o Santa Extremaución. Por cierto que en aquella década, el pueblo lloró la muerte del cura del pueblo. Para los chicos del pueblo supuso un evento para recordar. El Párroco debía ser enterrado por un Arcipreste, debía ser llevado al cementerio con la cabeza hacia delante al revés que los seglares y por último su sepultura en el cementerio, también debía de estar orientada al contrario que el resto. Efectivamente, allí había otras lápidas de anteriores curas, colocadas así. En aquellos años, se ordenó sacerdote un hijo del pueblo y tuvo lugar la celebración de su primera misa. Para esta ceremonia, el pueblo se preparó, con sus mayores galas. La torre de la iglesia se engalanaba con una enorme bandera blanca. El nuevo sacerdote, después de su primera misa cantada, se sometía al besamanos, que consistía en besar las dos palmas de las manos que él mostraba a cada feligrés.
Volviendo al calendario escolar, cuando se acercaba la conmemoración del 23 de Abril, Día del Libro, dibujábamos a Santa Teresa de Jesús, Don Miguel de Cervantes, Fray Luís de León, etc. Esto suponía hacer algo que verdaderamente nos gustaba. Otras conmemoraciones marcaban el calendario escolar: La muerte de Matías Montero, el día 7 de Febrero, la fundación de Falange Española, el día 28 de Octubre, la muerte de José Antonio Primo de Rivera, el día 20 de Noviembre, El día de la Raza y Descubrimiento de América, 12 de Octubre, Día de La Victoria, el 1 de Abril y Día del Caudillo, el 1 de Octubre. La Historia de España fue una materia que más nos marcó porque allí estaban los grandes valores que nos pedían a los niños para el futuro... Para perpetuar la época escolar, el retratista del pueblo, nos hizo una fotografía a todos y cada uno de los chicos, sentados en una mesa con el mapa de España de fondo. Las mesas de la escuela, eran pupitres adosados de dos asientos, con una tarima en forma de rejilla, sobre la cual reposaban los pies. Sobre las mesa había dos agujeros circulares, donde se alojaban sendos tinteros de loza blanca, en forma cónica. Al lado de cada tintero, había una hendidura que servía para alojar las plumas y los lapiceros. Los tinteros se abastecían de tinta a través de una botella con un tapón de corcho traspasado por dos cañas huecas, una para echar la tinta y la otra para la toma de aire y evitar el vacío. Las manchas de tinta derramada sobre las mesas, se limpiaban con limón y raspando la madera con cristales.
Las tardes eran más llevaderas porque se utilizaban para pasar a limpio los trabajos. Después de escribir a lápiz, se comenzaba a escribir con pluma mojando en los tinteros ubicados en cada mesa. Utilizábamos plumas de pata de gallo y de punto gordo para rotular en estilo gótico. Las plumas, lápices, gomas de borrar, sacapuntas y pinturas, se llevaban en los plumieles de madera, que algunos eran de dos pisos. La Enciclopedia del grado correspondiente, el catecismo y los cuadernos, lo llevábamos en carteras de cuero y de madera. Las láminas de dibujo se transportaban en tapas de cartón o de madera, cerradas con lazadas de cintas. Después de las cinco de la tarde y durante el curso escolar, tanto maestros como maestras, impartían clases particulares que se denominaban, permanencias. Estas permanencias se abonaban al maestro, por los padres, todos los meses que, decidían que sus hijos debían de elevar su nivel o mantenerlo, También estas clases se impartían durante los meses de verano.
Las moscas estaban presentes en la labor docente de la escuela, como en cualquier lugar, dentro de la vida de un pueblo de entonces. Antonio Machado dedicó un poema a estos insectos tan familiares y a la vez tan rechazados por la gente. Los chicos, no obstante, hacíamos de las moscas, motivo de entretenimiento, en los momentos tediosos de la clase. Solíamos cazarlas con la mano, cerrándola a toda velocidad. Una vez prisionera dentro de nuestro puño, tratábamos de cogerlas con los dedos, sometiéndolas a todo tipo de sacrificios y tropelías. Cortando las alas y las patas y sumergiéndolas en los tinteros. A veces, salían del mismo arrastrándose como podían, llevando tras de sí, un lastre de pesada tinta. A veces, hasta celebrábamos corridas de toros, donde la mosca se enfrentaba, en su huida, con la aguja de un compás, o con la afilada cuchilla de afeitar, utilizada para sacar punta a los lápices.
En invierno se caldeaba la escuela con una estufa de serrín que servía también para calentar leche en polvo que los niños podíamos tomar en un vaso de plástico que llevábamos en un talego de tela con nuestras iniciales marcadas. Por otro lado, las chicas llevaban todos los días de invierno, una lata con un asa muy larga de alambre llena de ascuas que traían de su casa para colaborar en la lucha contra el frío. Durante el camino daban vueltas a esta latas para lograr el encandilado del carbón. Las chicas llevaban uniforme para ir a la escuela. Consistía en un guardapolvos blanco abrochado por detrás, con un lazo rosa para las chicas más pequeñas y azul para las chicas mayores. Por la tarde al terminar a las cinco nos daban en la misma escuela un trozo de queso que nos comíamos con pan y otros días nos daban mantequilla que nos la tomábamos con pan y azúcar. De la etapa anterior a seis años solo recuerdo que del maestro se tenía una imagen más blanda y de que enseñaba menos. Recuerdo que su esposa solía dar clase a la salida después de las cinco para ayudar a los chicos que lo necesitaban, de forma desinteresada.
Recuerdo que este maestro nos enseñó la canción de la Tarara. Esta conción con algunas variantes en su letra, se cantó en ambos bandos de la contienda civil.
“La Tarara sí, la tarara no.
La Tarara, madre,
me la bailo yo.
Tiene la Tarara, madre,
un vestido blanco,
que solo se lo pone,
en el Jueves Santo”.
Sin embargo de la llamada escuela de mayores, hasta los catorce años, recuerdo cómo entrábamos y salíamos a la escuela marcando el paso y cantando canciones, cuyo significado descubrí más tarde...
En la escuela de mayores había una fecha importante para los alumnos, el día 18 de Marzo, San Gabriel Arcángel. En esta fecha se celebraba el santo del maestro y su esposa preparaba limonada, confitería y pastelería fabricados por ella misma. Este maestro, que también lo había sido de nuestros padres, se jubuló ya en nuestros últimos años escolares y se le ofreció un homenaje en Palacio. Al día siguiente de su santo, era San José y no había escuela. No recuerdo que en Yunquera se celebrara el día del padre aprovechando la fiesta de San José. Aunque en España se había instituido en el año 1948. Algunos chicos del pueblo subían a Maluque todos los días para estudiar con los salesianos una cultura general que se presumía más importante que la del pueblo. Por el contrario, unos hermanos que vivían con sus padres en El Monte, bajaban todos los días andando para asistir a la escuela como el resto de los chicos del pueblo. Habían chicas que ampliaron su cultura general en internados de monjas en Alcalá y Guadalajara. Pocas estudiaban unos estudios concretos. Algunos chicos se preparaban para acceder al bachillerato, otros intentaron la carrera sacerdotal y una chica profesó como religiosa y un joven profesó como monje. La época escolar se prolongaba hasta que se cumplían los catorce años de edad. Mientras la escolarización en este pueblo se puede considerar, salvo raras excepciones, del cien por cien. Tan solo en vacaciones de verano los chicos ayudaban a los mayores en las faenas del campo y de la era. El resto del año a partir de la salida de la escuela que tenía lugar a las cinco de la tarde, los chicos se ocupaban de tareas que sus padres les encomendaban propias de una casa de labor, había que echar de comer a los bichos, a los animales domésticos: cochinos, gallinas, conejos, palomas, etc. También había que barrer el corral, limpiar las cortes de los cochinos y los gallineros. La disciplina que los chicos teníamos en casa, era continuidad de la habida en la escuela. La figura del padre más respetuosa y seria que la de la medre. Y la madre, a veces más permisiva, pero utilizando castigos físicos similares a los del maestro. El padre cuando castigaba, la fechoría, es que había sido más grande. Referente a la higiene corporal, cada día había que lavarse la cara y peinarse. Pero los sábados y vísperas de fiesta, las madres nos lavaban, en barreños, piernas, brazos y sobre todo las rodillas con estropajo y jabón. La cabeza, tampoco escapaba a una buena enjabonada y la solían enjuagar o aclarar con agua y vinagre. Esto último no era del agrado de ningún chico.
En el campo de la medicina preventiva, recuerdo las purgas a las cuales nos sometían nuestras madres, para aliviar los empachos y los abusos en la comida, cometidos después de las matanzas. La purga consistía en tomarse una cucharada en ayunas de aceite de ricino y después un terrón de azúcar, para endulzar aquella pócima infernal. Para mejor pasar el trago nos apretaban la nariz con los dedos para obligarnos a mantener la boca abierta e ingerir el viscoso líquido con mayor facilidad. Mas tarde, nos purgaban con una pastilla de chocolate, una chocolatina, que venía envuelta en papel de plata, ésta era mucho más pasable pero, a veces, el sabor al ricino se reproducía aunque de forma remota. Ambas substancias, producían el mismo efecto. El objetivo era que evacuáramos durante todo el día el exceso intestinal. Y dentro de la medicina naturalista, las madres solían recoger en primavera, la flor de malva y se tomaba como infusión curativa de los catarros y constipados durante la época del frío. Sobre todo en invierno, los chicos y chicas, nos recogíamos en casa entre dos luces. Cuando daban la luz en las calles y cuando volvían las yuntas del campo y los pastores con sus rebaños
Referente al vestido, en aquella época, comenzamos a llevar impermeables de plexiglás o plástico y botas katiuskas. Las katiuskas se convirtieron en calzado para la lluvia durante los años cincuenta y su denominación procede de varias fuentes: Por un lado la película Ninotchka (1939), interpretada por Greta Garbo donde lucía unas katiuskas a juego con su gabardina. Aunque Katiuska es un derivado de Katia, en España este tipo de botas de goma se las llamaron así por la zarzuela del mismo nombre de Pablo Sorozábal. Las chicas, en verano, se vestían con faldas y vestidos de “eberglas imperial”, quizás las primeras fibras de nailon (nylon) que llegaron al pueblo.
En primavera y verano, se buscaban ballicos en el campo o se traía alfalfa del huerto para los conejos y se sacaban los huevos que habían puesto las gallinas. En no pocas ocasiones, los chicos acarreaban agua en cántaros de las fuentes a las casas. Las chicas en general se iniciaban en los recados y en las labores de costura y bordado. Una vez que estas tareas eran cumplidas, se concentraban en barrios y plazas para jugar. A veces, venía un hombre de fuera del pueblo y nos vendía regaliz y a veces le pagábamos con comida. De cualquier forma, este palo dulce era muy apetitoso para los chicos y lo mordíamos y chupábamos hasta que se convertía en un auténtico estropajo. Uno de los lugares elegidos por los chicos para jugar era, La Casilla. Allí se jugaba al marro y al marro tramposo. O bien a los ladrones y policías. Según qué temporada se podía jugar: A la estornija, que se jugaba con un palo con dos puntas y con una pala hecha también de madera. A las tabas con los huesos de la rótula de los corderos u ovejas. A las chapas y a los cartuchos, las chapas eran monedas en desuso de antes de la guerra y los cartuchos se obtenían de la cajas de cerillas, que entonces llevaban el escudo nacional o una cerilla dibujada. Este juego también se jugaba con tejos de tejas o de baldosines de cerámica muy bien perfilados y acabados en redondo. Al peón o la peonza; bailándolos con una cuerda o calzadera y al aro de hierro con una guía fabricada con un alambre grueso que a veces se construía con el asa de un cubo. Otro juego solía ser a dola, etc. Para matar pájaros, los chicos construían un tirador o tirachinas. Se construía con una horquilla de palo y se ataban con bramantes, dos gomas; uniendo a una badana los dos extremos de las gomas. Era como una honda con horquilla. Las canicas o bolas de barro, piedra o cristal, servían para medir el tino que cada chico tenía para meterlas en el gua. También es preciso mencionar que no todos los juegos se enmarcaban en un ambiente cordial. Cuando las pandillas de chicos rivalizaban, se llegaba al enfrentamiento y solían recurrir a la drea o pedrea, es decir al apedreamiento. Narrando estas travesuras, vienen a mi recuerdo las andanzas que desde niño tuvo el bandolero madrileño, Luis Candelas. Mi padre me contó muchas anécdotas de este bandolero del siglo XIX. Interesado por su biografía, más tarde pude leer que al igual que los chicos del barrio de Cantarranas se desafiaban en una pedrea con los de la calle Real o paseo de la Estación, en Yunquera, el adolescente Luis Candelas también practicaba con sus rivales, tan salvaje costumbre. El cronista José María de Mena, escribe: “A los trece años participaba en las famosas “pedreas”. Una costumbre bárbara, quizás heredada de la Edad Media, en que los niños debían curtirse en el aprendizaje de la guerra. Existían “bandos”, compuesto de quince o veinte muchachos de cada barrio. De cuyas peleas salían escalabrados. Pero una vez curados de sus heridas, volvían a la carga los de las Vistillas contra los del Portillo de Embajadores, eternos rivales”.
Como alternativa estas actividades, los chicos leían cuentos y tebeos que compraban en el estanco del pueblo y después los intercambiaban: Diego Valor, El Capitán Trueno, El Jabato, Roberto Alcazar y Pedrín, El TBO y El Espadachín Enmascarado.
Cuando pasaba la fiesta de septiembre, los chicos influenciados por los encierros y las novilladas, jugaban a los toros. Con unos cuernos de toro extraídos de los toros de la fiesta, se limpiaba el tétano y se unían con un palo grueso y era utilizado por el chico que le tocaba hacer de toro. Las ventanas y cualquier lugar alto servía de barrera para protegerse de las astas de este toro improvisado. Durante los primeros días de Octubre, tenían lugar las Ferias de Guadalajara. Los chicos y chicas de Yunquera acompañados de sus padres acudían a las charlotadas y a montar en los caballitos instalados en La Concordia. Las chicas también jugaban en la calle a la comba, a los alfileres o bonis, que almacenaban en alfileteros o acericos, al corro, etc., etc. . A veces, en contadas ocasiones jugaban chicos y chicas juntos... Las chicas también jugaban al truque con tejos de cerámica. Cuando llovía, los chicos, se fabricaban los chanclos. Botes boca abajo con dos hatillos anudados a dos agujeros hechos en el fondo. Se ataban a las botas o se sujetaban con las manos. Otro lugar de encuentro para jugar era el Juego de Pelota, allí se jugaba al frontón con pelotas de badana o de goma. El juego por excelencia de los chicos era el juego al balón en las eras. De Arriba, de Abajo, de San Roque o de Santa Lucia.
En primavera se confeccionaban barcos con juncos cortados de las orillas de las regueras y pequeñas atarjeas cercanas al pueblo. Las blancas y tiernas raíces de los juncos solían ser consideradas como un manjar para los chicos, que chupábamos y mordisqueábamos hasta dejarlas sin jugo. También en primavera había chicos que tenían gran habilidad para encontrar nidos, sobre todos los de jaulín o jilguero. Acerca de los jilgueros se produjeron, en aquella época, algunos sucesos que, por lo sorprendente, es preciso narrar: En el momento que un chico encontraba un nido de jilguero, dejaba pasar el tiempo hasta que los pajaritos habían salido del cascarón. En ese momento, el nido era sacado de su lugar, habitualmente, en las ramas de los árboles y era depositado en una jaula en ese mismo lugar. A partir de este momento, la madre de estos pajarillos, les alimentaba y les enseñaba a comer. Pero si el chico no estaba muy atento para retirar definitivamente la jaula del árbol en el momento preciso, en el cual, los jilgueros ya sabían comer, la madre, ante la imposibilidad de liberar a sus crías, ésta les proporcionaba una hierba venenosa y los pequeños jaulines morían en el interior de la jaula.
Las aves que habitaban en Yunquera han sido observadas por los niños de forma especial y siempre siguiendo las leyendas que de ellas contaban los mayores. La cigüeña, es el ave reina, querida por todos y mimada por todos. Muy observada desde que llegaba al final del invierno, hasta que se iba después de la fiesta. Siempre procreaba... De no estar en su nido en el lugar más alto del pueblo, estaba en los campos recién arados o en las alfalfas recién regadas. Su alimento: lombrices, sapos, culebras, etc. En la torre de la iglesia de Yunquera nunca faltaron la pareja de cigüeñas con su posterior cría. Otro ave muy entrañable, era la golondrina. Venía a construir sus nidos de barro en el interior de cuadras, tinados o pajares, dentro de las propias casas de labor. Las golondrinas eran consideradas, aves casi sagradas. Se decía que habían “quitado las espinas de la corona de Cristo”. Los vencejos, sin embargo, no tenían el mismo respeto y cariño. Anidaban debajo de los aleros de los tejados, sus enormes alas y sus cortas patas, no les permitían levantar el vuelo una vez posados en tierra. Las cigüeñas y las palomas anidaban en la iglesia. Las abubillas, a pesar de su colorido plumaje y su moño, no eran muy queridas. El motivo podría ser el mal olor que desprendían por estar siempre en los estercoleros, buscando mosquitos. Mencionando a éstos, es fácil evocar sus picaduras y recordar su música de trompeteros, llamándoles así o también con el localismo de viéntalos. Los tordos, las urracas y las grullas, eran perseguidas por los labradores porque se comían la fruta, sobre todo las cerezas. Por otro lado, las perdices y codornices no solo eran apreciadas por los cazadores, sino por los labradores. En alguna casa han mantenido perdices encerradas en unas jaulas especiales adecuadas a su tamaño; trinando en su forma peculiar. Los murciélagos, aves de la noche, revoloteaban por el pueblo al anochecer y los chicos tratábamos de cazarlos con una gorra negra; tirándola en dirección al muerciélago. Cuando conseguíamos cazar uno le poníamos un cigarrillo encendido en la boca. Referido a este animal, se solía proponer el siguiente acertijo:
“Niño que vas a la escuela,
dime tu sabiduría.
¿Cual es el ave que vuela,
tiene tetas y cría?”.
Los mochuelos también eran aves conocidas en Yunquera. A sus homólogas las lechuzas, se les atribuía el beberse el aceite de las lámparas de la iglesia y de las ermitas... Ya en verano y no siempre con el permiso de los padres se hacían salidas al canal a la altura de la barra para tomar los primeros baños.
Hasta aquí nos hemos ocupado de los chicos y chicas, ahora daremos paso a ver cómo era la juventud adolescente en Yunquera durante los años cincuenta. Una vez que abandonaban las escuela. Los chicos en su mayoría asumían tareas del campo o del trabajo u oficio del padre. Una minoría salía del pueblo para la capital para seguir otros caminos distintos a los ofrecidos por el pueblo y su propia casa. Algunos continuaban estudios en el instituto de Guadalajara. Las chicas, prácticamente igual, algunas emprendían su viaje a la capital, otras seguían estudiando en Guadalajara. En estos años los estudios elegidos por las chicas en general eran los de Magisterio y los chicos, estudios de técnicos.
Un acontecimiento importante dentro de la década fue la Confirmación que recibimos todos los chicos y chicas comprendidos en edades entre siete y trece años después de haber tomado la primera comunión. Un matrimonio sin hijos hicieron de padrinos del sacramento. Nos llamaba la atención la forma de realizar la ceremonia sobre todo el “cachete” del obispo. Como no entendíamos el latín, los chicos, nos ocupamos de hacer una libre traducción de la fórmula del Sacramento de la Confirmación: “Soy el Obispo de Roma y para que te acuerdes de mí, toma...”
Podemos constatar que, la mayoría de los jóvenes, habían asumido con ilusión, que su futuro era continuar siendo un pueblo agrícola. Un pequeño número de chicas se marchaban a servir a Madrid y algunos chicos y chicas, como venimos de mencionar, comenzaban a estudiar en Madrid o Guadalajara. Otros jóvenes vislumbraban que la labor de su casa, una vez divida entre sus hermanos, no les iba a permitir vivir de la agricultura y decidieron comenzar el camino de la emigración a polos de desarrollo. En aquellos años, durante el invierno, tenían lugar todas las noches, clases de adultos que impartía el mismo maestro de la escuela. Se trataba de una campaña de alfabetización de los hombres del campo.
Los chicos y las chicas seguíamos la imitación de los modelos que la vida nos mostraba. El hijo del carpintero garantizaba al pueblo el arreglo de sus muebles, de igual modo el panadero, el labrador... también hubo aspirantes al sacerdocio y a la vida religiosa. Empezamos a homologarnos con las modas venidas del extranjero. En Yunquera, los niños, comenzamos a masticar chicle Bazoca o Zeppelín...
Las relaciones entre jóvenes comenzaban, persiguiendo los chicos a las chicas, en paseos, calles y plazas. Salían a jugar en pandas; evitando toda relación personal. Cuando iban al baile, comenzaban a bailar las chicas juntas. Después, los chicos, se acercaban de dos en dos, a sacarles a bailar. A veces, el chico, invitaba a bailar otra pieza a la misma chica y si ésta aceptaba, entonces, a esto se le llamaba, tener pareja de baile. Si esta experiencia se repetía con cierta frecuencia y salían juntos del baile y el chico acompañaba a la chica a su casa, se consideraba que estos chicos estaban “hablando”, es decir, que mantenían una relación más o menos bien vista por los familiares. A partir de ese momento, el chico todas las noches, esperaba en la calle a su novia para “hablar” con ella. Así se forjaron los noviazgos y los matrimonios de Yunquera en aquella época. Las relaciones de novios solían ser mas bien prolongadas.
En esta crónica, verdaderamente, es protagonista el niño que siempre llevamos dentro y que lo fue realmente en los años cincuenta. Aunque las diez crónicas narran aquello que un niño o un adolescente vivió y observó, en la vida diaria de Yunquera, en esta CRÓNICA SEXTA, están escritas las vivencias habidas en su niñez y retenidas por él en su memoria desde aquellos años. Aquí está su verdadero arraigo.
CRÓNICA SÉPTIMA
El tren, su influencia en la vida del pueblo.
Los abuelos de aquellos niños que vivieron en Yunquera, fueron los que conocieron la llegada del primer tren a la estación de este pueblo. Tanto para los abuelos en su día, como para los nietos, el tren era algo mágico, misterioso. Venía desde muy lejos y te podía transportar a lugares soñados. Para los niños de Yunquera montar en el tren suponía hacer su primer viaje a la capital. Su primera visita a Madrid. A Guadalajara seguro que viajaban antes en el coche de línea llamado La Bernal y de todas formas la capital de provincia estaba muy cerca.
Yunquera estaba unida a la capital de España por una línea de autobús. Este autocar venía del lejano pueblo del Norte de la provincia, denominado Campisálabos. De aquí, que la línea, tomara su nombre. La estación del ferrocarril presentaba una alteración en la arquitectura y en los usos y costumbres de un pueblo eminentemente agrícola. Los arcos con enormes puertas, las taquillas para billetes y equipajes, las máquinas para el guarda agujas, la sala de espera, la báscula para pesar y facturar los bultos, el uniforme del factor o jefe de estación y la placa que informa de la altura sobre el nivel del mar. Los urinarios al lado de la estación suponían una novedad para un pueblo que no tenía, en general, agua corriente en las casas ni retretes. Los obreros de la vía trabajaban en una especialidad ajena a la actividad del campo. La estación disponía de un pozo con su chirriante garrucha y su hierbabuena al lado, igual que en todas las casetas de la vía. ¡Ah! Y la marquesina de cristales que proteje de la lluvia a los viajeros, mientras el tren llega, se construyó en los años cincuenta.
La inquietud ante el primer viaje comenzaba días antes. Los preparativos eran el preludio que anunciaba que pronto montaría en aquel artefacto que silbaba insintentemente y que se presentaba envuelto en una nube de humo. El tren se tomaba en aquella época por la mañana a primera hora. Una sensación de prisas se apoderaba de los viajeros casi desde el día anterior. A la estación se llegaba con cierta antelación para sacar el billete. El factor de la estación dispensaba el billete haciendo un ruido que a los chicos nos llamaba la atención. Si era invierno los viajeros esperaban en la sala de espera, allí, había una chimenea de estilo francés para calentarse, que sólo vi encendida en la estación de Guadalajara y bancos corridos de madera. El mozo de la estación transportaba algunos paquetes para su facturación. El cartero del pueblo estaba allí, también, para recibir el correo que venía en un vagón reservado a tal fin. Y llevar al tren en una gran cartera las cartas que los yunqueranos enviaban al exterior. El reloj de la estación recordaba la hora de la llagada del tren. Si no anunciaban que venía con retraso, un minuto antes aparecía en una curva por el Norte, la máquina que anunciaba que su llegada a la estación era cuestión de minutos. Los viajeros salían al anden y trataban de coger el máximo de maletas y bultos con el fin de no perder tiempo. A veces se transportaban productos del campo para obsequiar a los familiares de la capital. Al fin, la negra máquina de vapor con los maquinistas y fogoneros asomados a la puerta, con su botijo de agua colgado, hacía su entrada en el andén de la estación; envolviendo a los viajeros en su nube de ilusiones y de misterio. Detrás de la máquina pasaba la carbonera, después el vagón de correos y a continuación los coches de viajeros. Una vez detenido, los viajeros se precipitaban a subir con esa sensación de que podían aún perder el tren. Instantes después, el factor con una bandera roja plegada, y con un golpe de silbato, daba la señal y el tren iniciaba el arranque echando fogonazos al mismo tiempo que emprendía el viaje de ilusión, a lo desconocido, a lo nuevo, a la ciudad soñada... El mozo, desde la estación, que también era guarda-agujas, levantaba las barreras del paso a nivel mediante un manivela. Este paso a nivel, se encontraba en la caseta del camino de La Virgen, no muy lejos de la estación hacia el Norte. El pueblo quedaba atrás, con su tranquila vida alterada unos instantes por la ruidosa máquina del tren. Los viajeros ya habían accedido a la jardinera por los estribos y se disponían a acomodarse en su coche de tercera de asientos de madera, con sus letreros de “Reservados para mutilados de guerra”, “Prohibido asomarse a la ventana”, “Prohibido escupir en el suelo”, etc. Una vez sentados y colocados los bultos en los portaequipajes ya habíamos pasado Fontanar, en este pueblo el tren paraba unos instantes y más tarde su categoría se quedó en apeadero. Es posible que si el tiempo lo permitía, la llegada a Guadalajara se hacía asomado a la ventana oliendo a humo y carbón.
Esta capital no tenía aliciente para un niño de Yunquera cuyo afán era el llegar a Madrid. El tren abandonaba la estación y pasábamos por Azuqueca, Meco y llagábamos a Alcalá de Henares. Allí nos recibía un señor gritando ¡Almendras de Alcalá! ¡Almendras de Alcalá! aproximándose a las ventanas del tren. Este pequeño comerciante, no se conformaba con vender las almendras garrapiñadas y peladillas a través de las ventanas, sino que se subía al tren. Este hecho para un niño, le transmitía nerviosismo y la sensación de que este señor no podría bajar del tren. Al final siempre le daba tiempo y el tren partía y el señor quedaba en tierra con el resto de las almendras... A veces el tren cargaba agua en la estación con unas mangueras enormes y carbón en la carbonera. El viaje ya iba con retraso pero el tren proseguía su marcha, los postes de telégrafo pasaban a gran velocidad y algunos obreros de la vía nos saludaban con sus gorras. Los habitantes de las casetas, situadas al lado de la vía, también nos enviaban sus saludos, Para esta gente que debían de estar saturada de trenes, el paso del “Rápido”, del “Correo”, del “Ruta”, del “Rápido”, del “Expreso” de los primeros Tac o Talgos, seguía siendo un acontecimiento cargado de expectación. En un momento del viaje, hacía su llegada el Revisor con su gorra de plato y sus tenacillas para picar los billetes.
Es preciso mencionar a modo de homenaje que junto con los viajeros, llamémosles normales, viajaban las llamadas estraperlistas que transportaban de forma ilegal mercancías de los pueblos a la capital; huyendo continuamente de la Guardia Civil. Los bultos, los escondían en todos los escondrijos del tren. Un niño de Yunquera no entendía que el mismo viaje a Madrid fuera distinto para él y para aquella estraperlista que quizás había visto en su casa del pueblo y que sus padres habían participado en el motivo de aquel viaje; vendiéndoles garbanzos, judías o huevos.
No era de extrañar que para ceder el paso al tren “Rápido” o al “Correo”, el tren que venía del pueblo, tenía que esperar en una vía muerta... El tren, antes de llegar a Madrid, pasaba por Fontanar, Guadalajara, Azuqueca de Henares, Meco, Alcalá de Henares, Torrejón de Ardoz, San Fernando de Henares-Coslada, Vicálvaro y Vallecas. Este recorrido se efectuaba en dos horas y en ese tiempo era normal, dependiente del horario, que se tomara el clásico bocadillo de tortilla o de chorizo, previamente preparado. Al fin el tren hacía su entrada en el anden de cercanías de la estación de Atocha. Allí todo era bullicio, mozos con carros llenos de paquetes y sacas de correos, ¡Hay que tener cuidado con todos los paquetes que esto es la ciudad...! El paisaje ha cambiado, al subir al tren lo último que se vio fue la Peña de la Mira, ahora un gran letrero nos recuerda el jabón Heno de Pravia y otro dice Ilsa Frigo. Al salir de la estación y antes de cruzar la Glorieta de Atocha, una aguadora en la puerta del Metro nos anuncia que efectivamente es verdad que el sueño se ha realizado. Estamos en la Capital, estamos en Madrid...
De regreso al pueblo, todo será contar todo lo que el tren ha permitido descubrir y volverá a ser el vehículo de ilusiones para siempre. Un pueblo con estación de ferrocarril tiene unas características que le hacen diferente a otros pueblos que no dispongan de esta conexión con el resto del país. Su comunicación está garantizada y su actualización también. Aunque bien es verdad que al ser un pueblo eminentemente agrícola, el tren ha servido para el transporte de mercancías tanto de productos agrícolas como de abonos. El transporte por carretera ha sido el principal medio para transportar casi toda la producción de patatas de los años cincuenta. El tren en Yunquera ha tenido capítulos tristes relacionados con la muerte. Algunos yunqueranos han elegido presuntamente la forma de suicidarse y otros han sido víctimas de un accidente en pasos a nivel sin guarda o en cruces de vías indebidos. En Yunquera, la vía del tren divide por la mitad el término municipal y esto obligaba a numerosos cruces de los caminos con las vías del tren. Para estos cruces existían los llamados pasos a nivel, éstos disponían de tres letreros colocados en aspa que avisaban: “ojo al tren”, “doble vía” y “paso sin guarda”. Normalmente estos pasos de nivel estaban situados al lado de las casetas donde vivían los peones de la vía con sus familias. En aquellos años, el pueblo se conmocionó por el atropello de una niña, que vivía en una de las casetas, por un tren. El único paso a nivel con guarda, era el que está situado al lado de la estación y disponía de una verja móvil para que las ovejas no pudieran cruzar, hasta que el tren hubiera pasado y las barreras no se levantaran de nuevo. Aquí en este lugar, vivía en la caseta más importante, el capataz de la vía. Las casetas, donde vivían los mozos, coincidían generalmente con pasos a nivel. Los pasos a nivel del término de Yunquera tomaban el nombre de la zona que cruzaban. La caseta y el paso a nivel de la estación, de la Hijuela, de Majanar y de Maluque. Las casetas todas estaban construidas de forma uniforme. Tenían en común, la forma del tejado, el pozo, el corral, el jardín. Algún árbol y al lado del pozo nunca faltaba la hierbabuena y el sándalo. El pozo servía a los hombres del campo para saciar su sed en las largas jornadas del verano. El agua se conservaba en cubas de madera forradas de tela de saco que una vez mojado servía para conservar fría el agua.
Desde las eras de Abajo, solíamos contemplar el paso de largos trenes de mercancías cargados de vehículos Seat que, procedentes de Barcelona, llegaban a Madrid, todos los días, para su posterior distribución al resto del país. Era el preludio del desarrollo de España de los años sesenta. Es indudable que el tren ha dotado de una personalidad y de unas características a los niños que crecimos en los años cincuenta. Estos niños pusieron no pocas fantasías en el tren que veían pasar, durante el día cargado de ilusiones y durante la noche cargado de luces. A pesar de todo ello, la estación del tren no salía bien parada en la letra de una canción que, los niños, cantaban cuando llovía:
“Que llueva, que llueva,
la Virgen de la Cueva.
Los pajaritos cantan,
las nubes se levantan.
¡Que sí, que no!
Que caiga chaparrón,
con azúcar y turrón
y que se rompan los cristales
de la estación ”.
La CRÓNICA SÉTIMA, nos sitúa, quizás, en el escenario más nostálgico del pueblo. La estación, el tren, los viajeros, los huéspedes, los recibimientos, las despedidas... Y fue el tren, el que nos alejó a muchos de aquel escenario, quedando la estación, como testigo de aquella década que estaba condenada a no repetirse jamás...
CRÓNICA OCTAVA
La casa de labor, su estructura y funcionalidad.
Aunque en la villa de Yunquera durante la década de los años cincuenta, existían oficios y ocupaciones de la más diversa índole, la actividad principal del pueblo eran las labores del campo. Por este motivo, la casa de labor se convertía en el eje sobre el cual giraban los trabajos de los labradores. Las explotaciones labriegas, en la mayoría de los casos, tenían una composición familiar. En una minoría, el tamaño de las fincas a trabajar, necesitaban mano de obra ajustada para la temporada de recolección o para todo el año. Una casa de labor disponía de una estructura adecuada para realizar las faenas del campo. Los medios labriegos que disponían en estos años, poco habían evolucionado desde épocas anteriores.
Generalmente era una gran casa construida de adobe y tierra prensada sobre cimientos de cantos, muy abundantes en el término. Sujetos con cemento aunque las más antiguas se construyeron a base de argamasa, mortero hecho de cal, arena y agua. Interiormente, enlucían paredes y techos con yeso tosco, en primer lugar y después, yeso fino. Con una planta baja y una cámara cubierta con un tejado de maderas, cañas o paja, barro y tejas. Estas cámaras, disponían de pequeñas ventanas o bien de una buhardilla para luz y respiración. Se utilizaban entre otras cosas para almacenar el grano, los cereales y los muebles viejos que se resistían a tirar. Desde la calle se accedía a la planta de abajo por una puerta grande de dos hojas preparada para que, además de las personas, entraran también las caballerías. Éstas, cruzaban el amplio portal, hasta llegar al corral. A la izquierda y derecha del portal se encontraban las alcobas y las salas. Éstas daban a la calle con ventanas de madera con ventanillos pequeños y contrapuertas para conseguir la oscuridad. A través de estas salas amuebladas con mesas, cómodas, aparadores, trincheros, espejos, butacas y sillas, se entraban en las alcobas por un hueco sin puerta, con una cortina. Las habitaciones estaban amuebladas con altas camas de hierro y cobre o latón, con colchones de muelles y de lana y mesillas de noche con encimeras de mármol y cerca de la cabecera de la cama se encontraba la pera que servía para encender y apagar la lámpara. En las paredes y sobre las camas, no faltaban crucifijos o cuadros de santos o de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. En las alcobas también se ubicaban los lavabos de loza o porcelana con armadura de madera moldeada con espejo, palangana, jarro de agua, jabonera y cubo para evacuar el agua sucia. Debajo de cada cama, se encontraban los orinales o bacines de loza o porcelana.
Volviendo al portal éste se encontraba amueblado con sillas y mesas más rústicas para su uso diario, en donde se solía comer y cenar con la puerta de la calle abierta sobre todo en verano. De aquí se subía a la cámara a través de una escalera de tablas de madera; siendo el suelo de la misma de tarima sobre vigas también de madera. En este momento es preciso mencionar que la estructura de madera se apoyaba en tapias y tabiques de un metro de espesor. Esto permitía conseguir una temperatura muy agradable en verano y mejorar las condiciones de frío del invierno.
Desde el mismo portal se accedía al cernedero que en algunos casos servía también de despensa. En el cernedero se elaboraba la masa para fabricar el pan con la levadura y el harina allí almacenada. En los años cincuenta aún se cocía el pan en los tres hornos que existían en el pueblo. El ama de casa preparaba la masa en una artesa de madera por la noche. Y de madrugada era avisada por el dueño del horno para hacer los panes y ayudar en su cochura. Todos los panes llevaban marcadas las iniciales de cada ama de casa. Esta cochura se hacía cada semana y cuando el pan se agotaba en una casa se pedía prestado a los vecinos. Después una vez hecha la cochura este pan se devolvía al vecino que lo había prestado. En esta época se fabricaba, el llamado pan candeal. Pan muy metido en harina. Más tarde, se comenzó a fabricar las barras de pan, con más agua y más ligeras de harina. Estas barras no aguantaban tiernas más de un día, pero era el pan preferido de los chicos. En esta última época, cuando ya no se realizaban las cochuras en el horno, el pan no se compraba con dinero, se anotaba en una libreta cada día el pan servido y al coger la cosecha de trigo, se pagaba al panadero en kilos de harina. A la hora de encentar un pan candeal, se mantenía la costumbre de hacer una cruz con el cuchillo, por la parte posterior.
En las despensas se almacenaban todas las matanzas así como todos los productos obtenidos de los huertos en épocas de recolección. Antes de proseguir, un personaje hacía su presencia en los huertos, sobre todo cuando el fruto comenzaba a madurar. Este adefesio era el espantapájaros. Como su nombre indica tenía como misión ahuyentar toda clase de aves, ayudado por el viento que le revestía de autenticidad y haciendo sonar los cencerros que le habían colgado. La fruta como las manzanas, peras, membrillos, etc. se solían conservar extendidos sobre el grano en las cámaras. Las uvas colgadas en sarmientos en el techo de la despensa se convertían en pasas en la época de Navidad. En algunas casas conservaban para el invierno, las manzanas colocadas por capas cubiertas de serrín. Con el membrillo se hacía la carne de membrillo y servía de suculentas meriendas. La carne de membrillo se elaboraba de la forma siguiente; Se hervían los membrillos enteros en agua. Una vez cocidos, se pelaban y se pasaban por el pasapurés. Se le agregaba el mismo peso en azúcar y se hervía de nuevo. Una vez terminada la cochura, se vertía en cajas de madera o de hoja de lata. Pasado un tiempo, se endurecía y se podía tomar en trozos sólidos o esparcido sobre el pan a modo de mermelada.
Tanto en las despensas como en las cámaras, no faltaban las romanas para pesar todo tipo de cosas. Y en los graneros y patateros, las básculas para pesar patatas y cereales. En los huertos familiares, que en algunas casas, se encontraban adosados a las mismas, se solía sembrar y plantar: Tomates, lechugas, pepinos, repollos, coliflores, melones, sandías, calabazas, pimientos, remolachas ajos y cebollas. Y en los árboles frutales: manzanas reineta, peras de San Juan, peras de agua, peras de invierno, ciruelas, melocotones, membrillos, uvas blancas de moscatel y en algunos huertos se cultivaron las granadas y los nísperos.
Al cuarto de estar o cuarto de la costura, se entraba generalmente por el amplio portal. En él se hacían las labores de la casa relacionadas con la ropa. Se humedecía y planchaba la ropa con planchas de carbón o de hierro calentadas en la lumbre. Se repasaba la ropa; remendando pantalones y zurciendo camisas. Se amueblaba con un píe de brasero o con una mesa camilla para calentarse en épocas de invierno. En este cuarto de estar se bordaba y se confeccionaban los ajuares de las chicas preparándose para casarse. El suelo de esta sala y el resto de la casa era de baldosa de barro cocido con cierto brillo dado por la cera. El suelo del portal, sin embargo, solía ser de cemento o tierra, con una senda empedrada para evitar las caídas de las caballerías, a su paso hacia el corral. Desde el portal también se descendía a la bodega por una puerta en el suelo con agujeros de respiración o por una puerta en al pared. En la mayoría de las casas de labor disponían de bodega excavada a la profundidad del légamo. Estas bodegas dan testimonio del pasado vinícola de este pueblo. Disponen de una, dos o más túneles con infinidad de nichos donde se alojan tinajas de tamaño mediano. En algunas casa el acceso a la cueva se hacía a través del cocedero del cual nos ocuparemos más adelante. La bodega se utilizaba obviamente para conservar los alimentos más perecederos. En las casas en las cuales no había bodega, disponían de la fresquera para conservar estos alimentos que solían ser aves de corral, conejos, palomas o caza sacrificados para el consumo de la familia. Las palomas y pichones, eran sacrificados por asfixia, apretando con los dedos debajo de las alas. Gallinas y pollos eran desangrados mediante un corte de cuchillo en la cabeza, una vez sujetada la cabeza del ave, apretando el cuello contra su pico. Los patos se les daba muerte mediante la decapitación, con un hacha o destral. Por último, los conejos se les desnucaba con el canto de una mano extendida, sujetando el animal por las patas posteriores.
En algunas casas, se construyó, sobre todo, en salas de estar y comedores, un sistema de calefacción que se denominaba, la gloria. Se practicaba un hundimiento del suelo y se construían unos compartimientos a modo de laberinto por toda la superficie de la sala. Se cubría y se solaba de nuevo. A este sistema se accedía por el exterior de la habitación, donde se prendía fuego, normalmente paja o rajas de madera. El fuego recorría todo el laberinto; saliendo el humo por la parte más alejada. El paso de fuego en su recorrido, calentaba el suelo de la sala y así se transmitía el calor a toda la estancia.
Por último la cocina disponía de una gran chimenea, con un basar en los tres lados. Tanto los basares de la despensa como los de la cocina, se adornaban con papeles pintados y con paños de cocina, generalmente de cuadros blancos y rojos o blancos y azules. Debajo de la chimenea se encontraba un fogón a baja altura. Sobre este fogón pendía una cadena con un gancho que servía para cocer en una caldera las patatas con las cuales se alimentaban a los cochinos. La lumbre se hacía con paja y leña procedente de la poda de las viñas y de las encinas del monte. Cuando la lumbre quedaba convertida en rescoldo, a media tarde, se asaban patatas que servían para merendar durante los fríos días de invierno. La cocina era amplia y disponía de un fregadero, habitualmente fabricado de cemento con una agujero para evacuar el agua de fregar, con dos barreños de barro o de zinc. De una cantarera, que albergaba dos cántaros de barro cocido, donde se traía el agua de la fuente para el consumo de la familia. La cocina se amueblaba con un gran arcón que servía para almacenar el pan y los alimentos y también para sentarse al lado de la lumbre.
Las mujeres fregaban los cacharros en agua caliente con estropajo de esparto, asperón, arena del arroyo de Majanar, sosa cáustica y jabón, hecho en la casa. Los cacharros de la cocina se colocaban en chiscones, armarios de cocina y escurreplatos. La gran chimenea ceñida por un basar, se aprovechaba para colocar los pucheros, cacerolas, sartenes y hoyas de guisar. La cubertería se guardaba en el cajón de la mesa. En el fogón no faltaban los utensilios propios de cocinar como son: El marrillo, el fuelle, las tenazas, la badila, las trébedes y las cadenas donde se colgaban la caldera para calentar el agua y cocer las patatas de los cochinos. Como utensilios relativos a la cocina, se disponía de: Molinillo de café. exprimidor de limones, pasapuré, mortero de madera o almirez de bronce, rodillo de empanadillas, aceiteras de aceite de carne y de pescado, etc. Aunque el pote de hierro con tres patas no era corriente su uso en Yunquera, en algunas casas, se utilizaba porque algún comerciante lo introdujo y fue muy útil para hervir el agua.
Bien entrados los cincuenta, se introdujo el uso de las cocinas de paja. Estos nuevos fogones eran altos y se llenaban de paja prensada que una vez prendida se utilizaba de forma semejante a las cocinas de carbón También se instalaban en las cocinas hornillos de carbón que servían de ayuda en las tareas de las amas de casa. Los hornillos se encandilaban en el corral dándoles aire con un soplillo de espadaña. En algunas casas de labor tenían un horno de cochura de pan al lado de la cocina y se accedía al mismo por una ventana situada al lado del fogón. Según fuera la disposición de la cocina, el fogón estaba flanqueado por dos poyos que servían de asientos para calentarse en invierno. Los primeros aparatos de radio se instalaron en palomillas sobre la pared, en la cocina, desde donde se escuchaba El Parte a las dos y media de la tarde, mientras la familia comía. Por primera vez se supo que existían marcas, como Clarión o como Telefunken.
No en todas las estancias de la casa había bombillas. En las más importantes se alumbraban con bombillas de quince, veinticinco o sesenta bujías. En donde no había lámparas se alumbraban con candiles o quinqués de aceite con torcidas de hilo de algodón. En algunos dormitorios no faltaban las palmatorias con velas de cera. Al principio de los años cincuenta, solo se disponía de luz eléctrica de noche y más tarde se obtuvo la luz eléctrica, también durante el día.
Una vez que salíamos del portal al corral, había una zona aislada del resto del corral que constituía el patio, donde los animales domésticos no podían entrar y permitía a la familia tomar el fresco a la sombra de un parral y cultivar flores adaptadas al clima del pueblo: Crisantemos, utilizados para el cementerio el día de Todos los Santos, rosales cuyas rosas adornaban la iglesia en Mayo, claveles chinos que florecían en Septiembre, dalias, margaritas, etc., sin olvidar la palma rizada y las hierbas aromáticas: Sándalo y hierbabuena.
En el patio siempre se encontraba, el pozo. Algunos se cimentaron de piedra hasta el fondo, otros sin cimentar con una tinaja cortada a la mitad haciendo de brocal y por último existen en Yunquera brocales de pozo de una sola pieza de piedra viva, circulares en el interior y labrados de forma hexagonal en el exterior, con un ribete de huellas de haber sacado agua con una soga sin garrucha. No obstante, todos los pozos disponían de su garrucha, suspendida en el centro del brocal y se sacaba agua con un cubo de zinc, atado a una soga con una herradura de contrapeso en su asa. Un utensilio que se disponía en las casas de labor relacionado con el pozo, era los ganchos, que también se les denominaba, los garabatos, Éstos, eran muy útiles, cuando un cubo u otro objeto caía al fondo. Inseparable del pozo estaba la pila. En la pila bebían las caballerías y en algunas casas se lavaba la ropa, con una losa de lavar excavada en la misma pila de piedra. Podemos añadir, sin caer en narraciones románticas que, casi siempre, un árbol, generalmente una higuera, crecía cerca del pozo y servía de protección del sol, a las lavanderas en el verano. Había casas que, al dividir la hacienda, el pozo quedaba en la misma medianería y era compartido por los dos vecinos, sin mayores dificultades.
Al lado de la casa, en algunos casos comunicándose con la cocina, se encontraba la cuadra, a continuación el pajar y dentro de la misma cuadra, en un apartado, se instalaba el camastro. Lecho donde el criado dormía y del que se levantaba por la noche para echar de comer a las mulas, caballos o burros que hubiera en la casa de labor. Allí se encontraba también la pajera con el grano y la paja que servirían de comida a las caballerías. La cuadra también disponía de pila comunicada con el pozo para dar de beber agua a los animales. En un porche a la entrada de la cuadra o establo, se colgaban los arreos de las mulas: Los tiros, las colleras, los sillines, las seras, los serones, las aguaderas, los bozales, los cabezales, las serretas, las mantas de las caballerías para el invierno, las albardas, etc.
Las casas de labor solían valorarse por el número de yuntas. Las más abundantes eran las casa de labor de dos yuntas, que a su vez, disponían de algún caballo para montar o bien algún burro para transportar la comida, de los segadores al campo, en la época de la siega o para transportar la ropa de lavar, de las mujeres al arroyo de Majanar. Entonces las cuadras disponían de cuatro o seis pesebres de madera con argollas para amarrar a las caballerías durante la noche o días en los cuales no se hacía uso de ellas. Disponían de igual forma de soportes para colocar los arreos que servían para uncir las yuntas. También es preciso añadir que al techo de las cuadras acudían todos los años para anidar, las golondrinas y año tras año eran huéspedes de honor en las casas de labor.
La presencia de las caballerías en el establo ocasionaba la existencia del basurero en el corral. Este muladar se sacaba varias veces al año, para acumular el fermento del estiércol en las eras, y servir más tarde de abono, en las tierras de labranza y en los huertos. Si el carro no podía acceder hasta el muladar, se utilizaban las parihuelas para transportar el estiercol hasta el exterior del corral. No obstante a pesar de disponer los labradores de este abono natural, también disponían de abonos químicos que compraban para complementar la fertilidad de los cultivos. Aún recuerdo la publicidad exhibiendo carteles de Nitrato de Chile y en los sacos con el letrero de Nitrosulfato Amónico. Además de los animales que ayudaban en las faenas del campo, estas casas de labor disponían de cochinos que se tenían encerrados en las cortes, cada cerdo en la suya. En un pequeño cercado se les echaba la comida, consistente en patatas cocidas con pienso de salvado de cebada. Los gallineros casi siempre en alto daban cobijo a las gallinas por la noche y proporcionaban lugar a las mismas para poner los huevos cada día. No siempre éstas utilizaban este lugar para poner sus huevos. En no pocas ocasiones el ama de casa ha encontrado un nido de huevos de fecha incierta en lugares imprevistos. En algunas casas de labor han tenido también un palomar, cuyas palomas estaban en libertad. Los gatos campaban a sus anchas, tanto por tejados como por cámaras, así como por graneros y corrales. Siempre se les atribuyó la caza de ratones sobre todo por la noche y esto permitía vivir tranquilos a todos los habitantes de la casa.
El granero y el patatero eran piezas claves en la casa de labor. Allí se depositaba el grano hasta consumirlo, venderlo o llevarlo al Servicio Nacional del Trigo y las cosechas de patatas, muy abundantes en los años cincuenta, hasta que eran envasadas y transportadas en camiones a Madrid. El pajar solía tener una ventana que se tabicaba y enfoscaba con adobes y barro, una vez que el pajar estaba lleno. Estas faenas tenían lugar en los días próximos a La Fiesta. La paja se sacaba a través de la puerta en comunicación con la cuadra.
Otra pieza que nos queda por mencionar y que en alguna época fue más importante que en los años cincuenta, es el cocedero del vino. Aquí, los hombres del campo, pisaban las uvas con los pies descalzos. De esta forma, el mosto extraído, una vez fermentado en las tinajas, se obtenía el vino suficiente para el gasto de la casa de labor. En este lugar se conservaban los cuévanos y banastas, para transportar la uva de las viñas al cocedero. En el centro del cocedero había un hoyo o tino donde iba a para el mosto de las uvas pisadas, después con un cubo se echaba a las tinajas Éstas, en algunos cocederos eran de más de cuatro metros de altura. El arrope se elaboraba, en algunas familias, con el mosto de las uvas, hirviéndolo hasta obtener la consistencia del jarabe. Se le solía añadir en la cochura trozos de calabaza u otras frutas verdes, empapadas en agua con cal.
También debemos mencionar que en casi todas las casas de labor había una puerta falsa, es decir una puerta por la cual se accedía a otra calle a través del corral. Era grande de dos hojas y a través de ella podían pasar los carros y las mulas. A veces, coincidiendo con esta puerta, había un porche que servía para guardar los aperos de labranza como arbeladoras (aventadoras), trillos, arados, vertederas, etc. En toda puerta falsa había una gatera a través de la cual entraban y salían los gatos de la casa. Esta gatera o hueco redondo en la parte inferior de la puerta se repetía en otras puertas de la casa. Esto permitía a los gatos circular libremente y cumplir con su misión de cazar los ratones. Hasta la puerta de la iglesia dispone de esta gatera. El corral se completaba con el tinado que es donde se hacinaban las gavillas de leña para la lumbre y servía de cobijo a las gallinas y demás animales del corral. También se utilizaba este tinado para poner las jaulas de los conejos situadas a cierta distancia del suelo con tela metálica y cajones para albergar a sus numerosas crías. En los porches de los corrales, también se almacenaban los aperos de labranza: Los carros, los arados, las vertederas, los trillos de pedernal, los trillos de disco, los balancines, las gradas, las azadas y azadones, las horcas y bielos (bieldos), las palas de madera y de hierro, los rastrillos y rastros, los hatillos para atar los haces de mies, los sacos para la recolección, los sombreros de paja de los labradores, las alforjas, las hoces y zoquetas y un sinfín de accesorios utilizados en las diferentes faenas del campo a lo largo de las diferentes épocas del año.
La CRÓNICA OCTAVA, nos ha hecho revivir y evocar todo un ambiente familiar dentro de la actividad rural y campesina. Así eran las casas de labor en los años cincuenta. Sus días estaban contados....
CRÓNICA NOVENA
Lugares frecuentados, sus épocas y evocaciones.
El término municipal de Yunquera está sembrado de lugares que sirvieron en la década para encuentros de las gentes del pueblo y así disfrutar de conmemoraciones, fiestas, romerías, costumbres, paseos, etc. El lugar por excelencia es la ermita de la Virgen de la Granja y su entorno. La ermita se encuentra ubicada en la ladera de una pequeña colina donde termina el llamado Campillo y formando parte de la cuenca del arroyo de Majanar. En sus alrededores hay abundantes fuentes. Una de ellas debajo de la ermita dispone de tres caños con abundante caudal todo el año. Algunos manantiales de entonces son ahora vistosas fuentes en cuyas cristalinas aguas se criaban los berros; verdura muy cotizada en algunas cocinas. Al paraje de la ermita se llegaba cruzando el Arroyo de Majanar. Fue en los años cincuenta cuando se construyó y se inauguró un puente muy vistoso con sus barandillas correspondientes de ladrillos y barras de hierro. Estas barandillas fueron destruidas por el paso de vehículos, para cuyo uso no estaban previstas. Los chicos de aquella época fuimos testigos del corte de la cinta por el cura y las autoridades, el día de su inauguración. La ermita se erguía en aquella época sobre un frondoso bosque de olmos con dos chopos en el camino de acceso de troncos centenarios que aún se conservan; dando testimonio del patrimonio forestal que La Virgen tenía. La epidemia que durante los años setenta asoló los bosques de olmos, no pasó por Yunquera sin arrasar esta arboleda testigo de tantas y tantas romerías, fiestas y meriendas. En los alrededores de este parque, se encuentran un sinfín de zarzas moreras que proporcionan suculentas moras negras durante los meses de Agosto y Septiembre. En los años cincuenta, los chicos del pueblo, solíamos ir a la Virgen de la Granja, y cogíamos unas ramas de enredaderas secas que denominábamos pajillas. Estas pajillas, cortadas al tamaño de una cigarrillo, nos servían de sustituto del tabaco y una vez encendidas, nos disponíamos a fumar...
Quizás fue aquí, en La Virgen de la Granja, donde, los chicos comenzamos a fumar; imitando el modelo de nuestros padres y abuelos. Bien es verdad que, es más fácil comenzar a chupar una paja seca que comprar un paquete de picado de Caldo, que había que liar un pitillo con hojas de un librillo o bien una cajetilla de Ideales que, también, había que reconstruir con un papel de fumar. También se debía disponer de una tabaquera para llevar el tabaco a granel y un mechero de mecha muy primitivo que se encendía haciendo fricción de una piedra que, provocando una chispa, encendía la mecha, Sin mencionar los utensilios que algunos fumadores conservaban de la época de la Cartilla de Racionamiento de Tabaco: Criba, canuto de liar los cigarrillos, tabaquera, etc.
La ermita de Ntra. Sra. de la Granja es un templo del siglo XVI con una cúpula típicamente neoclásica que constituye la antigua ermita, donde se venera la imagen de la patrona del pueblo. Una enorme verja de hierro con dos puertas permitían el acceso al interior del presbiterio bajo la cúpula. A partir de esta verja y hasta el exterior se proyecta una amplia nave que permite albergar a más fieles en las celebraciones religiosas de las fiestas que se celebran allí. (Referente a la imagen de la Virgen de la Granja, parece ser que, durante la guerra se salvó su cara, su mano y el niño). Una vez acabada ésta, la imagen se restauró en Madrid. Efectivamente, de este hecho tuve conocimiento siendo aún niño, contado por Pilar Gil Sánchez. Una vez restaurada la imagen de la Virgen de la Granja, fue expuesta sobre sus andas en la clínica del Dr. Vital Haza. Allí fueron convocadas personas ligadas a Yunquera, residentes en la capital, para contemplar la imagen restaurada. Entre los preparativos para el traslado a Yunquera se contó con una bandera española que habría de acompañar la imagen hasta su entronización en la ermita. El tejido rojo y gualda, así como el mástil correspondiente, lo compró y donó Basilio Gil Ayuso, hermano de Arturo Gil Ayuso. Y fue la misma Pilar Gil Sánchez, quien confeccionó con doble cara, la bandera requerida. Cuenta Pilar que los organizadores del traslado, decidieron que fuera ella misma, como autora de la confección, quien debería de portar la enseña nacional, como madrina del evento. Hecho que no se pudo llevar a cabo porque una persona muy allegada, cayó enferma en esa misma fecha, siendo la madrina Elvira Gil Navarro
El Río es otro lugar frecuentado sobre todos por los chicos del pueblo para bañarse. Las arboladas de la cuenca del Henares están pobladas de chopos, abedules, álamos blancos y espadañas. Era lugar de esparcimiento, de meriendas y lugar de paso para ascender a la peña de La Mira, cruzando el río. Esta peña se encuentra coronando los cerros que marcan el límite del término municipal. A esta peña ha subido la juventud, celebrando el Viacrucis en época de Cuaresma y Semana Santa. El río Henares se solía cruzar por el Soto Ramírez, por la peña de La Mira y por el Soto Blanco. Por ninguno de estos lugares había puentes. La siguiente evocación nos puede hacer vivir muy cerca este vigía de Yunquera:
Atalaya de pueblos y campos,
dama de oteros y colinas,
espejismo de roca,
erosión horadada por el tiempo.
Testigo fosilizado del Campillo y de Maluque,
de chopos y maizales,
eterno mirador hacia el ocaso,
sombra del amanecer,
corona de cerros, festoneados por el río.
Infanta de la Primavera, preñada de cantueso y tomillo.
anciana bajo manto invernal de carrascas y aliagas,
guardesa del barranco, solana entre sotos y terreros.
Notario de aconteceres y devenires:
De la Granja y sus eventos.
De lavanderas, pastores y labriegos.
De Mohernando aprisco de novicios,
acólitos de Don Bosco.
De Alarilla, colmillo y muela,
pueblo de ilusiones aladas,
de vuelos de destino incierto.
Silenciosa y atenta observadora de mi pueblo,
la villa de la magistral torre, tu rival.
A la diestra de tu sitial,
yace la vetusta Hita, memoria de arcipreste,
devaneos de Doña Cuaresma y Don Carnal,
cómplices de aquel Jueves Lardero iuncariense.
Sólo al lejano Ocejón, rindes honores.
anciano de plateadas cimas,
que el Sol dibuja sobre la meridional cordillera.
Tu cintura, plena de mancebos anelos,
peregrinación de la aurora,
balcón de La Campiña enamorada.
Desde tu cima, cegada por la luz,
contemplas, eterna mira,
el tropezar del agua a tus pies,
salpicados de salmodia vespertina,
anuncio del atardecer,
cenefa sin fin del horizonte.
Ebria de melodías salvajes,
trinos de jaulines y abubillas,
cigarras, brillantes sonidos de luz,
nocturno salpicado de grillos,
desafíos del crepúsculo ardiente del estío,
faro de la noche,
cobijo de la vida,
arrullo del amor.
Otro lugar frecuentado para bajar al río a bañarse, era por La Casa del Cura. Una casa del siglo pasado, año 1806, que estaba habitada por unos guardeses que más tarde se desplazaron como ermitaños de la Virgen de la Granja, en una casa que se construyó al lado de la misma ermita. Para llegar a La Casa del Cura, en el límite del término municipal con Maluque, se recorría todo el Camino Real, antigua calzada romana. En el camino se encontraba y aún se conserva una gran carrasca, es decir, una encina. Esta encina llama la atención porque es un árbol de monte bajo, no de terreno de regadío. Este hermoso árbol es la única huella de la época anterior a la construcción del canal. Éste, convirtió parte del secano, en un vergel. Antes de llegar a La Casa del Cura, se cruzaba unos terrenos que se denominaban del Tesoro. Esta denominación se debía a que en estos años, un labrador arando con la vertedera, descubrió una orza de barro llena de monedas de oro de la época de los romanos. El hallazgo de ruinas de ladrillos y piedras con argamasa típica de aquella época, nos demuestran la presencia de poblaciones romanas a lo largo de la calzada que cruzaba la península hacia Aragón.
El Canal del Henares, supuso para Yunquera la transformación de parte de su término municipal, de cultivo de secano en una vega fértil, desde el nivel del canal hasta el mismo río Henares. Sus puentes permiten pasar del campo de secano al campo de regadío: El puente del Dique, el de la Barra, el de la carretera de Málaga, el de la carretera de Mohernando, el de San Isidro, y el del Camino de Maluque. El canal era cita obligada sobre todo al llegar el verano, para tomar los primeros baños...El lugar más propicio era el de La Barra por disponer de una escalera para salir cómodamente del agua. Para las lavanderas un lugar de encuentro era el Arroyo de Majanar sobre todo llegando por el camino del mismo nombre. Allí había una chopera con un manantial de agua cristalina y muy templada en invierno.
Ya dentro del pueblo, La Casilla siempre ha sido lugar de encuentro para todas las edades. Si hablamos de lugares de paseo, tenemos el Paseo de la Estación , La Carretera de Mohernando, La Carretera de Fontanar, La Carreterilla del Canal, El Camino de la Virgen, La Carretera de Málaga junto al Campo de Aviación, etc. Este último lugar se le llamaba así porque aquí se intentó instalar en época de guerra un aeródromo, cuyos restos aún quedaban cerca de la carretera. Bien es verdad que los yunqueranos estábamos orgullosos de los lugares del pueblo y sus alrededores. La parte de monte bajo, las laderas de secano, el canal, la vega, el río, La Virgen etc.
Otros muchos lugares del pueblo, eran sitios de encuentro en invierno y en verano. En invierno, las solanas, donde se tomaba el sol al abrigo del viento del Norte. Y en las noches de verano, cualquier esquina o rincón, era suficiente para entablar la tertulia y tomar el fresco, sentados en bancos de piedra en las puertas de las casas. Aquí se comentaban las novedades del pueblo, la marcha de la cosecha, las faenas del campo y de la casa y del tiempo, muy importante para la agricultura.
Porqué no mencionar como lugares de encuentro muy queridos por los habitantes del pueblo, grandes y pequeños, a los fogones de la cocinas con chascas flamantes y mesas camillas con braseros de picón o de cisco de erraj. Aquí y durante las largas y frías noches de invierno, tenían lugar, las tertulias familiares y vecinales. Los niños, aprovechaban el descuido de los mayores, para jugar con el fuego. Para los niños de cualquier época, siempre ha sido mágico el coger un palo o sarmiento con la punta incandescente al rojo vivo y hacer cenefas en el aire, sobre todo en la oscuridad. Si los mayores advertían este juego de los pequeños, nos lo quitaban de la mano y nos decían: “Si juegas con el fuego, esta noche, te mearás en la cama...” Al llegar la hora de acostarse, se aprovechaba el rescoldo del brasero o de la lumbre para calentar las camas con los calentadores. Especie de sartén de latón o cobre, con un mango muy largo que se introducía entre las sábanas.
No solo los lugares nos evocan recuerdos del pasado, sino también los olores y sabores de antaño, nos sitúan en otros ambientes vividos con arraigo. En este momento de la narración podemos evocar la cocina de Yunquera de los años cincuenta. Para los almuerzos, primera comida del día, podemos recordar: Las migas, las gachas (harina de almorta), los torreznos (tocino frito), las tostadas (pan frito), huevos fritos, patatas fritas, café, malta y leche. Para las comidas: Cocido (sopa y garbanzos), ensalada, patatas guisadas, arroz con pollo o conejo (domingos y festivos), lentejas, judías blancas y pintas y patatas fritas. En algunas familias, todavía comían accediendo cada cual a una fuente o cazuela común. En cuaresma, todos los viernes, se cocinaba el potaje, considerado como la comida típica para cumplir con el precepto de la abstinencia. Las meriendas tenían lugar en la época estival: Chorizo, jamón, tomate, pepino y a veces huevos duros. La merienda se tomaba, generalmente, en las eras o en el campo. Las sardinas arengues (arenques), también servían de alimento para las meriendas y comidas de los hombres del campo. Se compraban en las tiendas a granel. Se presentaban envasadas en unas enormes cajas de madera redondas, donde las sardinas venían colocadas en forma circular por capas unas sobre otras. Se comían una vez peladas con pan y aceite. Para facilitar la extracción de las escamas, se prensaban con anterioridad en el quicio de una puerta. Aunque resultaban exquisitas y apetitosas, proporcionaban mucha sed. El botijo de agua o la bota de vino no debían de estar muy lejos.
Aún se puede recordar la imagen de cómo cortaban los hombres el tomate o el chorizo, sobre el pan, con un machete. Por último los platos más habituales por la noche, eran: Las chuletas de cordero, el pescado (merluza, pescadilla, japuta), las croquetas, empanadillas, repollo, judías verdes y tortilla, tanto española como francesa. La pepitoria era un manjar que las mujeres solían cocinar en días festivos. El picadillo, carne picada preparada para embutir los chorizos, se tomaba frito y era una comida que siempre recordaba el invierno y la matanza. Los chicos solían tomar de merienda, pan y chocolate, galletas, magdalenas, pan con mantequilla o miel y pan mojado en vino con azúcar.
Volviendo a los lugares, hay otros que, aunque no están próximos al pueblo o pertenecen a otros términos municipales, sí, les eran familiares a los yunqueranos. En los cuatro puntos cardinales, se encuentran lugares como: El Pico de Ocejón, punto de referencia cuando estaba nevado o bien cuando, los labradores que no disponían de reloj, juntaban las palmas de la manos con los brazos extendidos, dirigidas hacía él y cuando la sombra proyectada apuntaba al Pico Ocejón, entonces era aproximadamente el mediodía. Hora de volver al pueblo, si no iban para todo el día. La Muela de Alarilla, es un cerro en forma de una pirámide truncada que a las gentes de la comarca, siempre, les ha recordado a una muela. En su parte posterior, está el pueblo de Alarilla. Cerca de la Muela de Alarilla, se encuentra un pequeño cerro puntiagudo denominado El Colmillo. Continuando con los lugares que circunvalan el término municipal de Yunquera, encontramos a Hita, pueblo situado en la base de una pequeña colina de la forma de un cono casi perfecto. El su cima se divisa unas ruinas de una antigua fortaleza. Más tarde, cuando los chicos de Yunquera, salimos del pueblo para estudiar, volvimos a encontrarnos con Hita, esta vez asociada al Arcipreste del mismo nombre, creador del Libro de Buen Amor.
Otros lugares ligados a los cuatro puntos cardinales de Yunquera, son: La finca de Medianedo, la finca de la Miranda, la finca de Maluque, la finca del Soto Ramírez, la finca del Soto Blanco, el monte Cirilo y el camino de Usanos
Esta NOVENA CRÓNICA, nos recuerda el pueblo tranquilo y sedentario. Un recorrido por estos lugares supone evocar la vida de sus gentes. Un pueblo vivo, donde vibraban sus hombres y mujeres escribiendo su historia; recorriendo sus caminos, sus campos, su río, su arroyo, su canal, sus árboles, sus cosechas, sus sueños y nostalgias, sus alegrías y tristezas...
CRÓNICA DÉCIMA
La Concentración Parcelaria y sus consecuencias.
Durante los últimos años de la década de los cincuenta, se produjo un evento que transformó totalmente la agricultura. Iba a ser el punto de partida para el desarrollo del pueblo y de sus gentes. No hay duda de que los años 56, 57 y 58, supusieron una ruptura con la agricultura minifundista, donde en cada casa de labor disponían de un sinfín de pedazos de tierra, arbitrariamente trazados y divididos por cirates y lindes, de generación en generación. Motivado por división de herencias ya que en este pueblo no existe el derecho de primogenitura. Con caminos intransitables en invierno, durante la recolecta de la patata y con regueras sin canalizar. Zonas imposibles para que el agua fuera bien aprovechada. Con el panorama que presentaba la agricultura hasta el año 1956, era totalmente imposible el progresar e implantar cualquier maquinaria agrícola ya sea tractores cosechadoras, etc. Hasta ese momento, el trabajo en el campo era angosto, duro, no totalmente eficaz y sobre todo era poco humano y desfasado con los tiempos ya superados en el resto de Europa.
Pero la Concentración Parcelaria llegó no exenta de problemas, su implantación no fue fácil. Por parte de los Ingenieros de la Administración del Estado, no debieron de explicar muy bien las reformas, al menos para ser entendidas por los agricultores del pueblo y por parte de éstos, suponía una transformación demasiada drástica para sus tradiciones y su forma de entender la agricultura. A grandes rasgos. ¿Qué venían a hacer estos Ingenieros Agrónomos de Madrid?. Presentaron un plan que afectaba a todo el término municipal a partir del canal del Henares, de la vía del ferrocarril y las dos acequias generales, la del Norte o del Sobrante y la del Sur o la del Cañal. El resto, quedaba afectado por el Plan de Concentración Parcelaria a excepción de las parcelas que tuvieran árboles frutales, viñas, almendros o algún edificio que los dueños quisieran que fueran respetados. Una vez establecida la zona a concentrar, clasificaron las tierras de 1ª, 2ª y 3ª clase. Con esta clasificación, redistribuyeron las parcelas combinando cantidad con calidad. Si la nueva parcela concentrada resultaba perjudicada por la calidad, se le ampliaba en cantidad y viceversa. Esta cuestión era motivo de tropiezo y de enfrentamiento entre los afectados y los ingenieros... Esta situación fue el tema de actualidad en el pueblo a lo largo de dos años. No obstante cuando los caminos quedaron trazados, las acequias conducían el agua por su cauce de cemento, las excavadoras habían allanado terrenos intransitables, las veredas, las lindes y los cirates habían desaparecido, los labradores observaban sus campos de otra manera y comenzaron a comprender que los ingenieros habían venido para ayudarles a superar una etapa casi medieval para alcanzar el progreso. La aceptación definitiva se produjo cuando cosecharon sus primeros frutos, en sus nuevas parcelas, que, concentraban sus antiguos pedazos de tierra heredados de sus mayores...
Cuando la década de los cincuenta llagaba a su fin ya nadie estaba dispuesto a volver al pasado reciente. La ruptura con el pasado se había producido y la llagada del progreso era imparable. Del pasado, solo quedaba el Camino de la Virgen, respetado de esta reforma por sus ya crecidos chopos que nos proporcionaban sombra en todo su recorrido, desde el paso a nivel hasta el puente del Arroyo de Majanar, ya en el parque de La Virgen. Era el único camino serpenteante y lleno de árboles que iba a permitir a los yunqueranos seguir la tradición de llevar y traer a la patrona por donde siempre se había hecho.
Con el fin de la década de los cincuenta el desarrollo de Yunquera se dispara. La agricultura se mecaniza, se multiplican los tractores, las cosechadoras, la maquinaria de todo tipo... La construcción transforma parte del pueblo, bien es verdad que no del todo afortunada... La Extensión Agraria orienta al agricultor para mejorar las cosechas. Se multiplican las salidas a estudiar fuera y queda en el pueblo un hijo por familia para atender la labor. La mano de obra del campo, se limita a una persona por hacienda, en la mayoría de las casas de labranza. Paulatinamente emigra a las zonas industriales y los negocios del campo quedan como explotaciones familiares. Se asfaltan las calles y plazas y se instala el agua corriente en todo el pueblo. Los Bancos y Cajas hacen su aparición, señal que la economía del pueblo funciona. Se transforma en un pueblo, por un lado agrícola con explotaciones de tamaño medio y por otro, industrial con una pequeña fábrica que absorbe mano de obra, sobrante de oficios sin futuro en la nueva situación. Y por último se da una emigración producto de los estudios de los jóvenes que encuentran su lugar en la capital o zonas industriales. Más tarde, un colectivo utilizará el pueblo como dormitorio y trabajará en Guadalajara o Madrid.
El pueblo que abandonamos en plena fiebre de la Concentración Parcelaria, nada tiene que ver, ni con la siguiente década, y mucho menos con el pueblo que contemplamos hoy... La Concentración Parcelaria impondría un nuevo lenguaje a los habitantes de Yunquera. Ya no se medían sus pedazos de tierra por fanegas y celemines, sino que se llamarían parcelas y se medían en Hectáreas y Áreas. Las arrobas de trigo se convertían en Toneladas y Quintales. El Sistema Métrico Decimal que habíamos estudiado en la Escuela tenía su aplicación en el campo...
La DECIMA CRÓNICA pretende mostrar los eventos que trajeron aquella reforma agraria. Hito que convirtió a los agricultores de Yunquera, de propietarios de minifundios a gestores y explotadores de sus nuevos latifundios. Fue el detonante que aceleró el despegue del pueblo hacia su total transformación. El motor de la nueva agricultura era imparable.
ÚLTIMA CRÓNICA
Sonrisas y lágrimas de una niñez en blanco y negro
Si escudriñáramos en el fondo más primitivo de nuestras conciencias, aquellos niños nacidos en los años cuarenta, encontraríamos las vivencias acaecidas en nuestra infancia y adolescencia. No podemos juzgar, no obstante, aquella época con los elementos de evaluación que disponemos ahora. Aunque dejó una huella imborrable, la evolución nos ha permitido con satisfacción, no repetir aquellas situaciones con nuestros descendientes. Abordar esta parcela que comprende la intimidad colectiva de aquella infancia, no es fácil sin caer en juicios subjetivos. No obstante, bajo el denominador común de buena voluntad, podemos hacer un esfuerzo, también en esta CRÓNICA, para ponernos en lugar de aquella infancia observadora de su entorno y descubridora de sus sensaciones más íntimas y naturales. El resultado de esta observación se presume de consecuencias inocuas para una niñez ya superada.
En esta época los niños en su gran mayoría, nacieron en los hogares del pueblo. Asistía a las mujeres en el trance de parir una partera aficionada, sin ninguna preparación profesional para ejercer de comadrona. El médico acudía en casos extremos o al final del parto. No obstante ya comenzaban a desplazarse a Guadalajara a las clínicas privadas y, por supuesto, en los partos por cesárea. En cuanto a la alimentación, siempre se prefirió la leche materna y después se acudía a la ayuda de biberones con preparados lácteos. Perlargón es uno de los nombres de aquella forma de alimentar a los bebés y sopas de anís con harina tostada. En el entorno de un niño siempre ha surgido la figura de una niñera. El niño cuando no dormía, solía estar en brazos de alguien que desempeñaba esa función. Podía ser de la familia o bien alquilada. Más tarde se le sentaba en el carretón. Se trataba de una silla tipo cajón de madera donde el niño podía comenzar a sustentarse en pie y se le podía desplazar a través de unas ruedas. Cuando el niño aprendía a andar, se instalaba en los patios o portales, las varas. Eran unas paralelas de madera cilíndricas, donde una caja en forma de silla, se podía desplazar. Era la garantía de que sus primeros pasos los pudiera dar con la mayor seguridad posible. La ausencia de calefacción en las casas, exigía arropar a los pequeños con una bata de tejido muy grueso de paño o de lana. En esta primera etapa de la vida del niño, los cuidados nutricios eran exquisitos. Pero en el campo educacional, cualquier inclinación o tocamiento que la criatura intentara hacer, buscando la identificación de su propio sexo, la tendencia era evitar esa búsqueda, como si se tratara de un ser asexuado.
Las etapas de crecimiento y desarrollo se iban cubriendo con exigencias tradicionales. Poco innovadoras. Se seguía asustando a los niños con la venida del lobo, del hombre del saco o fantasmas similares. Estos miedos se acrecentaban con castigos de pequeños encierros en habitaciones o cuartos oscuros. Quedaba patente que los niños crecían con los mismos miedos y temores que los padres y abuelos. Los azotes se comenzaban a suministrar como parte de la pedagogía imperante, bajo eslóganes como: “Quien te quiere te hará llorar”, “La letra con sangre entra” o “El mimbre se doma siendo tierno”. A veces se podía escuchar la exclamación: “Están pidiendo a gritos los azotes y después se quedan más tranquilos”.
Los niños llegaban a una edad en la cual se entendía que debían retener la orina, sobre todo durante el sueño nocturno. Si persistía el mojado de la cama, prueba evidente de que no eran capaces de retener la orina durante el sueño, el remedio era, la regañina, el enfado y a veces el castigo. Si el chico avanzaba en su adolescencia sin controlar la orina durante el sueño, entonces, la noticia saltaba los muros de su casa y pasaba a ser de público conocimiento. Empeorándose la situación de los chavales para integrarse en el grupo, por esta falta de continencia.
No supone una novedad si se trae a estas páginas que la información para el crecimiento sexual del niño y de la niña, brilló por su ausencia en toda la década en nuestro pueblo. Tomaba parte del patrimonio nacional. Ya se encargaron de ello los maestros, el cura y las catequistas para hacernos crecer transformando nuestra inocencia e ignorancia en pecados mortales para confesar. Los padres eran testigos mudos de esa desinformación. Se puede constatar que esta comunidad escolar, estaba presidida por las buenas costumbres y con el convencimiento de que era lo mejor para los niños de entonces.
Hacia los siete años de edad, se tomaba la primera comunión. El examen de conciencia que a un niño le planteaban para hacer una buena confesión, versaba sobre los siguientes pecados: “He tirado piedras”, “He dicho palabrotas”, “He desobedecido a mis padres” y “He hecho cosas feas”. Las cosas feas, solían ser aspectos relacionados con la incipiente masturbación, que lejos de estar informados de qué era eso, sin nombrarlo, les habían dicho que era la perdición de su alma.
La dimensión sexual del ser humano, se iba hallando al ritmo que la naturaleza sabiamente iba marcando. Descubrimientos individuales y a veces colectivos. Los unos a los otros, haciendo las comparaciones típicas de tamaño y poniéndose al día de quien o quienes ya habían tenido la primera eyaculación o si ya tenían vello en el pubis. Sobre estos mismos aspectos entre las niñas, es obvio que el autor de estas páginas, nada pueda aportar.
En esta época de la cual nos estamos ocupando en esta CRÓNICA, existió en Yunquera la figura de un exhibicionista. Los chicos a veces participaban en su provocación haciéndose eco de sus juegos eróticos. Analizando esta situación, después de que hayan pasado más de cincuenta años. No se puede hablar de que en este pueblo hubiera estado en peligro bajo la amenaza de un pederasta. No obstante, todas estas conductas estaban enmarcadas dentro de un contexto socio cultural y religioso, muy marcado en aquellos años. Donde quien tenía la información, no la proporcionaba y quien no la tenía tampoco la pedía.
Las relaciones entre las chicas y los chicos, apenas tenían relevancia. Sólo los vínculos familiares o de vecindad, ocasionaban agún tipo de convivencia. Los dos colectivos eran estancos. Hasta en el recreo dentro de la escuela, permanecían separados. En los juegos de las calles y plazas, se comenzaba un coqueteo inocente y a veces poco galante. Apenas había oportunidad de la más mínima convivencia entre niños de ambos sexos. De forma esporádica y en entornos familiares o de vecindad, se jugaba a los médicos. Juegos infantiles con una intencionalidad poco clara en esas edades. El baile al aire libre en La Casilla, era una ocasión para el acercamiento de los chicos con las chicas, hacia los primeros años de la adolescencia. Las chicas bailaban en parejas y cuando sus padres les permitían bailar con los chicos, éstas accedían aceptando bailar una pieza, cuando otra pareja de chicos las sacaban a bailar. Pero a la pieza siguiente, volvían a juntarse las chicas con las chicas y los chicos con los chicos. La consigna que los chicos recibían por parte de los hombres mayores, era que había que arrimarse a las chicas en el baile. La consigna que se imponía a las chicas, lógico y natural, era todo lo contrario. Y nada de bailar en las zonas menos iluminadas por la farola del centro de La Casilla.
De la menstruación de las madres y hermanas, a los pequeños, les llegaban vagas noticias por la periodicidad del lavado de los llamados pañitos y poco más. De los embarazos y los partos, se tenía la información que proporcionaba la curiosidad por escuchar las conversaciones de los mayores y la pura observación infantil. Una pareja de novios, que habían visto salir juntos por la carretera las tardes de los domingos y cada noche el novio visitaba a la novia en su puerta, no importa que hiciera frío o calor. Después se casaban y seguidamente tenían un bebé. Todo se consideraba normal ante los ojos de un niño pero por mucho que agudizaran el ingenio y su capacidad de observación, no obtenían respuesta a sus interrogantes. Cuando una pareja de novios se casaba con cierta precipitación, porque la chica se había quedado embarazada, los niños se veían inmersos en un mar de rumores y comentarios. Se podía contemplar cómo se rasgaban las vestiduras, sobre todo las mujeres. Y el evento era tema de conversación durante unos meses. Pero la motivación del enfado, los niños lo percibían, como que el hecho estaba mal visto por los mayores. Y poco más. Durante el embarazo, a pesar que los niños eran testigos de que las futuras madres tenían una creciente barriga, sus hermanitos “los traían la cigüeña” o “venían de París”.
La decisión de incluir esta ÚLTIMA CRÓNICA, con apariencia de estar fuera del contexto general, no ha sido fácil de tomar. Se debe considerar como una aportación más a la realidad de la villa de los años cincuenta. Sólo se debe entender su inclusión, si el lector se pone en lugar de un niño que vivió aquellos años, no exclusivamente en Yunquera, sino en aquella España, sumida por no decir consumida, en un conservadurismo al margen del mundo contemporáneo. El pueblo no era responsable. No obstante estas CRÓNICAS, sin esta última aportación, quedarían incompletas.
Al concluir la ÚLTIMA CRÓNICA, me llenaría de satisfacción que, alguien de aquella época, tomara estas páginas como cayado para hacer un recorrido por su niñez o por su adolescencia, cuando los corrales olían a estiércol y las cámaras a manzanas y membrillos...